Nadja Bourakan

NAIZ en Argelia: «Basta de maniobras, el sistema debe caer»

El anuncio de dimisión del presidente Abdelaziz Bouteflika del pasado martes no impidió que los argelinos se volvieran a echar a la calle este viernes. Piden cambios mucho más profundos en un momento histórico que está marcado por la incertidumbre.

Las caretas de Vendetta destacan en la movilización de Argel. (Karim TOUILEB)
Las caretas de Vendetta destacan en la movilización de Argel. (Karim TOUILEB)

Argel amanece con un helicóptero amartillando en círculos un cielo gris y una marea de gente caminando en dirección al centro de la ciudad. Un viernes más, los argelinos se echan a la calle como lo han venido haciendo desde que comenzaran las protestas en febrero. El detonante entonces fue la presentación de la candidatura a las elecciones presidenciales de Abdelaziz Bouteflika, el hombre que llevaba más de veinte años en el poder, y más muerto que vivo los últimos seis tras un ictus que lo postró en una silla de ruedas en 2013.

El servicio de metro permanece suspendido, en un intento de las autoridades de impedir una nueva concentración multitudinaria como las anteriores. Hay razones de peso; tras el anuncio oficial de Bouteflika de renunciar a la presidencia el pasado martes, Abdelkader Bensalah, presidente del Consejo de la Nación –la cámara alta del Parlamento– ha asumido el cargo de jefe de Estado durante 90 días, período en el que teóricamente se deben realizar elecciones presidenciales.

«Basta de maniobras, el sistema debe caer», resume en un pedazo de cartulina un argelino trajeado de mediana edad. Es el sentir de las decenas de miles de personas que se han echado a la calle. La gente que camina  desde el extrarradio toma todo el centro de la capital, entonando cánticos que tienen su réplica en pancartas y banderas argelinas  gigantes enarboladas entre varios manifestantes.

Todos parecen ya acostumbrados a la presencia de esos individuos de paisano apostados en las esquinas y hablando por el móvil a través de auriculares; «Policía secreta», dice el clamor popular.

Menos amenazantes resultan los que hacen su agosto cada viernes con sus puestos de zalabia –una especie de churros de miel huecos– y, por supuesto, los que ofrecen banderas, banderines con la enseña nacional, además de muñequeras, mecheros, e incluso la máscara de Guy Fawkes que popularizara la película V de Vendetta, y que acabaría convirtiéndose en símbolo de protesta global. Si se puede hablar o no de una «primavera argelina» como tal aún está por ver, pero el merchandising ya está en marcha.

Lejos de ser una protesta organizada marchando de forma ordenada y bajo un único lema, la versión argelina del Viernes de la Ira es más una performance coral en un ambiente totalmente festivo, y con diferentes grupos coreando soflamas y discursos varios por todo el centro de la ciudad. Si bien hay familias y gente de todas las edades, la media de edad apenas rozará los treinta.

Ellos son muchísimos más que ellas y prácticamente todos se hacen selfies entre el marasmo multicolor. Llegarán con retraso a través de las redes sociales porque Internet hace ya rato que no da abasto. Llama la atención no solo la práctica ausencia de miembros de los cuerpos de seguridad, sino también que algún que otro uniformado se mezcle entre las masas con una bandera argelina colgada al cuello. Un manifestante ya le ha pasado el brazo por el hombro antes de pedirle un selfie del que nunca hubo escapatoria.

Conspiraciones
Uno de los puntos neurálgicos de las protestas es la Plaza de la Grande Poste, donde la escalinata del imponente edificio de Correos se vuelve a convertir en una especie de anfiteatro invertido desde el que un grupo marca los tiempos. Al igual que por todo el resto del casco urbano, las banderas tricolores amazighs (azul, amarillo y verde) se entremezclan aquí con las nacionales argelinas.

«Han prohibido la bandera de la Kabilia [principal bastión bereber argelino], pero no la común a todos los amazigs. Probablemente por eso verás tantas», dice un veinteañero que responde al nombre de Younes, se presenta a sí mismo como «indígena norteafricano» y habla de una protesta «para el libro Guinness de los Records» por su carácter pacífico. Apenas se le oye entre esa consigna coreada por miles de voces que piden acabar con la «triple B», en referencia a los tres políticos elegidos para pilotar la transición: el presidente del Senado, Abdelkader Bensalah; el del Consejo Constitucional, Tayeb Belaiz; y el primer ministro y antiguo titular de Interior, Nouredin Bedaui. A este último se le acusa de cometer fraude en las elecciones presidencias de 2014, así como de orquestar represión en las manifestaciones.

Una pancarta con sus fotos desplegada en la escalinata de Correos propone echarlos a un contenedor de «residuos orgánicos». Justo enfrente, un manifestante de avanzada edad sostiene una hoja tamaño DIN A4 en la que pide directamente la pena capital para ellos. Otro personaje recurrente es Ahmed Gaid Salah, jefe del Ejército desde 2004, a quien la masa acusa de conspirar para secuestrar el proceso de transición hacia unas elecciones.

«¿Quién nos dice que no acabarán suspendiendo las elecciones con la excusa de la inestabilidad en el país?», se pregunta Nouredin, una manifestante de 23 años que ha madrugado para caminar hasta el centro desde un barrio periférico al este de Argel. El papel que jugará el Ejército en una nueva encrucijada histórica para el país es, sin duda, una de las grandes incógnitas. Por el momento no se dejan ver en la calle, pero sí las llamadas Brigadas Patrióticas, un misterioso grupo de individuos vestidos de camuflaje de los que se dice que hacen rondas por hoteles y lugares donde hay extranjeros para «invitarles» a que abandonen el país. Más selfies.

La otra gran ausencia es la de los islamistas, que parecen mirar de reojo lo que hace el resto de sus vecinos. «Estos también están conspirando», aseguraba Fadwa, madre de dos niñas con los colores de la bandera argelina pintados en los carrillos.
Antes de que caiga el sol, la marea de gente desanda el camino a casa. Los coches esperan pacientes con la música a tope y los críos sacando medio cuerpo por las ventanillas. Los padres también hacen el signo de la victoria con los dedos.

La música retumba desde ese laberinto de callejuelas desconchadas que caen empinadas hasta el mar. Mientras tanto, los voluntarios de las brigadas de limpieza se encargan de recoger la basura que la protesta ha dejado atrás. «Esto no ha acabado. Debemos permanecer unidos», reza una pancarta a pocos metros sobre sus cabezas. Probablemente, no haya hecho más que empezar.

¿Dónde están los islamistas?
Tras ganar las elecciones de 1989, el islamista Frente Islámico de Salvación (FIS) fue derrocado por un golpe militar antes de su llegada al poder. Casi treinta años más tarde, el islam político tiene hoy una presencia residual en el aparato legislativo argelino, habiendo perdido incluso el apoyo de las clases populares y los jóvenes en las últimas décadas. La antigua apuesta por la violencia del pasado es hoy algo que los argelinos y los propios islamistas no compran.

Por otra parte, FNL y RND, los partidos hoy dominantes, han sabido movilizarse y concentrar el apoyo popular. Con un 50% de la población por debajo de los 27 años, la juventud actual de Argelia es más abierta mentalmente a las ideas occidentales de democracia participativa y contraria a la idea de hombre-partido-nación que ha dominado en el país desde mucho antes de la llegada a Bouteflika al poder en 1999. Así, los partidos islamistas que se presentaban a las elecciones al Parlamento en 2017 eran el claro ejemplo de esas fuerzas políticas que la juventud argelina, así como gran parte de la población, ven como retrógradas.

Que el discurso exclusivamente religioso ya no cala en la sociedad queda patente en el hecho de que hasta Fateh Rebiai, líder del islamista de Ennahda, aboga por la separación de los discursos políticos y religiosos, lo que no implica que busquen una separación entre Estado y religión. Ennahda es uno de los tres grandes partidos de la Coalición Islamista que consiguió 48 escaños en las elecciones del 2017. Si bien varios de ellos hablaron de «fraude electoral», Rebiai es tajante cuando habla de «un buen momento para hacer una autocrítica y no echar balones fuera».

El anteriormente todopoderoso FIS, ahora ilegalizado, sigue existiendo. Sus líderes predican contra el Gobierno y señalan a los islamistas que piden participar en la vida política. Entre estos últimos, algunos se alinean con el gobierno y otros con la oposición, abriéndose aún más la falla en el islam político argelino.