Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

El comandante se queda

Desde que Nicolás Maduro confirmó el fatal desenlace que ya temíamos, no dejo de escuchar una canción en mi cabeza. El estribillo de "mi comandante se queda" que Lloviznando Cantos dedicó, primero al comandante Shafik Handal, del FMLN salvadoreño y luego a Hugo Chávez. Ni avalancha de datos ni panegíricos exagerados. Hugo Chávez ha muerto y, entre todo el ruido, no puedo dejar de repetir una marcha que simboliza eso, un pueblo en marcha. Y con ella, acordarme de todas las personas con las que he compartido algún breve momento del proceso político en Venezuela. Porque serán ellas, ya lo están siendo, las que confirmen que el comandante se queda, que la revolución y todo lo que conlleva no es algo frágil y reversible, sino que llegó precisamente para eso, para quedarse. Como apuntábamos en la portada de hoy de GARA, "Chávez se va, su proyecto se queda".

No pretendo restar importancia a un líder irrepetible. Porque es ese factor humano, aquel que "se la juega", como escribe Juan Carlos Monedero, el elemento determinante que hace girar la historia. Ni siquiera hacer una radiografía de una figura indispensable, desde su histórico "por ahora", pasando por el juramento "sobre esta moribunda Constitución" hasta la plasmación del proyecto de integración latinoamericana sobre las bases de la justicia social. Tampoco hacer frente al bombardeo de datos erróneos, mentiras y visiones interesadas con las que nos avasallarán durante los próximos días. Los necios no diferencian un caudillo (en su acepción despectiva) de un presidente electo. Por eso rinden pleitesía a un Borbón heredero de Franco mientras intentan deslegitimar a un jefe de Estado que va a elección por año desde que fue investido por primera vez. Sobre las necrológicas que llevaban meses escritas y que repiten incansablemente los llamamientos a una "transición", solo les pregunto: ¿transición, a dónde? ¿O de lo que hablan es de una regresión?

Hace unos meses, el 7 de octubre de 2012, recién despertado por los altavoces del barrio 23 de Enero y un atronador Chávez clamando "los que quieran patria, vengan conmigo" que instaba a los vecinos a votar, escribía esto: "Incluso presentando el balance de beneficios sociales, desarrollo humano y profundización en la participación, existe un componente emocional que no se puede dejar de lado. Luchamos porque sentimos y nos emocionamos. Y viceversa". Hoy y ahora, estoy seguro de que eso está ocurriendo en una Venezuela en duelo.

Chávez se ha ido, pero la revolución se queda. Los logros sociales, la redistribución de la riqueza, la alfabetización. Y, sobre todo, el cambio del eje político, que suena grandilocuente pero que puede comprobarse de forma sencilla en un barrio de Caracas. Significa devolver la dignidad a millones de personas olvidadas, ignoradas, invisibles. Significa que los que permanecían en un anonimato miserable tienen ahora voz y voto. Significa que "los nadie" de los que hablaba Eduardo Galeano tienen ahora nombres y apellidos. Ellos son la revolución bolivariana y ellos tienen la responsabilidad de profundizar, corregir y avanzar.

El Ché decía que "un verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor. Amor a la humanidad, amor a la justicia y a la verdad". Obviar las tripas, antes y ahora, imposibilita para la comprensión de procesos como el venezolano. En realidad, sobre cualquier proceso revolucionario. Por eso, hoy no me sale el "sí, pero". Hoy solo puedo expresar apoyo, solidaridad y respeto.

El comandante se queda. En el mismo lugar que Simón Bolívar, que Ernesto 'Ché' Guevara, que Salvador Allende.

¡Venceremos!

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