Beñat ZALDUA

Olvidar fantasías y recuperar horizontes

Beñat_Zaldua_aurpegia
Beñat_Zaldua_aurpegia

Contexto y perspectiva. Se suele situar el nacimiento de la Generalitat en 1359; han pasado 660 años. Desde la primera Diada masiva a favor de la independencia han transcurrido siete años. A los que el proceso soberanista se les ha hecho largo habría que recordarles que ha ocupado un 1,06% del tiempo transcurrido desde que los catalanes empezaron a organizarse, por decirlo fácil. Tranquilidad.

Que lograr la República será largo y que no está a la vuelta de la esquina es algo que, dos años después, asumen de forma más o menos explícita prácticamente todos los actores del soberanismo catalán. Y las últimas declaraciones de figuras como Marta Rovira, Anna Gabriel o el propio Quim Torra anticipan que, privadamente, no es tan diferente el análisis que se hace de lo ocurrido en octubre de 2017. Hay reproches vigentes y matices que siempre existirán, pero se intuye la posibilidad de cierto consenso. Compartirlo públicamente sin que suponga exponer todas las miserias propias y tirar a la basura lo (mucho) conseguido en aquel otoño fascinante sería un gran punto de partida. Quizá haya que escuchar más a todas las voces del exilio.

La Diada de hoy, lo ha reconocido la propia presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, es una Diada difícil, marcada por la división de diversos actores soberanistas. A las ya conocidas divergencias entre JxCat y ERC se suman las existentes entre ANC y Òmnium Cultural –que este año da apoyo a la manifestación pero no la organiza–. Tampoco estaría de más recordar que dentro de cada espacio político hay acentos ciertamente diferentes. Jordi Sànchez y Carles Puigdemont no dicen las mismas cosas, y los matices entre Rovira y Oriol Junqueras tampoco se deberían pasar por alto.

Esta foto fija se acostumbra a contraponer con la idealizada unidad de jornadas como el 9N y el 1-O. Es un espejismo. Quizá habrá que recordar que el 9N se salvó cuando la CUP le echó un cable a Artur Mas después del plante de ERC. Sin la pugna partidista no se explica la aceleración que vivió el proceso. Traigan a la memoria que la tensión entre entidades y partidos siempre existió. A Mas no le sentó nada bien el «President, posi les urnes!» de Carme Forcadell en 2014.

¿Qué ha cambiado entonces? Una posible respuesta pasa por recordar que hasta 2017, el horizonte final, la independencia, era posible, era factible. Hablo de las convicciones íntimas de miles de independentistas, no tanto de hechos objetivos. Esto facilitaba la unidad de acción y el diseño de horizontes compartidos a corto plazo (9N, 27S, 1-O, la Diada de cada año…). También hacía más fácil la presión de las entidades sobre los partidos. Tras el 1-O, y con la gran colaboración de relatos que no siempre han venido desde el Estado español, el horizonte de la independencia ya no parece posible, se ha interiorizado que no es factible, es imposible; y partir de ahí nada funciona, solo queda el reparto de la carroña. Es una perspectiva fatal.

Así llegamos a la sentencia que está a punto de caer. Visto lo visto sería iluso esperar grandes gestas, pero no sería poco que la condena que llegue sirviese para levantar la cabeza, recuperar esos horizontes y encararlos con otra madurez. Porque asumir que todo será bastante más difícil de lo que parecía no puede significar renunciar, por imposible, a una demanda que, como lo demuestran los centenares de miles de personas reunidas hoy de nuevo en Barcelona, sigue siendo la reivindicación política mejor articulada de la sociedad catalana.