Iñaki Vigor

Mintxo Ilundain, herido de bala en sanfermines del 78: «Pedimos una reparación, la herida aún sangra»

Mintxo Ilundain se encontraba junto a Germán Rodríguez cuando la Policía española comenzó a disparar ráfagas de metralleta aquel 8 de julio de 1978 en pleno centro de Iruñea. Una bala atravesó limpiamente el brazo de Mintxo, que vio cómo Germán agonizaba mientras les trasladaban en un coche al hospital. Han pasado 40 años y ningún juez ni fiscal le ha llamado para intentar aclarar aquellos hechos. A su juicio, es necesario «curar esta herida que todavía sangra», para lo que ve necesaria «una reparación del daño» causado.

Mintxo Ilundain posa junto a la estela en recuerdo de Germán Rodríguez. (FOTOGRAFÍAS: Iñaki VIGOR)
Mintxo Ilundain posa junto a la estela en recuerdo de Germán Rodríguez. (FOTOGRAFÍAS: Iñaki VIGOR)

Usted tenía entonces 17 años. ¿Recuerda cómo fueron los hechos?
Sí, recuerdo los hechos perfectamente. Fueron tan impactantes que no se pueden olvidar. Recuerdo la manifestación que se organizó después de la entrada de la Policía en la plaza de toros. Íbamos un grupo grande de gente hacia el Gobierno Civil y los grises cargaron contra nosotros. Nos hicieron retroceder, y en la calle Roncesvalles empezaron a sonar ráfagas desde unas camionetas de la Policía Nacional que las teníamos enfrente. No eran pelotas de goma ni botes de humo, eran disparos de balas que rebotaban por todos los lados. Un grupo de cuatro o cinco personas nos tiramos al suelo y nos parapetamos detrás de un coche que estaba cruzado en medio de la calle. Estuvimos oyendo disparos y disparos durante un rato, hasta que Germán, que estaba a mi lado, dijo que eran balas de fogueo. Los dos nos levantamos a la vez y yo noté un quemazón en el brazo y vi cómo a Germán le habían dado un tiro en la cabeza. Cayó hacia atrás como un fardo, se quedó de bruces y yo me quedé mirando, hasta que alguien me echó hacia el suelo porque yo seguía de pie y continuaban disparando. Fue muy impactante ver a este hombre con un agujero en la cabeza. Enseguida le llevaron hacia una calle paralela y le metieron en un coche, el mismo en el que luego me metieron a mí. Germán estaba en la parte de atrás, con dos personas, y a mí me pusieron junto a él, entre el asiento del conductor y los asientos traseros. No sé si las personas que nos metieron en el coche eran amigos de Germán, pero sí vi que aquel hombre estaba muerto o se estaba muriendo. No se podía pasar porque estaban todas las calles llenas de coches cruzados. El conductor tocaba la bocina, la persona que iba junto a él sacó la camiseta por la ventanilla pidiendo paso, y al final pudimos llegar al hospital.  

¿Usted había estado aquella tarde en la plaza de toros?
Yo no había estado en la corrida porque entonces solo tenía 17 años y no nos daba la paga para ir a los toros. Pero sí que tenía relación con gente de la Txantrea y buscábamos a personas conocidas de la peña Armonía Txantreana. En el último toro nos solíamos colar en la plaza y subíamos al tendido, y al acabar la corrida bajábamos al ruedo y salíamos con la peña. Aquel día entré en la plaza pero ya había sido el jaleo causado por la entrada de la Policía por el callejón, porque habían sacado una pancarta. Yo no vi qué ocurrió dentro de la plaza, pero recuerdo que intenté entrar y no podía, porque la gente salía corriendo hacia fuera. Fue como una estampida. Al final pude entrar y vi que la plaza estaba prácticamente vacía, con gente en el ruedo, un policía tumbado y sin casco, varias personas recogiendo heridos… Yo bajé al ruedo y entre unos cuantos llevamos a aquel policía hasta el callejón, con una especie de bandera blanca. Luego me llamaron para llevar a un herido a la enfermería de la plaza de toros. Allí había un caos total, humo por todos los lados, heridos amontonados por el suelo, algunos ensangrentados. Yo no entendía lo que había pasado, porque no lo había visto, pero aquello parecía una guerra. Luego me contaron lo ocurrido, salí por el patio de caballos y vi unos autobuses de los grises que tenían una especie de verjas en los laterales. Un grupo de personas nos acercamos a un autobús que ya se iba y comenzamos a golpear la parte de atrás como reacción de rabia a lo que había pasado, y en un momento determinado salió un gris y disparó una ráfaga de metralleta a media altura hacia nosotros, y todos nos tiramos al suelo. Fue una ráfaga de fogueo, y lo que querían era asustarnos para irse ellos de allí. Ese fue mi primer encontronazo. Después se levantaron barricadas, se organizó una manifestación hacia el Gobierno Civil y los policías nos echaron hacia atrás y ocurrió lo de Germán en la calle Roncesvalles.



¿Conocía usted a Germán?
No, yo no le conocía, ni a él ni a ninguno de los que nos llevaron en el coche al hospital.

¿Recuerda si pudo decir algo tras recibir el disparo, o cayó muerto en el acto?
No, él ya no habló. Fue prácticamente una muerte en el acto. Cuando nos llevaban en el coche hacia el hospital yo le noté bocanadas agónicas. Es muy difícil que alguien sobreviva tras recibir un balazo en la frente. Lo que sí recuerdo es lo que dijo cuando estábamos agachados junto al coche y nos levantamos él y yo a la vez: «Son balas de fogueo. ¡Vamos, arriba!».

Una de las balas de aquella ráfaga le atravesó a usted el brazo. ¿Qué recuerda de su llegada al hospital?
Cuando llegamos había un caos de heridos. Primero metieron a Germán en una camilla y después me metieron a mí. Me llevaron corriendo al quirófano, porque tenía bastante sangre en el brazo, pero la bala no me tocó el hueso y atravesó limpiamente el músculo. Estuve unos pocos días ingresados, me enviaron a casa y me recuperé enseguida. No he tenido ninguna secuela especial, sólo me han quedado las cicatrices.



¿A qué distancia estaban los policías que dispararon las ráfagas de metralleta?
Yo calculo que estaban a menos de 50 metros. Yo no veía a los policías que disparaban, porque ya estaba oscureciendo, pero sí veía las luces de las furgonetas y las veía cerca, a unos 40 metros o así. Recuerdo que disparaban a media altura y que los disparos silbaban por encima del coche. De hecho, a los días fuimos a ver las marcas de los disparos en las paredes de la calle.

¿Le tomaron declaración en los días siguiente a aquellos hechos?
Sí. El día siguiente a aquellos hechos yo estaba en la habitación del hospital junto a otro herido, llegaron varios policías y sacaron a todos los familiares y amigos que habían ido a vernos. Me tomaron declaración en la misma cama, y yo les conté lo mismo que estoy contando ahora. Les interesaba, sobre todo, quién había disparado o quién pensaba yo que había disparado. A los pocos días, cuando ya me encontraba en mi casa, me llamó un policía del Gobierno Civil para que fuese a declarar. Le dije que estaba solo, que en ese momento no estaban mis padres, y él mismo vino a buscarme y me llevó a declarar, a pesar de que entonces yo era menor de edad. En ese momento ni te planteas decir sí o no, o buscar a alguien que te cubra como representante legal. Fui a declarar y les conté lo mismo que había dicho en el hospital. Les dije que los disparos venían desde las camionetas policiales.

¿Desde entonces, ningún juez ni fiscal le ha llamado para tratar de aclarar aquellos hechos?
No. Desde entonces no me han llamado para nada. Solo declaré aquellas dos veces ante la Policía.



Ya han pasado 40 años desde aquellos hechos. ¿Qué opina de aquella actuación policial? ¿Cree que fue algo premeditado, que tenían intención de reventar los sanfermines?
Todos los que hablamos sobre este tema pensamos que sí, que había una intención extraña. No se puede demostrar, claro, porque el Ministerio del Interior se niega a desclasificar los documentos, pero realmente todos tenemos la sensación de que lo que estaba pasando aquellos días no era normal. Se notaba más presencia policial, agentes con pañuelos de distintos colores y procedentes de varios sitios, se comentaba que parecía que iba a haber jaleo porque el mes anterior había habido un atentado y se habían producido detenciones, y también había un encierro en el Ayuntamiento. Desde el primer día de los sanfermines ya se veía mucha presencia policial en los alrededores de la plaza de toros, y nos llamaba la atención los policías con pañuelos de distintos colores en el cuello. La sensación es que hubo un interés en dar aquí una especie de escarmiento.

El Gobierno español sigue negándose a desclasificar la documentación que posee sobre aquellos hechos. ¿Cree que intenta ocultar quién dio aquella famosa orden de «No os importe matar»?
Seguramente se puede saber quién dio aquella orden, porque tienen todo grabado, pero es evidente que intentan ocultarlo. Aquí la palabra clave es impunidad. Frente a unos hechos muy graves, en los que el castigo debería ser ejemplar, lo que hacen es crear un espacio de impunidad en el que no se puede descubrir a los responsables. Eso es algo que nos sigue pesando a todos los que hemos vivido aquellos hechos y aquella época. Si no existiera esa impunidad y los hechos se aclararían, creo que esa sensación cambiaría. Nosotros hablamos de aquellos hechos como una herida que se ha quedado sin cerrar. Esta herida está abierta todavía y hay que hacer todo lo posible por cerrarla, pero no cerrarla en falso, como ellos han querido hacerlo, creando un clima de impunidad. No basta con decir que fue un error. El resultado fue un crimen, y hay que delimitar las responsabilidades. Tenemos que saber quién ordenó disparar con fuego real, si hubo o no una preparación anterior, si hubo un intento de romper esta fiesta de San Fermín y de escarmentar a la población por el movimiento social que había entonces. Lo que le sucedió a Germán, lo que nos ocurrió ese día, fue una consecuencia de lo que previamente había ocurrido en la plaza de toros. El verdadero ataque a esta ciudad fue en esa plaza. Entraron en un espacio festivo disparando con fuego real y podía haber habido un montón de muertos. Es una responsabilidad grandísima, y creemos que tiene que haber un castigo a quienes idearon aquello. Lo único que pedimos es que se esclarezca la verdad, que haya justicia y que haya una reparación del daño para curar esta herida que todavía sangra.