Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

El perro se comió mis explicaciones

Las comparecencias para autoexculparse deberían de ser una asignatura obligatoria para LADE, Derecho o las juventudes de un partido. Como todo el mundo sabe, son las tres carreras con mayores salidas a la hora de aspirar a ser cargo público. De este modo, cualquiera de los innumerables imputados por meter la mano en la caja ajena tendrían nociones básicas sobre cómo salir ante la prensa para asegurar, con rostro compungido y/o encolerizado, que el perro se ha comido tus explicaciones. El resto (pasaba por allí, me tienen manía, ¿seguro que era hoy la inspección?) es secundario.

Por si acaso, aquí va un argumentario básico para futuros sospechosos de meter la mano en la caja.

 

Si dimites:

 

- Es para defender mejor tu honor y no perjudicar a las instituciones. Lógicamente, eres inocente.

 

Si no dimites:

 

- Sigues en el cargo por “responsabilidad institucional” y porque, además, dejar la poltrona significaría que tienes algo que esconder. Lógicamente, eres inocente.

 

En todo caso:

 

- No olvides nunca decir que tienes “la conciencia tranquila”. Lógicamente, eres inocente.

 

El caso de Carlos Dívar, presidente del Consejo General del Poder Judicial, evidencia otra vez el gusto existente en el Estado español por aferrarse al sillón y a la ley del silencio. Dicen de él que se gastó 15.000 eurazos del erario público en cenas y hoteles de lujo en Puerto Banús. Y lo denunció José Manuel Gómez Benítez, vocal de la institución judicial que él mismo dirige. A pesar de ello, el togado ni dimite ni da explicaciones, más allá de seis preguntas pactadas la semana pasada en un auditorio repleto de periodistas.


Lo de menos es con quién compartió mantel o sábanas el magistrado. Aunque, claro, su conocida devoción por San Josemaría Escrivá de Balaguer no juega a su favor en cuestiones de bajo vientre. A mí, en realidad, me da lo mismo que degustase carne o pescado; mujer voluptuosa u hombre de espaldas anchas. Lo que el "caso Dívar" evidencia es la increíble facilidad con la que la élite política o económica hace uso y disfrute de los dineros de todos y luego, por arte de birlibirloque, consigue salir indemne.

 

Nuevamente, el rodillo del PP impide impide que el magistrado presente sus explicaciones en el Congreso español. En su casa, en el CPGJ, se suceden las excusas rocambolescas en un juego de desmentidos que comienza a parecerse al Cluedo.

 

Ahora, cuatro vocales el vicepresidente, Fernando de Rosa, la portavoz, Gabriela Bravo, Antonio Dorado y Gemma Gallego se alejan de un escrito que supuestamente habían firmado días antes y en el que acusaban a Gómez Benítez de denunciar a Dívar sabiendo que «no había cometido ningún delito». De repente, dos de ellos dicen que eso no era exactamente lo que querían expresar. Y otros dos, que nunca estamparon su firma.

 

Por cierto. Que precisamente el mismo día que se filtraba la denuncia contra Dívar, el Tribunal Supremo, que preside el mismo togado ahora bajo sospecha, decidió hacer pública la sentencia contra Arnaldo Otegi y sus cuatro compañeros.

 

 

 

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