Eguzki Agirrezabalaga

Casablanca, entre mezquitas, bazares, regateos y té de menta

Alardea con orgullo de acoger las mezquitas más grandes y suntuosas del planeta y combina en sus edificios el diseño colonial francés con el tradicional y el moderno. Es Casablanca, la urbe más poblada de Marruecos.

Un puesto en la Medina.
Un puesto en la Medina.

No existe el auténtico Café de Rick, por lo que no hay rastro de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. Pero sí hay medinas de callejuelas serpenteantes que invitan a perderse, artesanos y mercaderes con habilidades inauditas para el regateo, mezquitas modernas de proporciones impresionantes y escandalosamente caras levantadas con el sudor de miles de habitantes, parques donde evadirse del caos de las grandes avenidas... Es Casablanca, la ciudad más poblada de Marruecos.

Hay muchos lugares en Casablanca de donde puede partir una ruta para conocer la ciudad, pero una de las más estratégicas es la plaza que aún lleva el nombre de un dictador, Mohammed V, por ser su centro neurálgico, un cóctel bullicioso de influencias modernas y tradicionales con edificios de gran riqueza arquitectónica rodeada por un barrio singular, Art-Decó, de anchas avenidas bordeadas de palmeras y llamativos edificios.

Aunque el punto de partida elegido no es, precisamente, el más interesante para callejear, sí es el adecuado para acceder a la Medina, que sí merece una visita más pausada, a pesar de que no se incluye entre las más antiguas de Marruecos. Podría haberlo sido, sí, pero fue destruida totalmente por el terremoto y posterior tsunami de 1755 y reconstruida años después.

De todos modos, entre sus callejuelas serpenteantes se puede respirar el ambiente que caracteriza a las medinas clásicas. Esta también huele a especias. Y esta también acoge a cientos de artesanos expertos en el regateo. Aconsejables son las paradas en las puertas Bab Jédid y Bab Marrakech, el Santuario de Sidi-Kairouani y las mezquitas Ould el Hamra y Dar El Makhzen.

La gran mezquita Hassan II
 
En la Medina amurallada de Casablanca, muy cerca de la Plaza de las Naciones Unidas, se levanta uno de los lugares más visitados de la ciudad más poblada de Marruecos: la gran mezquita Hassan II. Y, avanzando por la muralla, el viajero llegará al bastión de la Sqala, donde se hallan los antiguos cañones apuntando todavía hacia el Océano, hacia el enemigo. Es un lugar que invita a disfrutar relajadamente de una espectacular vista panorámica de la Medina y del puerto. Desde allá se puede observar el faro y el santuario del primer santo patrón de la ciudad, Sidi el Kairouani, cuya tumba es hoy lugar de peregrinaje.

Pero, antes de avanzar, merece la pena parar un largo rato en la impresionante Mezquita Hassan II. Construida entre los años 1988 y 1993, el edificio, de inmensas proporciones, combina la artesanía tradicional con técnicas modernas que dieron como resultado un diseño de vanguardia: la construcción se apoya sobre pilotes que emergen casi misteriosamente del mar.



Desde la cúpula de su minarete –con sus casi doscientos metros, es el más alto del mundo–, salen disparados dos rayos láser que llegan a alcanzar treinta kilómetros y que apuntan hacia la Meca. En su interior la mezquita puede albergar a 25.000 personas, pero tiene una explanada exterior donde se reúnen 80.000 personas para seguir las oraciones. Además, su interior fue decorado al detalle por 500 albañiles y 10.000 artesanos y dispone de un techo corredizo que apenas necesita tres minutos para abrirse al cielo. Es la segunda mezquita más grande del mundo, tras la de la Meca.

Té de menta y dulces

Probablemente, la larga visita a la mezquita sea una buena excusa para descansar y recuperar fuerzas. Para ello un buen lugar es el Parque Liga Árabe, el más grande de la ciudad y al que recurren sus habitantes cuando desean escapar del abrumador bullicio de las avenidas. Es un oasis en pleno corazón de la ciudad; más agradable aún si el descanso va acompañado de un té de menta o alguno de los exquisitos dulces de la repostería marroquí.

No muy lejos del parque se extiende el barrio de Habou, conocido como «la Nueva Medina» –se llama así porque imita a las clásicas medinas–. Entre sus atracciones, destacan el curioso zoco de las aceitunas y, especialmente, el Palacio Mahkama du Pacha, uno de los mayores tesoros de Casablanca. Y, una vez allá, aconsejan desplazarse hasta la Ville des Artes, un centro de exposiciones itinerantes de artistas marroquíes contemporáneos. Se encuentra ubicado, exactamente, entre el parque de la Liga Árabe y el barrio Mâarif.

El barrio Mâarif no tiene encanto. Es hoy el barrio de moda de los jóvenes con dinero, la zona que alberga las tiendas de las grandes marcas. Sin embargo, el Museo del Judaísmo sí despierta cierta curiosidad entre los viajeros, porque exhibe la reconstrucción del interior de una sinagoga y relata la historia de la comunidad judía en Casablanca.

Ni rastro del Café de Rick

Y quien pretendía despedirse de la ciudad con una visita al Café de Rick –tras las huellas de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en ‘Casablanca’– que cambie de planes, porque ese café, el de la película, no existe. Lo que se va a encontrar es una réplica de los escenarios de Hollywood –eso sí, con pianista incluido– que un hostelero creó pensando más en el turismo que en los cinéfilos.

Una buena alternativa al café de Rick puede ser un paseo por la Corniche o por las playas, que se dibujan en los mapas, en la costa hacia el norte, como una prolongación de la ciudad.