Pablo L. OROSA

Somalia

Una década después de que las tropas internacionales se desplegasen de nuevo en Somalia, el país permanece sumido en el caos. La autoridad del Gobierno no va más allá de los dominios de Mogadiscio y la hambruna alcanza a la mitad de la población. A la espera del comienzo del repliegue este año, la milicia yihadista de Al-Shabab está a la espera, reagrupando fuerzas para volver a tomar un país que nunca han dejado de controlar.

Al atravesar Medina Gate, el checkpoint que separa el Mogadiscio de los militares de la ciudad de los que nunca se han ido, Somalia se convierte en un país distinto. Hasta los edificios que se distinguían regios desde lo alto del Hotel Jazeera descubren a ras de suelo las heridas de veinticinco años de conflicto. A medida que la ciudad se hace presente, el eco metálico de los blindados se apaga y el bullicio toma su lugar: tuk-tuks de colores sortean baches y personas, algunas mujeres acuden al mercado y los comerciantes observan bajo el quicio de la puerta a los clientes que no llegan. El traqueteo del convoy militar alerta a los vecinos. Un grupo de niños levanta la vista; los mayores responden con indiferencia. En el mejor de los casos.

Hace diez años que las tropas de la Misión de la Unión Africana en Somalia (Amisom, por sus siglas en inglés) han vuelto al país para apoyar al Gobierno federal y expulsar a los islamistas: primero a la Unión de Tribunales Islámicos (ICU) que llegó a controlar Mogadiscio en junio de 2006 y después a su escisión, Al-Shabab. Es la segunda vez que la ONU despliega sus fuerzas en Somalia desde la caída del dictador Siad Barre en 1991 y en todos estos años no han conseguido apaciguar la situación. Más bien al contrario, la intervención extranjera es vista como una injerencia. Una ofensa, incluso, en el caso de las tropas etíopes, dada la animadversión histórica entre ambas naciones, disparada tras la guerra de Ogaden de finales de los años 70. «A los somalíes puede que no les guste Al-Shabab, pero menos les gustan los invasores extranjeros y así es como ven a los etíopes y a los keniatas, y cada vez más a los ugandeses», apunta el profesor de historia africana de la universidad de Warwick, David M. Anderson.

Después de 25 años de conflicto, en forma de guerra civil, lucha entre clanes o guerra de guerrillas, Somalia es un país fallido. La autoridad del presidente Mohamed Abdullahi Farmajo no alcanza más allá de los dominios de la capital y son los clanes y señores de la guerra los que administran sus territorios. Aunque Farmajo fue elegido por una amplía mayoría el pasado febrero, en las últimas semanas en los mentideros del Hotel Jazeera, donde se reúne la oligarquía política y económica somalí, hay «rumores cada vez más intensos sobre planes de los gobiernos regionales para proponer una moción de censura en el Parlamento», apunta International Crisis Group (ICG) en uno de sus últimos informes.

El volátil equilibrio del Juego de Tronos que representan desde 1991 los clanes somalíes ha vuelto a saltar por los aires con la crisis de Oriente Medio. El Gobierno de Farmajo se mantiene públicamente neutral en la disputa que Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos mantienen con Qatar, lo que ha llevado a los primeros a intensificar las relaciones bilaterales con los líderes regionales y reducir sus aportaciones al Ejecutivo central. «Mientras Mogadiscio permanezca neutral», apuntan los investigadores de ICG, «es poco probable que Riad vuelva a ofrecer la ayuda que solía. Pero Qatar y su aliado Turquía también son grandes donantes, así que es comprensible que el Gobierno se resista a pronunciarse por un bando u otro en la disputa entre sus socios».

Esta encrucijada diplomática se ha traducido en retrasos e impagos a los soldados, policías y funcionarios de los servicios de Inteligencia. Una realidad que allana el camino a Al-Shabab para infiltrarse y llevar a cabo atentados como el del pasado 14 de octubre, el más sangriento desde que retornasen las tropas de la Amisom al país en 2007 con más de 500 fallecidos. «Aquí muchos policías apenas cobran 100 dólares pese a que están arriesgando sus vidas. Entonces llega Al-Shabab ofreciéndoles 500-600 dólares por colaborar con ellos…¿cómo se puede luchar contra eso?», se pregunta el inspector Mohamed H. Feika, uno de los oficiales de Sierra Leona desplazados a Mogadiscio para formar a las fuerzas de seguridad somalíes.

«Esteladas» y piratas

«¿Y entonces Catalunya es finalmente independiente?». La imagen del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ocupa el televisor al fondo del salón. Aquí, a 10.000 kilómetros de Barcelona, también están expectantes. Lo que ocurre en Catalunya también interesa en Somalia. Aunque sus realidades sean tan diferentes.

En el sur, en la Somalia italiana, la causa catalana tiene pocos simpatizantes: la independencia de Catalunya se interpreta como un espaldarazo a la demanda secesionista del norte. Desde 1991, el antiguo protectorado británico de Somaliland, en la costa del golfo de Adén, es de facto un Estado independiente. Aunque carece de reconocimiento internacional, ha desarrollado sus propias instituciones y fuerzas de seguridad. Las elecciones gozan de credibilidad y el sistema educativo cuenta con más de 1.000 escuelas primarias. Es, según la prestigiosa revista “The Economist”, la «democracia más fuerte» de África del Este.

Mientras el resto de Somalia vive en un permanente estado de tensión por la amenaza de los yihadistas, en las calles de Hargeisa florecen los negocios y las actividades culturales. Sólo la sequía que desde hace algo más de un año abrasa el cuerno de África tuerce el gesto de los locales. Eso y la incapacidad de refrendar internacionalmente su independencia. Al menos por ahora. «Mira, Somaliland es como Catalunya», susurra uno de los camareros del Jazeera. En la foto de su teléfono se le ve ondeando la bandera tricolor –verde, blanca y roja– de Somaliland. Es su «estelada», prosigue mientras busca la bandera catalana en Internet.

Más allá de la situación en Somaliland, otras regiones de Somalia reclaman también su autogobierno. La región de Puntland, fronteriza con Somaliland, con la que mantiene también una disputa territorial, es ya un Estado federal autónomo, aunque a diferencia de sus vecinos de Hargeisa no ansían la independencia sino la conformación de una Somalia federal. Su vasta extensión, desde las costas frente a Socotra hasta los dominios de Mudug esconden una lucha de clanes de la que se ha beneficiado el ISIS para crear su propia milicia en la zona.

Al sur de Puntland, en el estado Galmudug, donde la influencia etíope es todavía explícita, son los piratas los que imponen su ley. Localidades como Eyl, Harardhere y, sobre todo, Hoybo se han convertido en bastión bucanero de la Piracy Network. Al igual que ocurriera durante la hambruna de principios de la década, los clanes locales han vuelto la mirada al suculento negocio de la piratería –7.000 millones de dólares sólo en 2011– y retomado las ataques en el golfo de Adén. A diferencia de entonces, ahora han diversificado sus actividades: el tráfico de armas, combustible e incluso personas forma parte del moderno engranaje delictivo del Cuerno de África.

Aunque las autoridades federales y locales han intentado frenar a los piratas, su intrincado respaldo social y la incapacidad de la Administración explica su vigencia: «La piratería existe en regiones de Somalia donde no hay un conflicto latente, pero si una gobernanza y un poder político débil», resume el director de proyectos para la región de la organización norteamericana Oceans Beyond Piracy (OBP), Ben Lawellin.

Al-Shabab, el gran beneficiado

En 2011, una investigación de Reuters reveló un pacto entre Al-Shabab y varios líderes piratas de Harardhere por la cual los yihadistas se quedarían con el 20% de los rescates obtenidos por los piratas y estos, a cambio, podrían fondear los barcos secuestrados en la localidad. Aunque se desconoce la realidad actual, algunos expertos apuntan a un nuevo trato entre los yihadistas y los bucaneros de Hoybo. Más que un «acuerdo entre ambas organizaciones», puntualiza el investigador del Institute for Security Studies Omar S. Mahmood, lo que puede existir es un pacto «basado en alianzas de clanes».

Lo cierto es que independientemente de la relación con los piratas, Al-Shabab es el gran beneficio de las luchas de poder fratricidas en Somalia. Seis años después de que los radicales islamistas fuesen expulsados de Mogadiscio, su brazo militar no sólo no ha sido derrotado sino que mantiene intacta su capacidad para cometer atentados, al tiempo que reagrupa sus fuerzas en el valle de Shabelle.

Poco importa que las tropas de la Amisom logren liberar una ciudad, semanas después vuelve a estar bajo el control yihadista. En la misión militar desplegada en Somalia son conscientes de que el poder de las armas no basta para derrotarlos. Después de todo siguen teniendo el respaldo de buena parte de la población. «No nos podemos fiar de nadie», apunta un alto cargo militar que prefiere no ser identificado, «el mismo chico que viene a pedir agua y colabora con nosotros por la noche está colocando explosivos. Esta es su tierra. Al-Shabab es hijo de esta tierra».