Arturo F. Rodríguez
Bienales de arte

Un mercado global de lo exclusivo

Es imposible resistirse al chiste: «Queremos bienal todos los años». Esta frase, de un avispado comerciante establecido junto a una de las sedes de estas bienales, hace referencia a la cantidad de público consumidor que mueve una cita de estas características. Lo cierto es que la fórmula de la «bienalización» se ha extendido y todos los años damos cuenta de la celebración de bienales, repartidas por todo el globo, que se solapan y que pugnan por el campeonato mundial de la hegemonía artística. Pero hay más cosas en juego.

A las bienales se las puede definir como espacios de negociación del arte en un sentido amplio. Por un lado, es el territorio avanzado de las nuevas propuestas artísticas, un lugar en el que podemos encontrar el signo artístico de nuestro tiempo y su cotización en el mercado. Pero por otro lado, y como no puede ser de otro modo en este mundo globalizado, las bienales han acabado siendo el paradigma de la visión utilitaria de la cultura, un elemento de promoción turística, una excusa para la transformación urbana o, simplemente, el maquillaje cultural del poder. De modo que estamos ante un complejo fenómeno que aglutina mercado y divergencia, política y espectáculo, globalización y exclusividad. Y también arte, pero no como telón de fondo, sino como elemento que evidencia todo este entramado, unas veces de manera crítica, otras de manera sumisa.

Las bienales que tienen lugar este año 2015 mantienen a grandes rasgos estas mismas claves, pero a la vez presentan algunas grietas en su crecimiento desmesurado. Puede que el modelo haya entrado en fase de agotamiento, o puede que haya llegado ya el momento de que unas bienales reemplacen a otras en el ranking por motivos puramente artísticos, que todo puede pasar.

Sin ir más lejos, este año coinciden en la agenda global del arte “bienalizado”, citas como la Bienal de Shanghai (que finalizó en marzo); la Bienal de Sharjah, en Emiratos Árabes Unidos; la Bienal de Thessaloniki, en Grecia, que se desarrolla hasta setiembre; la Bienal TRIO, en Río de Janeiro, Brasil, entre setiembre y diciembre, o la Bienal de Lyon, que se inaugura en setiembre, por citar solo algunas de ellas.

Pero quizás las más destacadas de este año, a tenor de la comunicación y la expectación que generan, sean la 56ª Biennale di Venezia, la mamma de todas las demás y creada en 1895; la XII Bienal de La Habana y la XIV Bienal de Estambul. A estas habría que añadir la Bienal de Sao Paulo, que se inició en 1951 siendo la segunda más antigua después de la de Venecia y que, aunque anuncia actividades en el presente año, se celebra en 2016.

Todas ellas son muy diferentes en cuanto a planteamiento y desarrollo, algo que viene siempre determinado por sus diferentes contextos culturales, pero además se trata de acontecimientos que han conseguido una estabilidad en el calendario y una autoridad cultural que les otorga un papel referencial. Tampoco hay que olvidar la influencia que genera su enclave geopolítico, que las convierte en lugares estratégicos para el intercambio de capitales, tanto simbólicos como financieros. Quizá por ello, la puesta en relación o la visión general de estos tres eventos nos ofrezca un panorama bastante atinado de qué se cuece en el “universo bienal de la artes”.

Venecia: Todos los futuros del mundo. Más allá de las críticas que desprende durante toda su celebración, la Bienal de Venecia sigue siendo el termómetro del arte actual, aunque su compleja estructura, la división que presenta en diferentes sedes y pabellones nacionales, así como la profusión de actos hacen de esta cita algo inabarcable para el visitante.

En esta edición, bajo el lema “All the World’s Futures” (Todos los futuros del mundo), su máximo responsable, Okwui Enwezor (1963), nacido en Nigeria pero de nacionalidad estadounidense, se pregunta: «¿Cómo puede el desasosiego de nuestra época ser captado, hecho comprensible, examinado y articulado?». No es cuestión de analizar los resultados o de repasar cómo los artistas participantes han dado respuesta a las preguntas del comisario, pero quizá valga la pena destacar que la muestra ha sido criticada mediáticamente por parecer un «batiburrillo agobiante» cuyo mayor problema es la ausencia de un sentido unitario. En esta línea crítica, las comparaciones con la anterior edición, comisariada por Massimiliano Gioni, no dejan al actual director en muy buen lugar precisamente. Desde luego, hay propuestas dignas de tener en cuenta, como el trabajo que presenta Jimmie Durham: “Venice: Objects, work and tourism”, sobre el fenómeno del turismo en la ciudad; un proyecto en el que el artista rescata y recicla con inteligencia, y sobre todo con mucha ironía, los souvenirs más típicos para situarlos en inadvertidos recovecos del palacio de la Fundación Querini Stampalia. Un interesante modo de mezclar historias locales, tradición veneciana y residuos de un turismo desquiciado, todo ello en el imponente marco histórico que ofrece la ciudad para concebir así divertidas lecturas del gran engranaje mercadotécnico que es el evento.

Una de las cuestiones a tener en cuenta es el claro protagonismo femenino, del que hablan muchos medios al referirse a esta edición de Venecia. En este sentido, parece inexcusable la visita a la instalación de la japonesa Chiharu Shiota (Osaka, 1972), “The Key in the Handy”, compuesta por miles de pequeñas llaves provenientes de todo el mundo, que cuelgan de una enorme maraña de hilos rojos y que envuelve dos grandes barcas. Para la artista, este decorado es una poesía dedicada a la ausencia y a las huellas del pasado, una manera de investigar la memoria para llegar a conocer sus orígenes y sus raíces. Algunos importantes pabellones representados igualmente por mujeres son los de Estados Unidos (Joan Jonas), Rusia (Irina Nakhova), Gran Bretaña (Sarah Lucas), Grecia (Maria Papadimitriou), Suecia (Lina Selander), Noruega (Camille Norment) o Chile (Paz Errázuriz y Lotty Rosenfeld).

Por otro lado, la división por nacionalidades de los pabellones que conforman la bienal ha vuelto a generar el debate sobre su obsoleto planteamiento, un debate interesante pues cuestiona la esencia de este gran evento e introduce de lleno el tema de la universalización (y quizá homogeneización) de las artes visuales. ¿Debemos seguir creyendo en propuestas artísticas “nacionales” o “identitarias”, o esta cuestión debe permanecer latente y manifestarse precisamente en un contexto globalizado? La representación vasca en la Bienal de Venecia, que se extiende hasta el 22 de noviembre, la ejerce Pepo Salazar (Gasteiz 1972), que forma parte del grupo de artistas seleccionados por Martí Manem para el Pabellón del Estado español junto al barcelonés Francesc Ruiz (1971) y el colectivo conformado Helena Cabello (París,1963) y Ana Carceller (Madrid, 1964). Un interesante ejercicio comisarial que tiene en la figura de Dalí el elemento articulador de la propuesta. Hay que recordar que Catalunya tiene pabellón propio, espacio que ocupa el director de cine Albert Serra.

La Habana: Entre la idea y la experiencia. La Bienal de La Habana, por su parte, nació como cita de reflexión entre los propios artistas y teóricos cubanos para ir aglutinando poco a poco a los agentes más destacados del arte latinoamericano. En este sentido, La Habana es el contrapunto a Venecia. Tanto por su gestación como por su débil presupuesto proveniente del Estado, la cita ha sido hasta hace bien poco un espacio de resistencia, y también de polémicas sobre la libertad de expresión. Imposible no citar el caso de Tania Bruguera, que provocó un gran revuelo político en el arte internacional al ser censurado su intento de dar voz a los insatisfechos con el régimen en la edición de 2009, y que ha despertado nuevamente una gran expectación con su performance del 29 de diciembre de 2014. Bajo el proyecto artístico “El susurro de Tatlin # 6”, Bruguera quería colocar un micrófono abierto en la Plaza de la Revolución de La Habana para que los ciudadanos expresaran sus opiniones sobre el futuro de Cuba, pero el Gobierno le negó el permiso para el evento y detuvo a la artista. Lo peor del caso es que el sentido de la acción es ahora secuestrado por la disidencia cubana, redimensionado y convertido en algo incontrolable por la autora, que tampoco tuvo en cuenta la micro historia de un enclave tan señalado.

Pero además de estas controversias, la que fue denominada como “La Bienal del Tercer Mundo” se ha transformado notablemente. En esta nueva edición, la bienal hace visibles los cambios que están teniendo lugar en la isla, esto es, el nuevo ámbito de relaciones con Estados Unidos. Aunque es cierto que por esa misma puerta que se ha abierto recientemente acceden oportunistas, transacciones opacas e incongruencias ideológicas, de modo que algunos medios se han apresurado a denominarla como “la Bienal del deshielo”, es verdad que la convocatoria ha experimentado un importante crecimiento gracias a la llegada de coleccionistas, críticos y comisarios extranjeros que han dado un fuerte impulso a numerosos artistas cubanos y latinoamericanos. Pero queda por ver cómo mantiene sus señas de identidad y su compromiso con la vanguardia social ante la llegada de las grandes marcas y las galerías de arte más importantes del mundo.

La edición de la Bienal de La Habana 2015, que acaba de concluir, se ha organizado bajo el lema “Entre la idea y la experiencia”, con el objetivo de profundizar en el que ha sido uno de los recursos más preciados de la cita habanera: «sentir la ciudad y su gente, lo que equivale a involucrar a sus comunidades poblacionales y profesionales, sus micro-políticas y micro-espacios de socialización».

La duodécima edición no ha tenido un núcleo central de exhibición, se ha instalado en los intersticios de la ciudad para intervenir directamente en su contexto urbano. Es una bienal porosa, que se aparece al visitante como por sorpresa y que se funde con la energía incomparable del pueblo cubano. Han participado en ella 223 artistas individuales o colectivos, procedentes de 43 países de América Latina, el Caribe, África, Asia y Europa, continente este último que cada vez tiene más presencia en esta cita.

Entre las exposiciones colaterales ha destacado “Detrás del Muro”, que convirtió el popular malecón de La Habana en una extensa galería con más de 51 proyectos, cerca de 60 artistas e instalaciones, performances, talleres y conferencias. A destacar el solemne cubo azul y transparente de Rachel Valdés, la playa artificial que el artista Arles del Río emplazó en medio del malecón, la pieza del estadounidense David Opdyke: un poste eléctrico caído que se asemeja a un tótem derribado en busca de compasión; o la acumulación de muebles pintados de blanco que compone la pieza-montaña titulada “Secreter”, de la colombiana Lina Lear.

También ha sido ampliamente reseñado el megaproyecto “Zona Franca”, en el Complejo Cultural Morro-Cabaña, la más grande muestra expositiva de arte cubano realizada hasta la fecha, que incluía a renombrados artistas de la diáspora, entre ellos, el ya mítico pintor Tomás Sánchez. A estas muestras se han unido otras exposiciones y un gran número de actividades y conferencias. Pero lo que parece claro es que la Bienal de La Habana todavía no es una cita elitista, se trata de la fiesta de toda una ciudad, del arte como un patrimonio compartido. Hay cosas que todavía no tienen precio.

Estambul: Mirando al mar. La decimocuarta edición la Bienal de Estambul tiene como lema “Saltwater. A Theory of Thought Forms” (Agua salada: una teoría de reflexión sobre las formas). La exposición presentará, a partir del 5 de setiembre, obras de más de cincuenta artistas visuales, que se unirán a los trabajos de otros profesionales como oceanógrafos o neurocientíficos. Se trata de un gran proyecto que se extiende a lo largo de toda la ciudad del Bósforo y que tomará en consideración aspectos tales como las diferentes frecuencias y patrones de las olas, las corrientes y las densidades del agua; cuestiones que «poética y políticamente conforman y transforman el mundo». De modo que la edición de este año mira hacia el contexto natural, a la ciencia, para llegar hasta el mar como tema principal. Da la circunstancia que desde sus comienzos, y dado que la ciudad no tenía grandes salas de exposición, la organización del evento hizo de esto una virtud y trabajó bajo el lema “Arte contemporáneo en espacios históricos”. A partir de entonces, este fue uno de los mayores atractivos de la Bienal de Estambul.

En todas estas citas que hemos recorrido, en estas grandes bienales, el arte busca ansiosamente el encuentro con el público, aunque a veces haya que pagar el peaje del vocerío turístico o de la promoción espectacular. En todas estas grandes citas encontraremos una vanguardia artística realmente comprometida con su tiempo junto al merchandising más kitsch, junto a la frivolidad, la ostentación y la vanidad. La creación artística contemporánea tiene una difícil negociación con estos eventos, en los que la banalización de la experiencia cultural es una constante; y sin embargo, no podemos dejar de referirnos a estas fiestas tan coloridas y tan sugerentes cuando hablamos de arte. Pero en medio de todo este ruido es preciso recordar que el arte solo es frívolo cuando es mal arte, cuando no se sustenta ni conceptual ni formal ni éticamente. ¿Cómo conjugar hoy la irrefrenable globalización del arte y la exclusividad en la que sigue instalado?