Aritz INTXUSTA

Guerra entre vacunas, paja y grano

Las vacunas contra el coronavirus son un negocio millonario que se juega también en bolsa. Los anuncios sobre la efectividad que están dando las compañías parecen responder más a claves economicistas que científico-sanitarias, lo que puede tener consecuencias en la percepción que tiene de las mismas la opinión pública.

Moderna ha anunciado que la eficacia de su vacuna es del 94%.
Moderna ha anunciado que la eficacia de su vacuna es del 94%.

El catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra, Ignacio López-Goñi, saludó ayer el anuncio de Moderna de que la eficacia de su vacuna era del 94%, con este aviso: «Me preocupa mucho, pero mucho, la manera en la que se está comunicando todo esto: si no actúan con absoluta transparencia, la gente perderá la confianza en las vacunas y tendremos un problema muy grave. Un comunicado de prensa es publicidad».

El comunicado de Moderna viene a responder a otro de Pfizer lanzado la semana pasada que manifestaba que su nivel de eficacia era del 90% que, a su vez, ya fue replicado por otra nota del centro Gamaleya ruso, que aseguraba que su vacuna Sputnik V era eficaz en un 92% de las ocasiones.

Lo primero a advertir en este quién la tiene más grande [la eficacia, se entiende] es que se trata de anuncios lanzados por fabricantes que están ante el mayor negocio que jamás soñaron. Y que la información no ha sido abierta al escrutinio de otros científicos que podrían cuestionar la metodología.

Todas son mediciones muy tempranas, basadas en cómo se han distribuido los casos de coronavirus detectados entre los participantes de sus ensayos clínicos de la fase 3. Tanto en el estudio de Pfizer como en el de Moderna, se trata de poco menos de un centenar de casos de positivos y lo que indica la medición es que más de 9 de cada diez veces, los casos están apareciendo entre personas no vacunadas. En el caso de la vacuna rusa, el anuncio se realizó con una veintena de positivos.

El hecho de que, por razones puramente comerciales, las farmacéuticas den los datos antes de tiempo, ha conllevado también que la medición se haya realizado solo semanas después de que los participantes del ensayo hayan recibido la segunda dosis. Y esto hace temer que, conforme pase el tiempo, la efectividad pueda caer. Tampoco pasaría nada si así fuera, puesto que la previsión es que estas vacunas de primera generación no tengan ese nivel de efectividad tan alto. Las vacunas irán mejorando con el tiempo. Por de pronto, la previsión es que este virus requiera de revacunaciones periódicas, quizá anuales, como la gripe.

No es de extrañar que todas estas vacunas estén dando unos datos muy parecidos. Aunque se trata de tecnologías muy novedosas, lo cierto es que estas vacunas se parecen mucho las unas a las otras, dado que todas apuntan a la misma diana: la proteína S (las espinitas del coronavirus). Si una funciona bien, las otras lo harán parecido.

Cierto es que la Sputnik y la de Oxford van por un camino y las de Pfizer y Moderna, por otro. Sputnik y Oxford usan una vía ya explorada al emplear un virus vector para hacer llegar a las células del usuario el código genético de la proteína S.

Por su parte, Pfizer y Moderna envuelven ese código genético en lípidos y así engañan a las células humanas para que lo absorban. Es lo que se llama tecnología del ARN mensajero y hace que los viales de la vacuna sean más delicados, teniendo que conservarse a temperaturas muy bajas (-20 grados en el caso de Moderna) o bajísimas (los -80 grados de Pfizer).

Más allá de estas diferencias, todas aspiran a conseguir lo mismo: que la persona vacunada genere anticuerpos específicos para la proteína S. Y la protección la dan estos anticuerpos.

Siendo optimistas, los datos de eficacia de las distintas vacunas recuerdan a las encuestas preelectorales. Que Moderna confirme que sus resultados son parecidos a los de Pfizer, parece que fortalece la información de la Compañía rival de forma análoga a cuando la encuesta preelectoral de determinado periódico coincide con la de otro medio de diferente tendencia.

Lo importante, sin embargo, es tener en cuenta que nadie se va a vacunar en función de los anuncios que lanzan las compañías farmacéuticas. Existen instituciones independientes, como la Agencia Europea del Medicamento (EMA), que serán las que darán luz verde a uno u otro fármaco (o a todos, ojalá), en función del coste-beneficio que tengan para la población. Esto significa que la EMA dará el sí una vez se pueda garantizar que es más beneficioso vacunarse que no hacerlo.

Cuando esta agencia mire con lupa el resultado de los ensayos clínicos, quizás las vacunas no lucirán tan bien como cuando las venden los responsables de comunicación de las farmacéuticas. Y, sin embargo, será cuando la EMA diga que es mejor inyectarse una de estas vacunas con peor pinta que no hacerlo, cuando realmente se pueda cambiar el rumbo a la epidemia.

A esto es a lo que teme López-Goñi, a que tengamos que vacunarnos con algo que ya no suena tan bien. Y, sin embargo, que no suene tan bien será precisamente la garantía de que las cosas están bien hechas.