IñIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

Vida fósil

Estos días, la taquilla cinematográfica se encuentra arrasada por la llegada del filme “Mundo Jurásico”, la tercera entrega de la ya casi histórica “Parque Jurásico”. Toda la saga tiene su inicio en un llamativo descubrimiento, el de un fósil de ámbar, es decir, la resina de un tronco convertida en piedra por el paso de los milenios, que en su interior alberga un mosquito con la sangre de algún dinosaurio. Por fantástico que parezca, el hecho es que este hallazgo se asemeja bastante a algunos que el mundo científico ha podido realizar, encontrando insectos de hace millones de décadas preservados en el interior de los fósiles.

Y es precisamente esta idea la que inspiró a Thomas Heatherwick para resolver el proyecto del pabellón de Gran Bretaña en la Exposición Internacional de Shangai, siendo a la postre el pabellón laureado con el primer premio arquitectónico de entre los más de 200 países participantes.

Siguiendo una tradición que comenzó con la Gran Exposición de 1851, Gran Bretaña debía concurrir a la feria internacional con la creación de un pabellón temático en representación de la tecnología, la cultura y los logros de su nación. El concurso fue ganado por un equipo dirigido por Heatherwick, que, al igual que los demás arquitectos asignados por el resto de países occidentales, se enfrentaría al reto de resolver un solar del tamaño de un campo de fútbol, pero con un presupuesto cinco veces inferior al que el resto de naciones estaban asignando al encargo.

En lugar de tratar de gritar más alto para destacar con su edificio, la propuesta centró sus objetivos en resolver con gran sencillez y claridad un único elemento que centrase la atención de los visitantes. Y debido a que muchos de los setenta millones de visitantes de la Expo solo verían el pabellón desde fuera, decidieron que el exterior del pabellón debía contar lo que estaba pasando en su interior. Así que la forma de lograrlo era eliminar todas las pantallas y dispositivos de alta tecnología que saturan habitualmente los pabellones y convertir el edificio mismo en una manifestación de su contenido.

Debido a lo reducido del presupuesto, no tenía mucho sentido llenar toda la parcela, por lo que se optó por concentrar todos los recursos en la creación de un objeto focal memorable, que ocupaba una quinta parte del solar, y luego realizar un tratamiento arquitectónico muy económico para albergar los espacios funcionales. Así que, en definitiva, la estrategia de Heatherwick fue crear un espacio público que llenaba el lugar, colocando una pequeña pieza en la parte superior de ese paisaje para presidirlo, metiendo las instalaciones funcionales debajo de ella. Este espacio proporcionaría un respiro a los visitantes, pudiendo recuperarse del agotamiento y de la saturación de la Expo, y ser así capturados por el pabellón de Gran Bretaña, reducido a un objeto focal aislado ahora de su entorno caótico.

Con una temática basada en la relación entre las ciudades y la naturaleza, el equipo de Heatherwick propuso que ese objeto focal, esa pieza objeto de deseo fuese un cofre texturado, la protección de un almacén que albergaría miles de semillas, fosilizadas y expectantes, para en su caso volver a reconquistar con su naturaleza el planeta. El pabellón fue en realidad un arca de Noé destinada a las semillas, que son inmensamente importantes para la ecología del planeta y fundamentales para la nutrición humana y la medicina. Así lanzaba un manifiesto al futuro, en el que las semillas serían un último símbolo de potencial y promesa.

La catedral de semillas se materializó como una caja, con una base de 15 por 15 metros y 10 metros de altura. Y de todas las superficies sobresalían una especie de cabellos plateados, formados por 60.000 barras idénticas de acrílico transparente. Estas barras de 7,5 metros de largo se convierten en la imagen visible del edificio y en su contenido, ya que tapizan tanto el exterior como el interior de la pieza. Cuando son mecidos por el viento, estos pelos acrílicos se mueven como briznas de hierba tecnológica y en el fondo lo son, ya que cada barra protege en sus extremos interior y exterior unas semillas.

Durante el día, el interior del pabellón está iluminado por la luz del sol, que atraviesa toda la longitud de cada barra cristalina e ilumina los extremos y las semillas. Por la noche, unos diminutos leds ubicados dentro de cada barra iluminan no solo los extremos de semillas interiores de la estructura, sino también los exteriores que cubren el pabellón, convirtiendo su imagen en cientos de diminutos puntos de luz que bailan con la brisa.

Hay 250.000 semillas atrapadas en la resina acrílica del pabellón, igual que lo estaba el famoso mosquito de “Parque Jurásico”, albergando un instante de vida fosilizado en su interior, para protegerlas de un mundo que tal vez, desde el punto de vista medioambiental, ya no tenga solución y deba recurrir a ellas.