Natxo MATXIN

El «Sálvese quien pueda» en la adquisición de material sanitario

La retención temporal en Turquía de un cargamento con 12 respiradores destinados a Nafarroa –se ha anunciado que llegarán este mismo domingo– solo es un episodio más de la egoísta política del «Sálvese quien pueda» que se viene aplicando en las últimas semanas en la adquisición de material sanitario, un recurso cuyo precio se ha disparado con la entrada en el mercado de la demanda estadounidense.

Operarios descargan en el aeropuerto de Budapest un cargamento de material sanitario proveniente de China.(Gergely BOTAR/AFP)
Operarios descargan en el aeropuerto de Budapest un cargamento de material sanitario proveniente de China.(Gergely BOTAR/AFP)

Ni siquiera el oro, los diamantes o el petróleo pueden pelear ahora mismo con el material sanitario, en una cotización mundial que dispara al alza la fabricación y comercialización de respiradores, mascarillas y equipos de protección individual –los ya archiconocidos como EPIs– a medida que se extiende la pandemia del Covid-19 por los diferentes estados del globo terráqueo.

Los casos de «piratería moderna», como los tildó de manera reciente el ministro de Estado de Berlín, Andreas Geisel, se van sucediendo a medida que la crisis sanitaria se hace más patente, sin importar mucho el hecho de que sean aliados naturales los países implicados. En esta batalla, el «Sálvese quien pueda» comienza a cobrar un protagonismo que habrá que ver hasta qué punto tiene sus consecuencias diplomáticas.

Las necesidades internas de productores de este tipo de material –China y Turquía– y la aplicación de regulaciones legislativas propias de periodos de guerra (retención de este instrumental o prohibición de salida fuera de las fronteras) están sacando a flote las egoístas políticas de cada gobierno, muy alejadas de lo que se supone debería ser la búsqueda de una solución conjunta a un problema global.

El bloqueo de exportaciones de material sanitario y la requisición de todos los cargamentos ya fue algo que puso en práctica a comienzos de marzo el gobierno presidido por Edouard Philippe, al confiscar un stock de cuatro millones de mascarillas de una empresa sueca, lo que levantó sus ampollas con el país escandinavo.

Los incidentes han ido en aumento conforme la situación médica se ha ido agravando. El 17 de marzo, las autoridades checas retuvieron un lote de 680.000 mascarillas y un número indeterminado de respiradores en un almacén de una empresa privada radicada en Praga.

La acción se transformó en problema diplomático cuando se dio a conocer que parte de ese material era una donación de China hacia Italia, una de las zonas más afectadas por el coronavirus del planeta. Ni siquiera el envío, una semana después, de 110.000 de esas mascarillas en dirección al país transalpino pudo aminorar la crisis abierta.

Coincidiendo con esas fechas, las autoridades alemanas denunciaron la «desaparición» de una remesa de seis millones de mascarillas con dirección al país germano durante una escala en el aeropuerto de Nairobi. Las autoridades keniatas negaron tal extremo.

Irrupción del dólar estadounidense

No es el único episodio en el que se han visto como actores no deseados los teutones. El ya citado Geisel denunció este pasado viernes que un cargamento de 200.000 mascarillas con el mayor grado de protección –las usadas por los profesionales sanitarios en primera línea de atención a los pacientes con coronavirus– destinadas a Alemania habían sido interceptadas en Bangkok y redirigidas hacia los Estados Unidos.

«Esa no es forma de tratar a los socios transatlánticos. Incluso en tiempos de una crisis global, no deberían utilizarse métodos del salvaje oeste», se desahogó el citado Geisel, en términos claramente alusivos al país gobernado por Donald Trump.

Y es que los Estados Unidos, que ahora encabezan la cifra de contagiados y muy pronto también lo harán en la de fallecidos, han entrado como un elefante en una cacharrería, dispuestos a hacerse con todo el material sanitario a golpe de talonario. El dólar estadounidense se cotiza bien y en gran cantidad, sobre todo en los aeropuertos chinos, principal lanzadera de este instrumental a otros lugares del mundo.

«En la pista, los estadounidenses sacan el dinero en efectivo y pagan tres o cuatro veces más por los pedidos que hemos hecho, así que hay que pelearse de verdad», manifestaba esta semana el presidente de la región de Grand-Est, Jean Rottner.

Valérie Pécresse, presidenta de la región Ile-de-France –en la que se encuentra París–, insistía en esa denuncia. «Encontré un stock de mascarillas que estaba disponible, pero estadounidenses, no hablo del gobierno estadounidense –matizó prudente–, pujaron más alto que nosotros. Ofrecieron tres veces el precio y propusieron pagar ahí mismo», relató.

El propio ministro de Sanidad de Brasil, Luiz Henrique Mandetta, reconoció en público que empresas chinas habían rechazado pedidos del país sudamericano después de haber recibido una contraoferta estadounidense.

Salpicada por este tira y afloja, la administración foral navarra comunicó ayer que los 12 respiradores retenidos en Turquía llegarán próximamente a los centros hospitalarios de Nafarroa –aterrizan este mismo domingo en Madrid–, después de que la presidenta, María Chivite, enviase una misiva al embajador turco, en la que manifestaba su «disconformidad» con dicho embargo temporal.

Sin embargo, lo que ningún responsable institucional quiere admitir es que esta situación viene derivada de un mercado globalizado, vendido como la panacea, y de una brutal deslocalización, incluso a la hora de fabricar instrumental que ahora se ha revelado como de vital importancia.

Algunas voces ya hablan de revertir esa situación y aplicar las medidas necesarias de cara a poner en marcha un autoabastecimiento que no llegará a tiempo para quienes más están padeciendo en propias carnes esta mortal enfermedad. Aprender a base de palos vuelve a estar de moda.