Beñat Zarrabeitia

La fotografía de un entrenador inteligente

Más allá de sus logros deportivos, decir que Ernesto Valverde no es un entrenador cualquiera no supone ningún atrevimiento. Discreto, inteligente, irónico, cercano, exigente, observador o perspicaz son algunos de los adjetivos que se pueden utilizar para definirle. Fue un futbolista tan escurridizo como trabajador, de ahí el apodo de “Txingurri” que Javi Clemente le puso durante la primera etapa de ambos en el Espanyol. Nunca ha sido el protagonista principal de la obra, pero siempre ha tenido un papel fundamental en prácticamente todos los lugares en los que ha estado.

 

 

Beñat Zarrabeitia

Valverde prefiere una mirada sosegada, analítica, que espera el momento preciso para captar la imagen adecuada. Natural de la localidad cacereña de Viandar de la Vera, pronto se trasladó a Gasteiz. Instalada su familia en el barrio obrero de Adurtza, sus primeros pasos fueron en el San Ignacio local. De ahí al Alavés. Gasteiz como punto de partida de una historia que ha contado con cuatro puntos cardinales: Sestao, Barcelona, Bilbao y Atenas. Lugares que han marcado y siguen siendo definitorios en la carrera de Valverde.

La reciente clasificación del Athletic para la Champions y la negativa de Ernesto a abandonar la entidad de Ibaigane para fichar por un Barcelona dirigido desde los despachos por su íntimo Zubizarreta le sitúan como un hombre capital en el proyecto rojiblanco. No tenía una misión sencilla, sustituir a un técnico tan icónico como Marcelo Bielsa representaba un enorme reto. Lo asumió y así lo manifestó en su segunda presentación como entrenador del Athletic. Al igual que su antecesor, es historia viva del club y comparten el gusto por el juego de ataque, la velocidad o la verticalidad. Sin embargo, dos elementos les diferencian. Bielsa, según comentan entre bambalinas jugadores a los que ha dirigido “sería catedrático en caso de existir una universidad de entrenadores”, pero tal y como el propio rosarino llegó a admitir, su relación con los futbolistas llegaba a ser “tóxica”.  Valverde, en cambio, tiene mucha más mano izquierda y sabe manejar de forma más proactiva y empática las relaciones personales y colectivas de todo el grupo.

Una impronta propia a la hora de liderar a los equipos que no le ha ahorrado problemas. En su primera etapa en Bilbao, fue el gasteiztarra quien abrió la puerta para una salida de Yeste –al que luego dio otra oportunidad en Grecia- y Del Horno, tampoco quería contar con Javi González. En Barcelona, en sus inicios no gozó de la aprobación de futbolistas como Tamudo, De la Peña y Luis García, que no le pusieron las cosas nada fáciles. Tampoco ayudaba en exceso el favoritismo del entrenador de porteros Tommy N’Kono hacia Kameni frente a un Gorka Iraizoz más en forma. Los jugadores anteriormente mencionados y el ex portero camerunés representaban importantes poderes fácticos en la entidad periquita.

 

Los penaltis en el otro equipo de Barcelona

Un club que ya conocía de antes, de su etapa como futbolista en los ochenta. En una conversación con el periodista Enric González, Valverde observaba la realidad interna en los despachos del antiguo campo de Sarriá. “Los directivos del Espanyol no hicieron nada por cambiar la imagen catalanista del Barcelona y reivindicarla. Se encontraban bastante cómodos en la derecha. Vamos que eran de extrema derecha y un poco más. Recuerdo algunos que... Hay que imaginar cómo era el Espanyol por dentro y por qué esa gente no miró aquello”.

Destacó con un equipo que alcanzó la final de la UEFA de 1988, aún a doble partido, el Espanyol de Clemente se merendó al Bayer Leverkusen por tres a cero en su vetusto pero emblemático estadio. Aquel lugar que había visto la muerte del Jogo Bonito del Brasil de 1982, ajusticiado por Paolo Rossi y que era bautizado como el Mini Bernabéu, tocó el cielo europeo con la punta de los dedos. Para la vuelta, Clemente dejó en la grada a su jugador más técnico, el danés Lauridsen.  Valverde no pudo jugar, estaba tocado y la directiva periquita ya había llegado a un acuerdo para traspasarlo al Barcelona junto a Miquel Soler por 400 millones de pesetas de la época. Risueño, antes de arrancar el partido tocó y jugó con el trofeo acompañado de Michel Pineda. Un ritual que según dicen da mala suerte, en su caso se cumplió.

 

 

 

El punto fatídico fue su particular dolor de cabeza en sus etapas con el Espanyol, así perdió la final europea en 1988 y así sucumbió también la de 2007, esta vez como entrenador. En su despedida del conjunto catalán volvió a tirar de ironía asegurando que “si un día vuelvo al Espanyol espero no encontrarme con los penaltis”.

Los once metros, esa condena que también evitó durante su primera etapa como técnico del Athletic alcanzase la final de Copa de 2005. Su equipo fue netamente superior al Betis en ambos partidos, pero los fallos de Del Horno y Ezquerro en la portería de La Misericordia provocaron el silencio en el antiguo San Mamés. Dos años como míster sirvieron a Valverde para ganarse un hueco en la afición rojiblanca. Un club en el que siempre quiso jugar y así lo manifestó durante los veranos de 1989 y 1990, año en el que finalmente se enfundó la elástica rojiblanca. Las lesiones y la falta de oportunidades por parte de Cruyff fueron la cara B de su estancia en Barcelona como jugador. El coloso blaugrana acumulaba una legión de vascos que brillaban en los focos, pero a Ernesto en cambio le tocaba esperar. Su salida era cuestión de tiempo y la llegada al Athletic también.

 

Del cadete campeón del mundo al banquillo de San Mamés

Otra vez con Clemente, primero con el 7 y luego con el 11 a la espalda, tras dos años de zozobra clasificatoria acabó formando una pareja de ataque letal con Ziganda. Ambos siguen en Lezama, al igual que el hoy presidente y entonces medio Josu Urrutia. El fenómeno deportivo y social que supuso Julen Guerrero marcó aquel tiempo. Eran los años previos al centenario del club, efeméride a la que Valverde también puso su granito de arena. Y es que tras jugar su último año en Mallorca, Txingurri retornó al Athletic como entrenador de las categorías inferiores. Primera experiencia y consiguiente éxito en la Nike Cup, mundial oficioso en categoría cadete de 1998. El triunfo fue en París y con una generación que incluía a Jonan García, Alex Goikoetxea, Aritz Solabarrieta o Gorka Azkorra. Futbolistas que no hicieron carrera en el primer equipo pero que quedaron marcados por la mano de Valverde. De ahí, continuó con su formación, incluyendo un año como asistente de Rojo en el primer equipo, hasta recibir el apoyo clave por parte de Andoni Zubizarreta.

El de Aretxabaleta había sido su compañero en el Barcelona y volvía al club de la mano de Javi Uria.  La sintonía entre Zubi y Valverde era y es evidente, comparten inquietudes en diversos campos. Perfiles interesantes, atípicos en un mundo del fútbol que suele huir de elementos de desarrollo cultural. Valverde, además de su pasión por la fotografía, disfruta de la amistad de personajes de primer orden de la cultura vasca como Bernardo Atxaga o los hermanos Ruper y Jonan Ordorika. Por su objetivo han pasado tanto el escritor de Asteasu como el cantante de Oñati. Su hermano Mikel Valverde, es un ilustrador muy conocido y acaba de colaborar en el último proyecto de Mikel Urdangarin, Kirmen Uribe, Bingen Mendizabal y Rafa Rueda, de nombre “Jainko txiki eta jostalari hura”.

Entre foto y foto, entrenamiento y conversación, el de Adurtza fue nombrado entrenador del Bilbao Athletic. Con el filial, un gol le separó del ascenso a Segunda, pero dejó huella en un grupo que contaba con jugadores como Iraola, Aduriz, Alaña, Bordas, Solabarrieta, Jonan o Asier Ormazabal.

Heynckes dirigía al primer equipo, la convulsión no era ajena a un club que había sufrido dos golpes, la sanción a Gurpegi y la terrible enfermedad del presidente Uria después. La frase del Volkswagen quedará para siempre en el recuerdo colectivo, curso complicado para el Athletic. Sin embargo, los resultados comenzaron a llegar y el teutón estuvo a un paso de volver a clasificar a los leones para la UEFA. No parecía sencillo sustituirle y Zubizarreta recorrió Europa en busca del entrenador de adecuado. El portugués Pacheco, el holandés Martín Jol y, sobre todo, los franceses Le Guen y Elie Baup estaban marcados en rojo en su agenda. Sin embargo, la renuncia de Baup a última hora provocó un giro en la situación. En una decisión arriesgada pero inteligente, Zubizarreta apostó por Valverde.

 

Una obra inacabada en Bilbao y la pasión griega

Sin fichajes y con la baja de un jugador clave como Bittor Alkiza, las incógnitas se cernían sobre el Athletic. Dos derrotas para arrancar el campeonato tampoco alentaban demasiado, pero Valverde dio con la tecla y clasificó al equipo en quinta posición. Un fútbol de ataque se convirtió en aún más trepidante durante el otoño de 2004, tiempo en el que el equipo pasó por encima del Real Madrid o consiguió la histórica goleada por uno a siete en Lieja. La figura del entrenador ya era indiscutible entre la grada, las remontadas de cuatro goles ante Osasuna o Betis lo afianzaban todavía más, pero su falta de sintonía con Lamikiz acabó con el proyecto. La derrota en semifinales de Copa ante los verdiblancos dejó un enorme poso de amargura en la afición rojiblanca. Se cerró una etapa y mientras la puerta giraba todo el entorno del club era consciente de que tarde o temprano, Valverde volvería al Athletic. Tenía una obra por acabar.

Su primera oportunidad fue en 2011, también de la mano de Josu Urrutia, al que apoyó en su campaña electoral. Sin embargo, fue imposible, tenía contrato con Olympiacos. Era su segunda etapa en El Pireo, una entidad donde es un auténtico ídolo. Con el paréntesis de su no muy agradable paso por el Villarreal –el entonces entrenador del filial Juan Carlos Garrido, muy apreciado por la familia Roig se encargó de dificultarle su tarea-  Valverde dirigió a los helenos durante cuatro cursos.  Allí, en medio de la crisis, del desplome de una economía y clubes otrora faraónicos, Valverde apretaba su cámara. Instantáneas desgarradoras, de carácter social y en las que incluyó a hinchas o jugadores.

 

 

Un ambiente aspero, rudo, violento incluso. Un equipo en el que dos de sus masajistas acudían a trabajar con pistola. No parecía un mecanismo de autodefensa o seguridad, al parecer provenían de Creta, zona en la que los disparos sirven para expresar alegría durante las celebraciones locales. El delantero Mitroglou fue fotografiado por Valverde en una de sus imágenes más crudas. El futbolista, de aspecto agrevisvo, intenso sobre el césped y con grandes tatuajes, sintió miedo al coger la pistola. Sin embargo, Valverde logró calmarlo ante su cámara. Fotografía que forma parte de la serie expuesta posteriormente en el Centro de Fotografía Contemporánea de Bilbao.

Olympiacos no es un equipo cualquiera, cuenta con doble rivalidad, los vecinos del Panathinaikos por un lado y los equipos de Tsalónica por otro. Algo que se lleva al extremo tanto en los campos de fútbol como en las canchas de baloncesto. Irracional, pasional, cultural o grupal, el fútbol está siendo uno de los cauces de expresión social durante la gravísima situación helena. Valverde supo ganarse el cariño de la gente durante su doble estancia, así fue cerró su ciclo entre aplausos, bengalas, pancartas y canticos de agradecimiento.

Rojo y blanco, pasión, intensidad y apoyo social unen a Athletic y Olympiacos, colores también de Valverde. Querido en Valencia tras su paso por Mestalla, Valverde entendió que era el momento de volver a casa. Sus primeras tareas, recuperar la debilitada autoestima del grupo, cimentar la solidez defensiva con un nuevo sistema y dar con la tecla adecuada en el centro del campo. Lo ha logrado, fotograma a fotograma, partido a partido, observando, indicando, corrigiendo, exigiendo, premiando y aglutinando. El revelado y acabado han sido perfectos.

68 puntos y la clasificación para la Champions a falta de dos jornadas son números incontestables. Y es que se mire por donde se mire, sin retoques, la imagen que Valverde ha logrado proyectar del Athletic es la de un equipo atractivo y luminoso. Una buena foto de un entrenador inteligente.