Daniel GALVALIZI
MADRID

La moción de Vox instala la guerra en las derechas y da un gol a la UE y el bipartidismo

El intento fallido de derrocar a Sánchez por parte de Vox produjo más cambios de los que se esperaban en el mapa político del Estado. El PP escenificó la nueva fase de confrontación con Vox, el Gobierno de coalición se mostró compacto y la negociación por la renovación del CGPJ acerca a los dos grandes partidos. Guiños a Bruselas.

Abascal incendió desde la tribuna y acabó quemado. (Pablo BLAZQUEZ | AFP)
Abascal incendió desde la tribuna y acabó quemado. (Pablo BLAZQUEZ | AFP)

Cuando hace más de tres meses la cúpula de Vox anunciaba que impulsaría una moción de censura contra el presidente del Gobierno español seguramente no imaginaba varios detalles que acabaron dándose. La política es más líquida que nunca y la pandemia es un contexto único que, como tal, influye y condiciona. De hecho, el presidente el partido de extrema derecha, Santiago Abascal, candidato a sustituir a Pedro Sánchez en la moción, no ocultó su perplejidad este jueves. Tampoco su falta de destreza.

Los partidos estatales están obligados a tomar nota de lo que ha sucedido en las Cortes Generales esta semana. También, claro, los partidos regionales, nacionalistas y soberanistas, con la mayor representación parlamentaria desde la caída del franquismo. Son claves para la gobernabilidad y para las investiduras. Lo demostraron cuando le dieron la espalda al «desvarío estrambótico» de Vox -en palabras de Pablo Casado-. Los únicos que pueden desempatar hoy por hoy el juego de las derechas e izquierdas estatales son los no-estatales. Por eso esta moción de censura estaba destinada desde siempre a morir.

Pero ¿quién hubiera apostado que iba a morir con el récord histórico de votos negativos de las cinco mociones de censura de la democracia? Los discursos centrales de la ultraderecha del miércoles a la mañana –a cargo del candidato de Vox a president de la Generalitat, Ignacio Garriga, y del propio Abascal, dieron pena desde el punto de vista conceptual–. «Fascistas eran los de antes», se le escuchó decir a un periodista longevo en la cobertura parlamentaria. Cualquiera puede ser ultra, pero no cualquiera puede ser un buen ultra. Y el nivel intelectual y la articulación de las definiciones y propuestas de Vox sonrojarían a un político lepeniano europeo promedio.

Su eurofobia pueril, su islamofobia rudimentaria y su apelación a teorías conspiranoicas sobre el «virus chino» y el rol de George Soros en la pandemia hicieron más fácil aún la justificación para el desmarque de Casado, ya decidido hace tiempo pero cristalizado este jueves con un discurso que estuvo en las antípodas del de Abascal por su solvencia, guste o no su contenido.

Azules, verdes y naranjas. La España que proponía Vox servía en bandeja los argumentos para darle la espalda. Un Estado peleado con la Unión Europea y alineado con Washington, sumado a la guerra atlántica con China y con un discurso de achicamiento de gasto público a contramano de los vientos actuales de Bruselas y de la sociedad española en pandemia. Sin ideas claras en lo económico pero con el mantra de la baja de impuestos y, por supuesto, de la cancelación de las autonomías a favor de un jacobinismo decimonónico. Una «mezcolanza» -al decir de Aitor Esteban- poco atractiva para siquiera una abstención. Ni una pudo granjearse: 298 contundentes «noes».

Cómo queda Vox después de haber provocado este nuevo escenario es difícil de predecir. Las encuestas ya lo explicarán mejor, porque en la tercera década del siglo XXI está más que consolidada la revolución en la comunicación. Los medios tradicionales no ostentan el monopolio del mensaje. Millones se informan a través de redes sociales, ven los videos editados en Youtube o simplemente leen su chat grupal. Eso hace difícil determinar si los ganadores y perdedores para la élite periodística son los mismos que para la gente. Por eso quedan vetustos los editoriales tan tajantes de los medios, especialmente de derecha, que entronizaron a Casado y lapidaron a Abascal.

Pero de lo que no hay dudas es que Vox quedó más aislado. En un partido donde la dialéctica parlamentaria no es el fuerte, exhibió sus carencias y para colmo recibió un varapalo del PP sin poder responderlo. Seguramente encarezca sus apoyos de cara a los presupuestos de las autonomías en las que gobierna el PP (en dos, con Ciudadanos) pero no dejará caer los ejecutivos de Andalucía, Madrid y Murcia. No van a provocar la detonación para que llegue un PSOE girado al centro con Ciudadanos. No les conviene. Necesitan la polarización.

La moción era contra Casado, algo tan obvio como el hecho de que iba a consolidar al Gobierno de coalición, que se beneficia cada vez que la ultraderecha muestra músculo. Pero el presidente del PP supo ver la ventana de oportunidad que su rival montó. Había un escenario montado y lo aprovechó. La noticia no era que pasaba a una fase de choque contra Vox. Eso ya estaba decidido. La noticia era que lo hacía explícito y mantuvo la incógnita de su voto sólo para crear expectativa.

De hecho, fuentes del grupo parlamentario comentaron a GARA que el publicitado giro «no es tan novedoso; sí en la confrontación abierta con Vox, pero en el resto no». El reposicionamiento del PP ya era un hecho consumado cuando defenestró a la nueva referente del ala más radical de su partido, Cayetana Álvarez de Toledo. Aunque desde Génova se quiso vender como un giro abrupto. El vicesecretario de Comunicación, Pablo Montesinos, repetía en los pasillos del Congreso que se trataba de «un punto de inflexión». Y la nueva portavoz Cuca Gamarra, una pragmática menos permeada por el aznarismo, dejó claro en sus declaraciones posteriores al jueves que esto no era algo fruto de la improvisación sino una estrategia «que nace de la convicción, es medio y largo plazo». Triunfo también para Teodoro García-Egea, el número dos que viene hace tiempo subiendo el tono contra Vox.

«Hace rato que se venía intentando recuperar el voto de los que se fueron a Vox, estaba en los discursos, sólo que de otra manera. Y desde luego en esto hay encuestas que ayudan a tomar decisiones», dicen desde el grupo parlamentario «popular». También relatan que el discurso Casado lo meditó en soledad, en sus paseos por el madrileño Parque del Retiro. Recuerdan que su decisión política más importante, la de ser candidato en las primarias del PP, la tomó en un banco del mismo parque. Por más que suene más a creación de mito que a «real politik».

Porque cuando Casado calificó de «demagogo», «populista» y «cómplice de Sánchez» a Abascal, seguramente fue genuino, pero también era música para los oídos del palco del Bernabéu. El statu quo del Ibex quiere un bipartidismo reforzado, sin subidas de impuestos pero tampoco aventuras eurofóbicas iliberales que no pueda controlar.

La guerra fría entre el PP y Vox pasó a los hechos cuando Abascal fue a por Casado, pero también cuando los hechos demostraron que habrá Gobierno de coalición seguramente por bastante tiempo más y escorarse a la derecha en una pandemia ya no dé tanto rédito. Más aún con el auxilio europeo que aleja (aunque no descarta) crisis económicas catastróficas. Casado parece haber decidido dar por muerto y hacer el duelo de ese 10 o 15% del electorado más de ultraderecha que muy difícilmente vuelva cuando tiene una opción que siempre ofrece más y mejor radicalidad. El PP ya no puede aspirar al 40% de los votos y hoy parecería un gol desde media cancha arañar el 30%.

Sin embargo, puede salir mal. Como recordó el vicepresidente Pablo Iglesias en su réplica del jueves, según un sondeo de Metroscopia el 83% de los electores del PP deseaban la abstención o el voto favorable. De ese porcentaje, un 44% quería un sí de parte de Casado. Por algo, el líder de Unidas Podemos, que habló más como exprofesor de Ciencia Política de la Complutense que como vicepresidente censurado, le dijo que ese discurso de desmarque llegaba «demasiado tarde» y que tanto PP como Ciudadanos nunca más llegarían a Moncloa.

Y Ciudadanos tampoco puede no acusar recibo de la moción. Había que ver el lenguaje no verbal de Inés Arrimadas mientras hablaba Casado. Y es que un alejamiento de la radicalidad es lo último que necesitan los autoproclamados liberales para poder recuperarse. Salvo que tengan un as bajo la manga, podrían ir camino a la desaparición o a ser una muleta eterna del PP si se consolida la batalla de Génova con Vox.

Bruselas y el bipartidismo, ganadores silenciosos. Cuando iban unas 14 horas de sesión repleta de agravios y menudencias, vino el momento de las novedades. Pero también está lo que no se dice: los ganadores evidentes y los ocultos. Ahí está el bipartidismo, que siempre busca resistir, y la UE. O mejor dicho, el Consejo Europeo y la Comisión.

Cuando Casado anuncia su voto negativo, envía un guiño al PPE. Más allá de los Pirineos se tiene una posición menos contemporizadora con la ultraderecha, especialmente desde la derecha alemana. No sería extraño que el líder de los conservadores españoles haya oído en sus varios viajes a Bruselas de este año alguna queja al respecto.

Sánchez también oyó noticias de Bruselas. Fue con respecto a la reforma del Consejo General del Poder Judicial. «Esta iniciativa legislativa se aparta de las normas del Consejo de Europa relativas a la composición de consejos judiciales y elección de sus miembros y puede resultar en una violación de los estándares anticorrupción del Consejo de Europa», decía la carta redactada por el presidente del Grupo de Estados para la Corrupción (GRECO) que funciona bajo la órbita del Consejo Europeo.

No son momentos para, aunque sea simbólicamente, pasar a formar parte del club de los populistas de Hungría y Polonia, y menos aún para poner en riesgo fondos de recuperación. Sánchez anunció que suspendía su intento de reforma y volvía a tender la mano con el PP al respecto. Otro tanto anotado para Bruselas.

Si bien inmediatamente el PP volvió a exigir que no esté Unidas Podemos en la negociación, eso se ve improbable. Desde la burocracia europea soplan vientos de reclamo por acuerdos y sería un desaire que Génova no interprete la señal. «Que se olviden de que no estemos», dijo a GARA un diputado morado cuando se le preguntó por la insistencia de la derecha en barrerlos del acuerdo sobre el CGPJ. El acuerdo casi se firma en agosto, y todo hace pensar que se alcanzará algún pacto y no se avance con una reforma que reforzaría la mayoría de la investidura. El bipartidismo se oxigena con el diálogo de los dos grandes partidos del régimen.

Pasó desapercibido, pero hubo un gesto de Sánchez que lo perfila como el chacal pragmático que es. No le dejó aprovechar ni media hora a Casado su desmarque estrella y, pudiendo ser en otro momento, le anunció justo allí, en el estrado, la marcha atrás con la reforma judicial para negociar juntos. Inmediatamente, los diputados de Vox se aplaudieron de pie y cantaron irónicamente «¡presidente, presidente!». Como todo extremismo, la ultraderecha corroe al PP y es su espada de Damocles. Corroe a Casado y lamentablemente a toda la democracia.