Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

«Ya falta menos»

Iruñea ya se encuentra en ese estresante pero maravilloso momento apocalíptico y el «huele a toro» se refleja en los rostros tensos que tratan de ganar minutos a la cuenta atrás. Hay mucho por hacer. Limpieza general, compra mastodóntica. Algunos, hasta mudanza. Es el caos y la ansiedad que provoca saber que dentro de unos días todo dará igual, que el mundo dejará de girar, que dejaremos en suspenso nuestras vidas hasta que Baco y, por extensión, San Fermín, hayan convertido nuestros cuerpos en despojos exhaustos de felicidad. «Ya falta menos» es la consigna y nada en el mundo será más importante en el momento en el que los héroes de capa corta al cuello pero mecha interminable caminen, con paso firme, entre los escombros de plástico y los cuerpos que se tambalean. «Ya falta menos» como tatuaje, como forma de vida, como Alfa y Omega, como la explicación de todas las cosas buenas y que nos reconcilian con nuestra propia condición de seres humanos.

Quizás los advenedizos no lo comprendan, pero existe una estirpe en Iruñea para la que el año no comienza el 1 de enero. Sí, seguimos la tradición, nos disfrazamos, compartimos la alegría y cumplimos con las uvas. Pero se trata de una escenificación. Todos sabemos que el año de verdad, el auténtico punto y aparte, llega el 6 de julio. Por eso, los llamados a la gloria, como si fueran miembros de una logia masónica, se cruzan por Alde Zaharra, conscientes de que la escalera ya ha comenzado, y se saludan, con brillo en los ojos y un susurro: «ya falta menos». El año de verdad no muere el 31 de diciembre, ni renace el 1 de enero. Ese es, simplemente, el comienzo de la escalera. 

Habrá quien observe con extrañeza tanta entrega y tantísima devoción. Yo mismo les he visto mirarnos con extrañeza, como quien se encontrase ante un abecedario en un idioma jamás estudiado. Lo comprendo. Por eso, cuando observo esos rostros incrédulos pienso en el evangelio de Lucas, 23:34: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

Enfundarse el traje blanco y mirar a tu alrededor, consciente de que todo es promesa y expectativa es un momento mágico. Nada hay equiparable a la sed de vida y el hambre de carrilleras, el blanco impoluto, el gris de larguísimas caminatas, las gotas de vino como la herida de un puñal en el costado. La épica. La gloria. La felicidad. «Ya falta menos».

Es fascinante que esta Nafarroa tan esquizofrénica haya sido capaz de montar semejante desmesura en honor a un santo que jamás exisitió. Contrariamente a lo que dice la leyenda, ni fue obispo ni le cortaron la cabeza. Pero que no fuese un personaje histórico no quita autenticidad a su figura. San Fermín existe, y es un monstruo exigente, capaz de encumbrarte si estás preparado o de devorarte y ahogarte en el infierno si intentas jugar con fuego. He visto los cuerpos mejor preparados y más atléticos sucumbir ante la exigencia del santo. He visto, con mis propios ojos, las almas quebradas de los incautos que pensaron que esto era un juego. He comprobado cómo el dolor puede multiplicarse hasta someterte. Este micromundo tiene sus propias reglas y ser consciente de tus propias fuerzas, de tu estado antes de enfrentarte a la barbarie, es indispensable para no sucumbir.

«Ya falta menos». Que San Fermín reparta suerte. Hasta la mañana siempre. 

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