Amaia Ereñaga
Entrevista
Laida Lertxundi
Cineasta

«Trato de dar voz a la experiencia femenina, con el cuerpo como punto de encuentro entre lo personal y lo social»

Laida Lertxundi (Bilbo, 1981) es una cineasta y profesora universitaria reconocida en círculos artísticos cuya obra está rodada, hasta ahora, en EEUU. Presenta ‘Autoficción’ en Zabaltegi-Tabakalera.

Laida Lertxundi. (Jon URBE/FOKU)
Laida Lertxundi. (Jon URBE/FOKU)

Se podría decir que esta edición es la de los regresos para Laida Lertxundi. En su vuelta a Euskal Herria después de su larga estancia en EEUU, esta cineasta ha recibido el premio Gure Artea 2020 en reconocimiento a su actividad artística, y regresa también ahora a Zinemaldia y a la sección Zabaltegi-Tabakalera, donde el año pasado fue presidenta del jurado. Lo hace con ‘Autoficción’, un ejercicio poético-formal con muchas capas que bebe de la influencia de Agnes Varda. En el centro de todo, la problemática de la mujer, de forma muy táctil. 

No es fácil hacer una sinopsis de su película. Para mí, y dígame si me equivoco, es una reflexión sobre un momento crucial de la vida de las mujeres, en un momento de cambio (¿el de la madurez, acaso?), en el que se plantea si es mejor estar sola que acompañada, si ser madre, cómo hacer respetar sus derechos… Tienes razón con lo de la madurez, será que me hago mayor… Trato de dar voz a la especificidad de la experiencia femenina y cómo esta entra en relación con las fuerzas de la realidad a su alrededor, con el cuerpo como punto de encuentro entre lo personal y lo social. Es una película hecha durante la era Trump donde, entre otras cosas, vuelve a peligrar el derecho a elegir de las mujeres y se elimina el acceso a la sanidad a millones de personas en EEUU. Es una realidad que crea ansiedad y hacer vulnerables a los cuerpos.

¿Cuánto hay de autobiográfico y cuánto de ficción en esta ‘Autoficción’? ¿Y cuánto de juego? Hay una cita de Ranciere que dice: ‘Lo real debe ser ficcionalizado para poder ser pensado’. El título de mi película viene de un género literario que incluye a escritoras como Chris Klaus y Rachel Cusk. En los libros de Cusk, el personaje principal observa la realidad a su alrededor, sugiriendo que esto no se trata de mí. ‘Autoficción’ es un juego entre la descripción de mi entorno, las cosas que la gente quiere decirme y la puesta en escena de situaciones para poder hablar de este lugar y momento histórico particular mediante construcciones poético-formales.

Me provoca curiosidad saber cómo fue el rodaje, y cómo la elección de las actrices que, si no estoy equivocada, no son profesionales. ¿Por que las eligió y cómo fue el proceso de rodaje? Trabajo con gente que no tiene especial interés por aparecer en pantalla; hay una especie de resistencia ahí que me resulta productiva. Son todas no-profesionales, son amigas, compañeras artistas, estudiantes de mis clases de Bellas Artes… Más allá de los temas que pueda tratar una película, para mí es esencial crear un método de producción que desmantela el lenguaje del cine de ficción. Es decir, deshago la diferencia entre equipo de rodaje y actores. Todas las personas que vemos en pantalla también graban sonido, ayudan a filmar o a llevar el equipo, escriben para la película o hacen los créditos. La cuestión es cómo conseguir esa textura en la que la intimidad surge del desmantelamiento de los roles y estructuras de producción. En mis películas, el equipo también son las personas en la pantalla. Todas hacemos todo. Pero para trabajar así necesitas mucho tiempo, no puedes tener calendario. Necesitas crear la sensación de que tenemos todo el tiempo del mundo para acceder a nuestro propio deseo de estar juntas y de crear.

¿Qué lugar ocupa el espectador para usted y en qué se basa el diálogo que entabla con él? Diría que lo que pido al público es una apertura en cuanto a las expectativas formales de lo que ha de ser un film. Que intenten disfrutar de las cosas que sugieren mis películas sin sentir la necesidad de tener respuestas fijas. Espero establecer un diálogo que crea intimidad, placer visual y sonoro. Ha habido varias mujeres que después de ver ‘Autoficción’ me hablan de sus experiencias con el aborto. Me gusta que la película les haga sentir cómodas.

Hay varios elementos que llaman la atención en el filme. Uno, la importancia que tiene la palabra como herramienta política. El otro, la música, tan emocional. De las canciones que utiliza una de ellas es la versión más soul del ‘Time Is On my Side’ de Irma Thomas, en lugar de la de los Rollings Stones. ¿Por qué optar por usar música desconocida y cómo plantea el papel de la palabra y la música en su obra? Se puede decir que voy tras el romance de lo desconocido en cuanto al cine y la música. Vengo de una tradición muy extensa de cine y música underground. Me interesan las cosas hechas con mucha creatividad y pocos medios. Y la música de este tipo tiene una textura más personal, más de estar hecha a mano que las versiones más pulidas, y eso hace que encajen mejor con el mundo de mis películas. El papel de la palabra en esta película está en deuda con el cine de Agnès Varda, de la cual soy fan y tuve la oportunidad de conocer en California. Mientras hacía la película, ella falleció y volví a ver toda su obra. Ya sea en sus documentales o en sus ficciones, hay algo testimonial sobre la vida real de mujeres que se pone en palabras. Hay un impulso de hacer visible lo invisible. En las cosas que comparten la mujeres en mi película somos testigo de ese poderoso acto de realizarte a través de tu propia voz. Y en la marcha en honor a Martin Luther King Jr., aparece la palabra en canción representando el poder de las voces negras en Estados Unidos, que continúa frente a todo obstáculo.

He leído en alguna entrevista que empezó a hacer cine cuando fue a estudiar a Los Angeles. ¿Cuándo y cómo descubrió que quería hacer películas? Aprendí a hacer cine en Nueva York, con el cineasta de paisajes Peter Hutton en una escuela de cine fundada por los hermanos Mekas dentro de un departamento de Bellas Artes. Después continué en Los Ángeles con James Benning, Thom Andersen y Allan Sekula, entre otros. Descubrí mis ganas de hacer cine tras ver las películas de Maya Deren y Andy Warhol a los 18 años. El cine pensado como arte me atrapó en seguida; hasta entonces la cinefilia me resultaba algo muy patriarcal.

Tras muchos años en EEUU, ahora ha vuelto a Euskal Herria. ¿Si antes la ciudad de los Los Angeles fue la protagonista de sus películas, ahora cuáles son tus paisajes… y sus intereses? Tras muchos años fuera, el regreso es un cambio enorme y llevo ya unos meses rodando aquí en cine para redescubrir este paisaje natural y cultural desde de mi oficio y herramientas. He trabajado mucho con el paisaje en California, pero mi primera relación con la naturaleza nace en las montañas de Bizkaia: mis aitites tenían un baserri y mi aita [su padre es el médico y político del PSE-EE, también senador, Roberto Lertxundi] me ha llevado siempre al monte. Y mi nombre es el de una playa que le encantó a mi madre.

El año pasado fue presidenta del jurado de Zabaltegi-Tabakalera en Zinemaldia. Ahora vuelve con una película en una edición «rara» cuando menos, por la pandemia. ¿El confinamiento y la nueva situación provocada por la epidemia, cómo los ha vivido? Rara o no, me alegro mucho de que vaya a haber Zinemaldia en este año en que cualquier encuentro aunque sea semi-presencial, es un regalo. Tengo muchas ganas de estrenar la película en sala en su formato original de 35 mm. Cruzo los dedos para que todo siga adelante. He vivido el confinamiento muy agradecida de vivir en un país con sanidad pública de primera. Fue duro a ratos porque mi hija no iba a la ikastola y trabajábamos mi pareja y yo desde casa, pero teníamos terraza y acabamos conociendo mucho a las vecinas. Así que no nos podemos quejar. Por su puesto, me moría de ganas de salir a filmar, sobre todo porque las calles estaban vacías. Creo que, como a muchas personas la, pandemia me ha ayudado a recalibrar mis prioridades e introducir cambios.

¿Qué mundo nos va a quedar después de la pandemia? Su cine también cambiará, supongo. Lo digo porque es muy plástico, de cuerpos cercanos, muy físico, muy de palpar. Todo lo contrario al distanciamiento social en el que estamos metidos ahora. Está claro que este es un momento de menos viajes y de potenciar lo local de cada lugar.  De proceder con cautela, y de velar por el bien común, de ser flexibles ante la incertidumbre. Como soy mi propia camerawoman y montadora, ruedo con grupos muy pequeños, a menudo con la gente que convivo y sin gran despliegue de equipo (no he de cortar la calle para rodar, por ejemplo), me mantengo optimista en cuanto a poder seguir trabajando. También hago fotografía y grabados y ahora estoy experimentando con trabajos en digital a raíz de la pandemia. Es normal que todo, de algún modo, se adapte a este momento, no podemos ir en contra de la realidad.