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«¡Ni políticos ni religiosos!». lema de la revuelta en Irak

Las protestas en Irak cumplen ya su tercer día y se extienden desde Bagdad hacia otras partes del país, desafiando la represión (una treintena de muertos) y el toque de queda. Los manifestantes rechazan cualquier tipo de injerencia de políticos y líderes religiosos, a los que corresponsabilizan de la corrupción, el clientelismo y la falta de futuro de la juventud de Irak.

Llevan a un joven herido en las protestas en Bagdad. (AHMAD AL-RUBAYE I AFP)
Llevan a un joven herido en las protestas en Bagdad. (AHMAD AL-RUBAYE I AFP)

«Ni políticos ni religiosos»: Los manifestantes que salen a la calle estos días en Bagdad y en otras ciudades para protestar contra un Estado incapaz de garantizar un futuro y empleo a la juventud no quieren ni oír hablar de la clase política en un país anegado por la corrupción y el clientelismo.

«Este movimiento no se parece a ningún otro: es una revuelta popular, no política, y no está vinculada a ningún partido o tribu», señala entusiasmado Majid Saher, de 34 años.

Por primera vez, reivindican los jóvenes, las manifestaciones no han sido convocadas por el líder chií Moqtada al-Sadr o por el gran ayatollah Ali al-Sistani, dos figuras hasta ahora ineludibles en la escena política del país.

Promesas incumplidas

«Como puedes ver, no hay líderes aquí. Todos somos jóvenes y estamos en paro», señala Hussein Mohammed, jornalero sin empleo estable.

El paro afecta a uno de cada cuatro jóvenes mientras que el sector público, que absorbía en tiempos de Saddam Hussein a todos los licenciados en la universidad, está hipertrofiado y no tiene capacidad de reclutamiento.

Desde hace tiempo, todos los días en cualquier localidad iraquí, licenciados en paro improvisaban protestas ante la indiferencia general. Pero esta vez han bajado a la calle en masa, seguidos por todos los descontentos con el Gobierno del pro-iraní Adel Abdel Mahdi, que lleva en el poder apenas un año.

Los hay que quieren el final de la corrupción, que ha devorado ya 410.000 millones de euros al Estado en 16 años; otros reclaman servicios públicos funcionales para poner fin a decenios de penuria de electricidad y agua potable; otros apoyan a un general recientemente destituido.

Nesrine Mohammed apela al «que se vayan todos, desde el gobierno a los políticos, que no ofrecen más que mentiras y promesas incumplidas. Los partidos nos han robado todo», denuncia esta manifestante de 46 años. «No hay lugar para los pobres en este país», concluye.

Para Walid Ahmed, un exmilitar que tose en medio del humo negro provocado por el fuego que se eleva de las ruedas quemadas en las barricadas, hay que impedir que el movimiento sea secuestrado.

«Nuestro problema número uno es la corrupción, que nos está matando», denuncia, para advertir que «no queremos partidos políticos, ni dignatarios o jefes religiosos. No queremos que nos roben nuestro movimiento».

El experto en Irak Fanar Haddad destaca el inédito carácter espontáneo de las protestas. «Es la primera vez que hay manifestaciones masivas sin que el movimiento sadrista esté detrás».

Muerte de un mito

Los manifestantes, que desde el martes desafían la represión y el toque de queda e incluso las balas –12 muertos y cientos de heridos–, han demostrado ya una cosa, sea cual sea el desenlace del movimiento: «el mito según el cuál solo los seguidores de Moqtada al-Sadr pueden hacer salir a la gente a la calle ha estallado en pedazos».

Las últimas grandes protestas, que en 2016 lograron paralizar la Zona Verde de Bagdad fueron convocadas por el clérigo chií. Su movimiento es el que hasta ahora ha sabido catalizar el malestar contra la corrupción y contra el seguidismo pro-iraní de este y anteriores gobiernos.

Síntoma de que algo ha cambiado, cuando Al-Sadr apeló a una huelga general para hoy se cuidó mucho para añadír que no pretende en ningún caso transformar «manifestaciones políticas en manifestaciones partidarias».

No obstante, Haddad advierte de que esta independencia del movimiento, convocado anónimamente en las redes sociales, «es preocupante para el gobierno pero también para los manifestantes».

De un lado, la calle ha tomado conciencia de su poder «con una ola incontrolable que se extiende de barrio a barrio y de calle a calle»,. señala el experto, para añadir que, por otro, «nadie sabe hacia dónde va esta ola».

Y el eslogan faro de las malogradas primaveras árabes de 2012, «El pueblo quiere la caída del régimen», que unía a todos los manifestantes, no tiene el mismo eco en un país donde los cargos son distribuidos según criterios confesionales, visualizando, de hecho, «un poder difuso».

«No hay rey al que mandar a la guillotina» en Irak, concluye Haddad.