Amaia Ereñaga
LA CONQUISTA DEL CERVINO

Una épica mole de piedra y hielo

Tan deseado –no en vano fue el último cuatro mil en ser escalado en los Alpes–, como trágico –se ha cobrado un alto tributo en vidas–, el espectacular Cervino ha alimentado no solo los sueños de los alpinistas, sino también de generaciones de chavales desde la tapa de las cajas de lápices de colores Alpino o cediendo su forma dentada al sabroso chocolate Toblerone. Estos días se cumplen 150 años desde que la primera expedición llegase a la cima de esta espectacular montaña, inaugurando una historia que es como un cóctel en el que se mezclan altas dosis de épica con drama, fronteras, héroes y segundones. Todo ello aderezado con mucho hielo… y dura piedra.

Considerada una de las montañas más espectaculares del mundo, el Cervino (4.478 metros) es especial hasta en el nombre: es Matterhorn para los suizos y Gran Becca en el dialecto valdôtain del valle d’Aosta. Esta montaña de forma triangular «cumple» este mes 150 años, una redonda celebración que, como la frontera que la divide, se celebra paralelamente en su vertiente suiza –en la idílica y turística Zermatt, en el cantón de Valais–, como en la italiana –en Breuil-Cervinia, en Valtournenche–, y, aunque a esta mole de piedra y hielo ni le va ni le viene la cuestión de los límites geográficos, la pelea por su «propiedad» afecta incluso a la primera vez en la que, se tenga constancia al menos, el ser humano pisó su cumbre. El 14 de julio de 1865 dos expediciones pugnaban por ser las primeras en pisar su cumbre: una, la comandada por el británico Edward Whymper, llegó la primera desde Zermatt, aunque pagó con sangre su gesta; la otra, la dirigida por el guía italiano Jean-Antoine Carrel, alcanzó la cima tres días más tarde. No perdió a nadie, aunque sí la gloria.

Impresiona hasta imaginárselo: hace unos 200 millones de años, se rompía la gran masa de tierra llamada supercontinente Pangea y de ella surgían Laurasia, el continente que contenía Europa, y Gondwana, el que incluía a África. En medio, el mar de Tetis. Era el principio de la cordillera alpina, aunque no tenía nada que ver con la que conocemos ahora, porque hubo que esperar otros cien millones de años, ahí es nada, para que de un descomunal choque de capas de la corteza terrestre –el nombre científico de lo que pasó es “subducción”– surgieran montes como el Cervino. En un principio no se parecía a la roca desafiante que es ahora, porque era una colina redondeada, aunque, por efecto de la erosión natural sufrida durante el último millón de años, fue adquiriendo su característica forma piramidal.

Cuatro caras, dos cordadas. Piedra y hielo, cuatro caras y cuatro aristas vertiginosas. Así es esta montaña, desafiante como un diente de la piedra y que, de siempre, ha fascinado a los montañeros. «Era el último gran pico alpino que permanecía sin conquistar, menos por la dificultad de la ascensión que por el terror que inspiraba su apariencia invencible. Parecía haber un cordón a su alrededor hasta el que uno podía llegar, pero no más lejos. Dentro de esa línea invisible se suponía que existían espíritus y genios…», escribió Edward Whymper (Londres, 1840- Chamonix, 1911) en sus memorias.

Whymper, siguiendo la tradición familiar, iba para ilustrador, hasta que se encontró con los Alpes. Un editor londinense interesado por su talento como dibujante le había enviado allí a abastecerle de «vistas de montaña» y Whymper se enamoró del alpinismo. Intentó subir infructuosamente hasta en seis ocasiones al Cervino hasta que, en lugar de atacar la montaña por la cara sudoeste –la italiana, por donde iban las primeras tentativas–, se decidió a hacerlo por la cara noreste, convencido de que su apariencia de precipicio visto desde Zermatt era una ilusión óptica y que el descenso del estrato haría que el lado contrario fuera una escalera natural. Aquel julio de hace 150 años, el alpinista y explorador británico estaba alojado en Zermatt con lord Francis Douglas –un aristócrata escocés, hermano del marqués de Queensberry, que dio su nombre a las normas del boxeo– cuando oyó que otros tenía su mismo objetivo. Eran el capellán anglicano y reconocido montañero británico Charles Hudson y Michel Croz, un conocido guía de Chamonix.

«Lord Francis Douglas y yo cenamos en el hotel Monte Rosa, y justo había acabado cuando el señor Hudson y un amigo entraron en la salle à manger. Habían regresado de inspeccionar la montaña y algunos ociosos en la habitación les preguntaron por sus intenciones. Oímos una confirmación de la afirmación de Croz y supimos que el señor Hudson pretendía salir por la mañana a la misma hora que nosotros. Salimos de la habitación para consultas y estuvimos de acuerdo en que no era conveniente que dos partidas independientes estuvieran en la misma montaña al mismo tiempo con el mismo objetivo. El señor Hudson fue, por lo tanto, invitado a unirse a nosotros, y él aceptó nuestra proposición. Antes de admitir a su amigo (el señor Hadow), tomé la precaución de preguntar qué habían hecho en los Alpes y, así como yo recuerdo, la respuesta del señor Hudson fue: ‘El señor Hadow ha hecho el Mont Blanc en menos tiempo que la mayor parte de los hombres’». Hadow, el estudiante, y lord Francis Douglas eran dos novatos en la montaña y muy jovencitos: ambos tenían 19 años. Completaban la expedición los Taugwalter, padre e hijo, dos guías de Zermatt con amplia experiencia alpina. Solo ellos dos y Whymper volverían de la montaña.

Tenían que apresurarse, porque se había corrido la voz de que una cordada italiana liderada por el experimentado guía Jean-Antoine Carrel (Valtournenche, 1829- Zermatt, 1890) se preparaba para atacar la cumbre desde Cerdinia, subiendo por la cresta del Leone. Carrel es como uno de esos personajes de leyenda. Todo genio y figura, natural del valle de Aosta, se enroló en las tres guerras de independencia italianas (1848-1866), pero sobre todo era un hombre de monte y famoso guía de montaña. De hecho, todos los intentos realizados antes de 1865 en el Cervino no habían conseguido superar la cresta del Cocq (4.032 m.), a donde habían llegado Carrel y su tío Jean-Jacques en 1861. Por eso mismo, Edward Whymper había intentado infructuosamente traerse a su terreno a Carrel para que se uniera a su proyecto de subir por la zona suiza, pero no se pusieron de acuerdo y, en 1865, la rivalidad nacional de Italia contra el «combinado» suizo-inglés en pos de la cumbre mágica llegó a su culmen.

Para ti la muerte y la gloria. Año 1865, mes de julio, las nieves continuaban fundiéndose en las laderas y se levantaba el telón del último acto. A las 4:30 a.m. del 13 de julio, una partida de siete hombres liderados por Whymper marcharon hacia el Cervino bajo un cielo claro. Ascendieron pasando el Schwarzsee hasta una meseta, donde acamparon. Mientras, su competidor Carrel trepaba desde la parte italiana. Su cordada había acampado a una altura de alrededor de 4.000 metros. Habían tenido que retroceder debido a que se les había hecho tarde para continuar.

El 14 de julio, la cordada de Whymper llevó a cabo una primera ascensión con éxito de la ruta Hörnli, la utilizada todavía hoy en día, y les resultó mucho más sencilla de lo que esperaban. Guiados por Croz, no encontraron dificultades serias hasta l’Epaule (4.250 m.), el famoso “hombro” del Cervino-Matterhorn. Superaron la peligrosa travesía sobre los precipicios de la cara norte y, a las 13:40, pisaron la cumbre. «Otros hollarán su cumbre nevada, pero ninguno conocerá los sentimientos de los que por primera vez contemplaron su maravilloso paisaje» dejó escrito después Whymper en la crónica de sus hazañas. Al asomarse al abismo, el alpinista inglés distinguió, muchos metros más abajo, a Carrel y sus hombres; sus gritos y las piedras que les arrojaron les hicieron ver que habían perdido la partida y los italianos se retiraron. Tres días más tarde Carrel conquistó, a su vez, el Cervino, y lo hizo además por su ruta más difícil; pero su victoria le dejaría un irremediable poso de amargura.

A los ganadores todavía les quedaba bajar. Pasaron las zonas más delicadas, por encima de l’Epaule y, de pronto, no se sabe cómo, el imberbe Hadow se cayó, derribando a Croz y arrastrando también a Hudson y Douglas. Todos estaban unidos por la misma cuerda. «Michael Croz había dejado a un lado su piolet, y para dar mayor seguridad a Mr. Hadow estaba cargando por completo sobre sus piernas y poniendo sus pies, uno detrás de otro, en la posición adecuada. Hasta donde yo sé, nadie estaba de hecho descendiendo. No puedo hablar con seguridad, porque los dos hombres que lideraban estaban en parte ocultos a mi vista por una masa de roca, pero es mi creencia, por los movimientos de sus hombros, que Croz, habiendo hecho lo que yo he dicho, estaba en el acto de volverse para bajar un escalón o dos por sí mismo; en ese momento, el señor Hadow resbaló, cayó contra él y lo derribó. Oí una sola exclamación de sorpresa de Croz, luego lo vi a él y al señor Hadow volando hacia abajo; en otro momento Hudson fue arrastrado aparte de sus peldaños, y lord Francis Douglas inmediatamente después de él. Todo esto ocurrió en un momento. Inmediatamente oímos la exclamación de Croz, el viejo Peter y yo nos plantamos tan firmemente como las rocas lo permitían; la cuerda estaba tensa entre nosotros, y el tirón nos llegó a ambos como un solo hombre. Aguantamos, pero la cuerda se rompió a medio camino entre Taugwalder y lord Francis Douglas. Por unos pocos segundos, vimos a nuestros desafortunados compañeros resbalando hacia abajo sobre sus espaldas, y estirando sus manos, intentando salvarse. Pasaron por delante nuestro ilesos, desapareciendo uno a uno, y cayeron de un precipicio a otro hasta el Matterhorngletscher; debajo, una distancia de casi cuatro mil pies de altura. Desde el momento en que la cuerda se rompió era imposible ayudarlos. ¡Así perecieron nuestros camaradas! Durante media hora permanecimos en el lugar sin movernos un solo paso». Los cuatro se mataron al caer al glaciar Matterhorn, 1.400 metros más abajo.

Cinco días después se recuperaron todos los cuerpos sin vida, salvo el de lord Francis Douglas, que aguarda desde hace casi siglo y medio a que los hielos lo devuelvan. El eco de la terrible desgracia tuvo gran eco en Europa. Además, estaba la cuestión de si habían cortado la cuerda o no, lo que provocó acusaciones de sabotaje y hasta de asesinato. En Inglaterra, la ola de indignación fue tal que movió a la reina Victoria a preguntar a lord Chamberlain si no se podía declarar ilegal la práctica del alpinismo. La iniciativa no surtió el efecto esperado, porque la montaña y el lugar se pusieron de moda entre los amantes de la montaña. Y así nació Zermatt como centro turístico.


A velocidad de crucero, en zapatillas... Su forma piramidal hace que la ruta considerada como normal, la arista Hörnli, sea una empresa complicada, no por su dificultad técnica, sino por su longitud y compromiso. Sin embargo, a lo largo de estos años se han ido «domando» las distintas caras de la montaña, la más difíciles de las cuales es la norte. Esta también fue «sometida» finalmente por los hermanos Franz y Toni Schmid en agosto de 1931… aunque lo llevaron en secreto y llegaron y se marcharon ¡en bicicleta a Munich! Más datos: la primera mujer en alcanzar la cima fue Lucy Walker en 1871, el primero en subirla en solitario fue Dieter Marchart en julio de 1959, la primera vez que se «domó» la Nariz de Zmutt (un saliente en la lado de la derecha de la cara norte que era insalvable hasta el momento) fue en 1969, por los italianos Alessandro Gogna y Leo Cerruti.

De hecho, aquellos alpinistas de hace siglo y medio se hubieran quedado petrificados al saber que tras sus huellas han subido millares de montañeros y turistas, que medio millón han muerto en el intento y que, a principios de este mes de junio, el suizo Dani Arnold ha roto todos los récords de escalada al plantarse en la cumbre en 1 hora y 46 minutos. Normalmente les suele llevar unas ocho horas. Otra hazaña: en 2013, el catalán Killian Jornet, vestido únicamente con una camiseta, un pantalón corto, zapatillas de carrera por montaña y un reloj, realizó una meteórica carrera que le llevó en un viaje ida y vuelta entre Cervinia y la cumbre del Cervino en 2h52’02’’, rebajando en 22 minutos el récord del italiano Bruno Brunod, una leyenda en las carreras de montaña, que llevaba vigente 18 años. Era un capítulo más de su “Summits of My Life”, visionario proyecto personal de Jornet, que le está llevando a subir a las cumbres más altas y significadas de los Siete Continentes, estableciendo récords en todas sus ascensiones.

Dos ascensiones, dos fiestas. Con su sempiterna nube enroscada –debido a su posición en la principal divisora de aguas alpinas y a su gran altura, está expuesta a rápidos cambios de tiempo–, esta montaña sigue igual de imponente, aunque durante estas décadas su cumbre haya sido hollada por miles de montañeros; nada menos que unos 3.000 alpinistas al año.

Para recordar aquella gesta, la villa suiza de Zermatt celebra a lo largo de todo este año su relación con esta mole con todo tipo de actividades, actos culturales y la inauguración el día 14 de uno de los lugares emblemáticos a la hora de acometer el Cervino: la cabaña de Hörnli, que es el punto de salida de las ascensiones por la vertiente suiza. Situada a 3.620 metros de altitud, ha proporcionado un techo y comida –algo caros, eso sí– a generaciones de alpinistas. Cerrada en 2012, podía acoger hasta 180 personas; tras su remodelación, se ha renunciado a 53 plazas para ganar en comodidad.

Incluso el Cervino será cerrado, de forma excepcional, a los alpinistas ese mismo día 14 tanto en su vertiente suiza como italiana, porque la comunidad alpina quiere recordar a los casi 500 alpinistas que han perdido la vida en esta montaña. De hecho, en Zermatt hay un cementerio dedicado especialmente a los guías de montaña, que atestigua lo mucho que se ha cobrado en vidas esta cumbre. La víspera, la ruta original se iluminará de noche con antorchas, La imagen, seguramente, será impresionante.

Por cierto, que a Zermatt no se puede llegar en coche, por lo que hay que dejarlo en el pueblo anterior y subir en tren. Tiene tres teleféricos: Matterhorn Glacier Paradise (3.883 m) –el teleférico más alto de Europa; ofrece un espectáculo increíble de las nevadas montañas alpinas, con 14 glaciares y 38 cumbres por encima de los 4.000 metros desde el mirador panorámico–, Gornergrat (3.089 m) y Rothorn (3.103 m). La zona tiene nieve durante todo el año, con 360 kilómetros de pistas en invierno y 21 en verano, con una zona esquiable internacional unida directamente con Italia.

En el valle de Aosta, en Breuil-Cervinia Valtournenche, las celebraciones tendrán un tono más montañero. La mayoría de los actos se concentrarán entre los días 16 y 17, el aniversario de la subida de los Carrel, y lo cierto es que la presencia de las gentes de la montaña será mucho más importante aquí, con actos como el debate entre figuras míticas como Reinhold Messner –el himalayista presentará su último libro, que está dedicado precisamente al Cervino–, el famoso «local» Hervé Barmasse –presentará su libro “La montaña dentro”– o la gran escaladora francesa Catherine Destivelle. El domingo 19 será un día especial para los amantes de las carreras de montaña, porque se ha programado una salida abierta al Cervino guiada por nada menos que el campeón del mundo de Skyrunning Bruno Brunod.

Los dos amigos/enemigos. Por cierto, que con motivo del aniversario, la editorial Desnivel ha reeditado el relato escrito por Edward Whymper y que fue publicado en 1871 en Londres bajo el título de “Scrambles amongst the Alps in the Years 1860-1869”. Pero, nos preguntaremos, ¿qué fue de Whymper y de Carrel? Eran rivales pero también compañeros, porque el inglés le pidió a a Carrel que le acompañara en sus expediciones a los Andes ecuatorianos. Juntos fueron los primeros en subir en 1880 el Chimborazo (6.130 m), durante el siglo XIX considerada como la cumbre más alta de la Tierra, y dicen que el italiano se quitaba el mal de altura a base de vino caliente. Whymper subió otras altas cimas y murió en Chamonix en 1911. Dejó escrito este consejo: «Escalad si queréis, pero recordar que la fuerza y el valor no son nada sin la prudencia. Y una negligencia momentánea puede destruir la felicidad de toda una vida. No hagáis nada con prisa, mirad bien cada paso y pensad que cada momento puede ser el fin».

A Carrel el trabajo de guía no le daba para mantener a su amplia familia –doce hijos nada menos–, por lo que lo combinaba con la agricultura, que tampoco era su pasión. Aun así, nunca dejó la montaña. La cruz Carrel, situada a los pies del Cervino, recuerda el lugar donde murió el 26 de setiembre de 1890. Era su ascensión número 51 a «su» montaña y se les había echado encima el mal tiempo. Carrel consiguió poner a salvo a sus clientes, pero él no pudo superarlo. Tenía 61 años.