Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

El señor Rato soluciona problemas

«No he tenido enfrentamientos con nadie en estos dos años. Yo he resuelto problemas». Rodrigo Rato, expresidente de Bankia, ha aparecido hoy reconvertido en «Señor Lobo», el personaje de Pulp Fiction. A lo largo de una incomprensible comparecencia ha tratado de vender que el hundimiento de la entidad y el rescate de los bancos españoles constituye poco más que una ficción matemática. Según la versión de Rato, «no hay agujero en Bankia». Solo un «cambio en el criterio contable» que se explica por los «adelantos de deterioros futuros». Así, serio, sin atisbo de una sonrisilla irónica «Montoro style», se ha despachado el exjefe del FMI. Y ha intentado convencernos de que los números solo son rojos dependiendo del cristal con el que se mira. Que todo estaba controlado. Que únicamente una nueva graduación en las lentes de acercarse a los números (los cambios legislativos y la ceguera de las auditorías) son las responsables de emborronarnos la vista. Así son los mundos de Rato. Una existencia feliz sin entidades económicas en quiebra, sin fatal-fridays, un lugar en el que los libros de cuentas están dibujados con corazones de colores y no hay estafados por las participaciones preferentes ni deshauciados ni hombres de negro que aplican la motosierra.

Nos cuenta Rato, sin rubor, que nadie podía prever el hundimiento de la economía. Aún es más. Que los dirigentes de Bankia, los diferentes responsables económicos y de las auditorías fueron tan avispados que se pasaron de cautelosos y, en una inverosímil operación matemática, desarbolaron el sistema financiero. ¿Lo han entendido? Yo tampoco. Los eufemismos y malabarismos lingüísticos, tan del gusto del actual Gobierno español, pueden construir titulares. Pero no explican por qué presentaron unas cuentas con un superávit de 300 millones que terminaron, por arte de magia contable, hundidas en un desfase de más de 3.000 millones.

Con el antiguamente conocido como Estado del Bienestar desmantelado en menos de seis meses y la certeza de que lo peor está por venir, resulta insultante que el tipo que lideró la entidad bancaria con más agujeros del Estado español diga ahora que eso no es cierto, que no había números rojos. Entonces, ¿nos puede explicar por qué su sucesor, Ignacio Goirigolzarri, pide ahora más de 24.000 millones para salvar los muebles? ¿Creen que somos tontos? ¿O es que lo somos de verdad?

Olvida el señor Rato que existen elementos que no pueden ser difuminados. Nos cuenta un guión preestablecido e intenta obviar que sus decisiones y las de sus compinches tienen consecuencias concretas. Que el paro se dispara y que el déficit creado para recapitalizar esas mismas cajas que, según su versión, no tienen problemas, se equilibra con recortes que afectan directamente a la calidad de vida de los ciudadanos. Y encima, como los altos directivos se exculpan de todo, recurren a señalar a quien no tomó decisiones con el manido y acusica y falso "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades".

Ya puestos a solucionar problemas, quizás podría utilizar sus influencias y explicar a los gestores bancarios que las cientos de familias deshauciadas no se han quedado sin poder hacer frente a su hipoteca, sino que han padecido unos «cambios en sus criterios contables». Ya en el ajo, estaría bien que invirtiese el orden de esos «adelantos de deterioros futuros» y garantizase las ayudas a las miles de personas sin empleo que miran con angustia cómo se elimina el subsidio que les mantenía a flote. Porque ese dinero, que sale del bolsillo de todos los contribuyentes, ha desaparecido en esos agujeros negros que no existen. Aunque, claro, como en los mundos de Rato no desfalcos en la banca, tampoco el Estado ha inyectado ingentes cantidades de dinero en sus cuentas corrientes. Todo fluye, como el crédito a los grandes constructores.

Una última cosa. Durante las largas comparecencias de los diferentes responsables económicos españoles (Mafo, Gayoso, el propio Rato o Salgado) ha quedado clara una cosa: nadie hizo nada malo. Todo estaba estupendamente. La crisis es como un catarro estival o una tormenta. Algo imprecedible. Y uno se plantea si, ya a puerta cerrada, cuando nadie les mira y respiran aliviados al comprobar que todavía no están rodeados, no retoman entre todos una de las frases del Señor Lobo y, con la satisfacción del deber cumplido, se dicen unos a otros: «bueno, no empecemos a chuparnos las pollas todavía».

 

 

 

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