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Playas y terrazas, lugares de «postureo» también en 1900

Jantziaren Zentroa de Errenteria propone viajar a los veranos de 1900 y los años 20 de Donostia. Entender, a través de trajes y vestidos, como vivía la alta sociedad esta época: ver y dejarse ver era una parte natural de su ideal día a día.

La exposición se divide en dos partes: la playa y las terrazas de cafés de tarde y noche. Algunos de los objetos y trajes son originales; otros son reproducciones exactas de lo que se llevaba entonces. (Jon URBE / FOKU)
La exposición se divide en dos partes: la playa y las terrazas de cafés de tarde y noche. Algunos de los objetos y trajes son originales; otros son reproducciones exactas de lo que se llevaba entonces. (Jon URBE / FOKU)

Las normas de uso de la playa de La Concha, a primeros de 1900, prohibían a los hombres bajar al arenal desde la primera rampa. Y hasta el tramo que se alargaba hasta la talasoterapia de La Perla, solo podían disfrutar del baño mujeres, niñas y niños.

Utilizar las casetas costaba 25 pesetas, y llegar hasta la orilla acompañada de un bañero para darse un chapuzón, 50. Hoy nos parece calderilla, pero en la época era un dineral que, además, se asumía de forma rutinaria en época estival. Solo lo hacían las clases más pudientes, claro está. Jantziaren Zentroa de Errenteria, ubicado en Kapitain etxea, propone para los meses de julio y agosto un viaje en el tiempo. Echar los calendarios más de cien años atrás para, a través de maravillosos vestidos y sombreros, datos curiosos y algo de fantasía que ha de aportar cada visitante, entender cómo eran los veranos en la Donostia de 1900 y los posteriores años 20.

Nos aporta detalles y anécdota Ramón García, miembro del grupo de danza errenteriarra Iraultza, modisto e investigador de vestuario tradicional vasco, entre otros. El objetivo ha sido plasmar «en carne y hueso» lo que tantas veces hemos visto en archivos fotográficos sobre aquellos tiempos pasados. Resulta hermoso verlo en colores, porque las imágenes de entonces son a base del blanco y del negro, de grises que nos permiten intuir que vestían de diversos colores.

La exposición comienza con un recorrido por la playa, arena incluida. Vemos a «grandes señoras» por sus apellidos de peso y cartera abultada. Puntillas y bordados laboriosos, tejidos de algodón de la máxima calidad en colores claros: blancos, crudos, hueso… resultaban más frescos contra el calor. «Bajaban a la playa con sus grandes vestidos. No es como ahora, que te pones un trapillo; antes se vestían lujuriosas. Hoy nos resulta incomprensible», cuenta García. El uso que le daban a La Concha estas mujeres de la alta sociedad era diferente al que asumimos ahora: en ningún momento se quitaban la ropa, permanecían vestidas totalmente, explica. «Estaban para lucir, no tomaban el sol y tampoco se bañaban. Estaban tal cual podían estaban en el Boulevard, pero sobre la arena».

Junto a ellas está la iñude, la mujer que se encargaba de cuidar de los niños y las niñas de la familia. Cubiertas también y sin escatimar en calidades. Pero mientras ella trabaja, «la señora de la casa» disfruta de la playa y su brisa. «Charlaban en corrillos, y en muchas de las fotos que hemos consultado se ve algo similar a lo que hoy vemos en los toldos: familias que comparten espacio un año tras otro, mujeres agrupadas de cháchara… Hay que entender que La Concha era un punto importantísimo de encuentro y socialización, era el punto en el que dejarse ver». No el único, pero sí uno de los estratégicos que había en la ciudad para lucirse y pasear. Y presumir también.

Sobre la arena vemos también a una bañista, acompañada de un bañero. Estos hombres se ocupaban de las sillas, de asistir a los usuarios hasta la orilla, de los diversos servicios que se pudieran requerir. Viste un traje azul marino, de chaqueta y pantalón con ribete blanco. La bañista casi está tan cubierta como él. «Es un bañador de la época, a base de buzo y falda, intuyo para que no se viera nada que no debiera enseñarse…».

¡Y cómo no! Los míticos paseantes que se aferran a la barandilla para «fisgonear» ya existían entonces; para el cotilleo ha habido afición siempre.

¿Y qué ha cambiado desde entonces? Muchas cosas y de forma evidente además. Nos podemos llevar las manos a la cabeza por ver cómo bajaban a la playa, mujeres que llevaban incluso guantes para no quemarse, pamelas con plumaje y zapatitos de tacón… pero, ¿cómo reaccionarían ellas y ellos si hoy levantaran la cabeza? Bañadores para todos los gustos, cuerpos semi desnudos que se muestran sin complejos y pieles que desean tostarse al sol.

Lo que no ha cambiado es el papel que juega la playa a la hora de relacionarse, socializar y disfrutar. «Como punto de cotilleo y a veces de despelleje sigue siendo igual, lo que han cambiado son las formas de expresarnos a través de la ropa», opina nuestro guía.

Mazagrán y champán

La segunda parte de la exposición nos lleva a los cafés de la tarde y al champán de las noches. Son los años 20. Vestidos que dejan a la vista finos tobillos, medias que dan un ligero aire sexy, casquetes, boquillas que sostienen cigarrillos, plumas y abalorios… son otros tiempos para la mujer, que empieza a salir y disfrutar algo más, alejada de trajes encorsetados. Pero seguimos hablando de ciertos apellidos y entornos, de poder y dinero.

El café La Marina, ubicado en la esquina de la calle Garibay con el Boulevard, era lo más de lo más. Si eras alguien que pertenecía a la high class y estabas en Donostia, tenías que pasarte por allí «sí o sí», afirma García. «Si no, no eras nadie». Allí tomaron sus aperitivos escritores, políticos, toreros, estrellas del celuloide y artistas.

El ‘Mazagrán’ era la bebida de moda. A base de café, hielo, ron, limón y azúcar. Fresquito y con personalidad, para tomarlo en la grande terraza mientras mirabas y eras visto. Lo que hoy llamaríamos postureo, vaya.

Una enorme imagen que ocupa la pared completa nos muestra el Boulevard de la época, hoy aún corazón de la ciudad donde ocurre la vida y la gente disfruta de la ciudad… de otra manera en este caso también.

El ambiente aquí está acompañado por música charlestón. Entramos en la noche, donde el ambiente es más ligero y relajado, aunque la pose estudiada se sigue sosteniendo. «La noche es diferente, y la ropa también, obviamente ». Con copas de champán, no es que celebraran nada, «solo salían y disfrutaban… y lucían ». Ellas siguen cubriéndose la cabeza, pese a hacerse previamente maravillosos peinados. Da pena incluso pensar que los tapaban después con ceñidos casquetes.

Estos tocados que llevan los maniquíes, como otros muchos objetos, además, son originales de la época. Juegos de té, bolsos tejidos a base de abalorios, pequeñas sombrillas de mano para protegerse del sol, las sillas y algún traje de caballero.

La exposición permanecerá abierta hasta el 2 de setiembre, y podrá visitarse los sábados, tanto por la mañana como por la tarde, y los domingos y festivos, de 12.00 a 14.00.

Después de la visita bien puede apetecer un chapuzón, aunque sin bañero ni pololos que cubran nuestras rodillas. Si no está el cuerpo para baños, puede caer un aperitivo a base ‘Mazagrán’. Quizá tras la barra se enrollen y nos los preparen… Y si acaso termina por ser un vermut, habrá de tomárselo en el exterior del local, mientras miramos y nos miran.