Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Dejad que Morsi sea Morsi

"Los liberales quieren una sociedad liberal, es más quieren que los islamistas se comporten como liberales, lo que es imposible". Así explica el maestro Eugeni García Gascón en su blog en “Público” su percepción sobre el conflicto desatado en Egipto a cuenta del decreto presidencial plenipotenciario de Mohammed Mursi y el futuro referéndum constitucional. Vaya por delante que, tras estudiar en un colegio religioso, mi simpatía por aquellos que enarbolan a un altísimo para dictar la vida del prójimo es de menos cero. Discutir con dios es un trabajo agotador y que no aporta ningún resultado safisfactorio, ya que él tiene respuestas para todo y nosotros vivimos en la contradicción permanente. Sin embargo, ante los razonamientos que se esgrimen para deslegitimar el gobierno islamista en Egipto, no dejo de plantearme una pregunta fundamental: ¿pero estos tipos no ganaron las elecciones?

Resulta lógico que las fuerzas revolucionarias, las que se partieron la cara para echar a Mubarak y hacer frente a la Junta Militar, estén atentos ante cualquier deriva que les empuje a un retroceso. Más aún, si este se justifica con libros sagrados. Y es muy comprensible su frustración tras comprobar cómo el islamismo ha capitalizado su lucha. La democracia no es solo votar cada cuatro años, aunque también es cierto que en un país como Egipto, donde las urnas han estado selladas por decenios, había que empezar por algo.

De las muchas conversaciones que he mantenido estos días en las inmediaciones del palacio presidencial, me llamó la atención la observación de uno de los manifestantes. Medio en broma medio en serio, afirmaba que "esto no ocurriría si contasen solo los votos de quienes han pasado el instituto". No se puede pasar por alto que existe una relación directa entre el auge islamista y las desigualdades sociales. No solo en Egipto. La ecuación que une exclusión y recurso a las alturas es una constante en la historia. Aquí también y, a grosso modo, hay quien opina que en las marchas opositoras se graba con Ipad y en las de los Hermanos Musulmanes se esgrime el Corán.

Tampoco se puede obviar que, en este contexto, lo que dicen las mezquitas va a misa, nunca mejor dicho. Sería extraño que un candidato con programa islamista actuase en contra, precisamente, de los principios que le llevaron al poder.

Al margen del contexto preciso que se vive ahora en Egipto, lo que ocurre con el Ejecutivo de El Cairo y las reacciones, tanto dentro como fuera, me suenan a película repetida. En esta parte del mundo, cada vez que el Islam político ha obtenido el poder por la vía electoral alguien ha decidido que los ciudadanos no habían votado lo correcto y que era necesario subsanar el error de las urnas con algún golpe de Estado y un buen puñado de barbudos entre rejas. O peor, con alguna guerra civil. Y ni aún así consiguen que los cabezones de sus seguidores dejen de votarles en las escasísimas ocasiones en las que regímenes apoyados por Occidente se lo han permitido. Así que uno se cuestiona: ¿no será el momento de cambiar de estrategia?

En la serie "El Ala Oeste de la Casa Blanca", uno de los momentos estelares es cuando los demócratas, acogotados por la presión republicana, dan un paso al frente bajo el lema "dejad que Bartlett sea Bartlett". En un sentido opuesto, quizás en Egipto sea momento de dejar que Morsi sea Morsi. Creo que volver a frustrar a la mayoría que votó verde puede ser el camino directo a que sigan exactamente en el mismo sitio en el que están. El problema está en las líneas rojas. En este Egipto impredecible y con una compleja situación que cambia a diario, existen pocas verdades absolutas.

 

 

Buscar