Violeta Santos-Moura
la cara oculta de la ocupación

Ex soldados israelíes rompen el silencio

Creían que se iban a enfrentar cara a cara con el enemigo y, en la mayoría de los casos, se encontraron sembrando el miedo entre la población civil palestina. Ex soldados israelíes participan en el proyecto «Breaking Their Silence», cuyo principal fin es aportar una narrativa alternativa al discurso oficial «vendido» por la clase política dominante de Israel.

La clase política dominante en Israel justifica la ocupación de los territorios palestinos alegando que es por necesidad de seguridad; el público israelí, en su mayoría, no cuestiona este hecho. Y es que casi la totalidad de los y las israelíes no realiza el servicio militar obligatorio en tierras palestinas y, por lo tanto, tiene un conocimiento limitado de lo que sucede en el terreno. De hecho, solo una minoría de los reclutas israelíes son desplegados en posiciones de combate en Cisjordania y los alrededores de Gaza. Además, la clase política de derechas israelí rechaza a los medios internacionales al considerar que dan una imagen sesgada de Israel y, por en consecuencia, el público general tiende a confiar más en los medios locales y nacionales que atienden exclusivamente la narrativa de la clase militar y política dirigente.

En los últimos años, en un intento de romper este círculo narrativo que se retroalimenta a sí mismo, un grupo de jóvenes ex soldados han alzado la voz para dar una versión completamente diferente a la oficial. El grupo, denominado Breaking Their Silence (Rompiendo su silencio), busca cuestionar los argumentos que da la clase política para justificar la ocupación militar y arrojar luz sobre cómo la ley marcial impuesta a la población civil durante décadas es «moralmente incorrecta y se sitúa en el mismo corazón del conflicto».

Afirman que, a diferencia de lo que creían como reclutas a los 18 años, el objetivo de la misión a la que fueron enviados «no era garantizar la seguridad de los israelíes», ni tan siquiera «luchar contra un ejército extranjero». Fueron enviados por lo consecutivos gobiernos para «perpetuar décadas de dominio israelí sobre los territorios palestinos y su poder sobre la población civil».

Mediante la recopilación y difusión de sus historias, en las que sobresalen testimonios de violencia y opresión, pretenden que la ciudadanía israelí tome conciencia con lo que denominan como «la inevitable degradación moral que supone mantener el control sobre la población civil» y, asimismo, poner el foco en el «carácter sistémico e intrínsecamente corrupto de la ocupación militar», en lugar de, como es habitual, «tomarse los casos individuales de mala conducta militar simplemente como anomalías y excepciones».

Como era previsible, la clase política los ha señalado como traidores e incluso, en algunos casos, han recibido amenazas para que cesen su labor.

Proporcionar una narrativa alternativa. La siguiente serie de imágenes e historias –existen decenas de ejemplos, pero para este reportaje se han seleccionado cinco de ellos– busca proporcionar una narrativa alternativa sobre las fuerzas de defensa de Israel desde un punto de vista cercano, entrando incluso dentro de sus famosas unidades de combate. Su testimonios también ayudan a proporcionar un contexto más amplio al estallido de violencia que se ha registrado desde finales de 2015, que se ha cobrado al vida de decenas de israelíes y cientos de palestinos. Según los antiguos soldados, «parte de esta generación de jóvenes palestinos que participa en actos violentos son aquellos chavales de siete años que vieron como humillábamos a sus padres cuando éramos soldados durante la segunda Intifada». Al fin y al cabo, sus testimonios ilustran qué realidad vivieron muchos jóvenes palestinos durante su niñez.

Los testimonios recopilados por Breaking Their Silence son sometidos a un proceso de verificación y, antes de ser publicados, se corroboran todas las fuentes. Casi en la totalidad de los casos los responsables de proyecto protegen la identidad de las fuentes, ante el temor de que sean perseguidas y amenazadas. De esta manera, ademas, pretenden que cada vez más personas se animen a dar su testimonio y apoyen el proyecto. Pero este anonimato hace precisamente que los opositores a este proyecto lo pongan en tela de juicio.

Ahora, un grupo de hombres y mujeres han enseñado su rostro ante las cámaras, han contado qué hicieron, cómo lo sintieron, quiénes son ahora y, también, cuál es el futuro que esperan.

 

«Nadie me explicaba nada. Y debo admitirlo, en un momento concreto dejé de preguntar»

Jana Schmidt recuerda con suma tristeza las vivencias que le tocó vivir durante su paso por en el servicio militar. De hecho, ha querido borrar todo recuerdo físico que le pueda retrotraer a esos años, pero hay imágenes que no puede olvidar: «Me acuerdo que cuando terminábamos una misión de arresto, traían a los sospechosos a la base donde estábamos desplegados para una revisión médica. Frente a la enfermería había una cantina a la que acudíamos a ver la televisión o tomar algo para comer o beber... y recuerdo cómo pasábamos haciéndonos camino entre los arrestados, que solían pasar allí horas», relata.

En aquellos momentos no podría explicar lo que sucedía, ahora considera que era totalmente ridículo: «Nosotros mirábamos televisión mientras que, justo a nuestro lado, un hombre permanecía sentado, esposado y con los ojos cubiertos». En un primer momento, preguntó a sus compañeros por qué los tenían así durante tantas horas, pero con el tiempo asumió «que eso era lo que había» y, en un momento concreto, dejó de preguntar. «Quizás aquello fue lo más duro de aquella etapa. De alguna manera, borré la persona que había sido antes del Ejército y la que he vuelto a ser ahora otra vez».

De hecho, no recuerda que ni una sola vez a los detenidos se les hubiera ofrecido nada para comer o beber durante aquellas largas horas: «Recuerdo una vez, al principio, que me acerqué a ellos para preguntarles si necesitaban agua y me pidieron que no lo volviera a hacer, que no estaba autorizada para hacerlo». Realmente, relata Schmidt, «eran como perros abandonados, tenían esa mirada vacía que no se puede explicar».

 

«Molestar a los palestinos, el abuso verbal y físico y el comportamiento violento son una norma»

«El primer o segundo día en Hebrón, mis superiores me pidieron que fuera en un patrulla por los casbah (ciudadelas). En un principio me pareció entretenido», recuerda Gil Lillel, quien en seguida se dio cuenta de que aquello era más complicado de lo parecía a primera vista. «Durante el recorrido, uno de mis comandantes, el más veterano, agarró a un anciano palestino, se lo llevó a un callejón y comenzó a golpearlo», cuenta, haciendo hincapié en que ninguno de los compañeros que la acompañaban en la patrulla mostró ningún signo de extrañeza. Se callaron, al igual que posteriormente aprendió a hacerlo ella misma: «Me di por vencida, dejé de lado mi humanidad, renuncié a lo que soy y simplemente me hice más y más agresiva y más violenta para ajustarme a mi entorno».

Afirma que «molestar a los palestinos, el abuso verbal y físico, el comportamiento violento y la agresión son una norma» tanto en la compañía en al que estuvo ella como en otras. «Nuestros comportamientos violentos, al final, incluían el abuso diario de los residentes palestinos: retrasos rutinarios, niños y mayores en los puestos de control durante horas y horas; prisioneros que son tratados de manera incorrecta...».

Ha dado la cara y ha contado la realidad que vivió porque considera que hay que contar lo que está sucediendo en el terreno. «Estamos enviando a nuestros hijos, nuestros amigos, nuestros hermanos y hermanas... y cuanto lo hacemos, esto es lo que hacen; nos guste o no», afirma Lillel, quien actualmente trabaja en la ONG Shatil, dedicada a la promoción de iniciativas de la sociedad civil relacionadas con los derechos de la mujer, el pluralismo religioso y la democracia participativa.

 

«Mientras relataba mi historia en voz alta, empecé a ver mis recuerdos de diferente manera»

«Cuando Breaking Their Silence vino a buscarme la primera vez y me pidió que les explicase mi servicio militar, creí que no tenía mucho que contar. Yo era de izquierdas y defensor de los Derechos Humanos incluso entonces, así que consideraba que no habían pasado cosas fuera de lo común en mi presencia. Sin embargo, insistieron y, mientras les relataba mi historia en voz alta, intentando recordar todos los detalles, empecé a ver las cosas de manera diferente; de alguna manera ha cambiado la manera en la que las recordaba». Estas son las palabras de Yoni Levy, quien durante el servició militar ocupó el puesto de primer sargento de la Unidad de Ingeniería de la Brigada Givati, destinada en la Franja de Gaza. «Me di cuenta –prosigue– que no es preciso llegar al extremo de decir ‘cogimos y le rompimos los brazos y las piernas’ y que el problema es la misma esencia de la ocupación», advierte, al tiempo que explica que en aquel momento no entendía lo que estaba haciendo y tampoco era consciente de cómo cada paso que daba afectaba a los ciudadanos: «Lo importante para mí era realizar tantas misiones como fuera posible, hacer cosas interesantes y desafiantes».

Participó en numerosas operaciones en busca de explosivos, la principal misión de su unidad: «Recuerdo una vez que nos informaron de que había munición en un bloque de viviendas. En total, ocupamos cuatro o cinco viviendas. Si la encontrábamos teníamos que volarlas y la idea nos entusiasmaba. Sacamos de sus casas a todos y esposamos a los hombres durante el registro». En aquella ocasión, como en otras, pusieron la casa patas arriba: «Tiramos las neveras, los sofás, miramos en todos los huecos de la casa... Finalmente, no encontramos nada».

 

«Los registros estaban diseñados para hacer sentir a los palestinos que estábamos siempre allí»

Provocar el miedo. Ese era el objetivo prioritario de la brigada de infantería Nahal a la que fue destinado Nadav Bigelman. Tal y como explica, buscaban eliminar cualquier tipo de amenaza contra la colonia judía de Hebrón. ¿Pero existía tal amenaza? «El enemigo, en realidad, puede ser cualquier persona, ya que no se sabe certeramente quién es la amenaza», subraya. Por lo tanto, las patrullas que realizaban buscaban provocar una sensación intimidatoria entre la población palestina. «Por ejemplo, solíamos entrar en casas abandonadas y nuestro comandante, que contaba con un láser de color rojo en su rifle, apuntaba con él a los vendedores y las personas que pasaban por allí. No es un acto de violencia, pero ¿cuál era el objetivo? Pues dejar claro que el Ejército está allí en cualquier momento».

También cita otra práctica que llevaban a cabo durante sus patrullas en las ciudadelas de Hebrón y Rantis: «Era usual hacer mapping-s o, lo que es lo mismo, entrar en viviendas sin ningún tipo de sospecha previa. Entrábamos para saber lo que había dentro y quién vivía ahí. Al fin y al cabo, estos registros estaban diseñados para hacer sentir a los palestinos que estaban vigilados». También con los soldados jugaban al despiste: «En una ocasión me pidieron que fotografiara a todas las personas que se encontraban en una vivienda. Me dijeron: ‘Tú los coges a todos, los pones frente a la pared y les hacer una foto’. Posteriormente, estas instantáneas serían enviadas al Servicio General de Seguridad. La experiencia fue horrible, porque estas fotos las sacamos a las tres de la mañana. Lo más interesante es que las guardé durante un mes y nadie vino a recogerlas. Me di cuenta de que no tenían ningún fin. El objetivo era estar allí y humillarlos. Era todo un juego».

 

«Terminé tratando a los civiles como terroristas, apuntándoles con el arma a la cabeza»

El objetivo de la unidad Duvdevan era detener a fugitivos y en ella completó su servicio militar Achiya Schatz. «Durante el entrenamiento de 16 meses nos enseñan a usar las armas y a hacer frente a cualquier tipo de situaciones. El punto culminante de la preparación es arrestar a una persona», explica Schatz, quien ahora trabaja en un edificio de oficinas en Tel Aviv. Tras esta exhaustiva preparación, la mayoría de los arrestos los llevaron a cabo en viviendas de «palestinos comunes que no tenían ninguna filiación política».

Su participación en el proyecto Breaking Their Silence tiene que ver con la actitud general que vivió en su unidad y en general en el Ejército: «A lo largo de todo mi entrenamiento, los instructores tan solo nos preparaban para el ataque o el tiro certero. En ningún momento nos dieron una lección sobre cómo dirigirnos a ellos y, menos aún, sobre cómo disculparnos», recuerda.

De hecho, tan solo los prepararon para tratar con lo que llamaban «objetivos de calidad», pero en el día a día se encontró básicamente con población civil: «Apenas contacté con terroristas. Me encontré con familias, con niños, con ancianos... Y terminé tratado a los civiles como verdaderos terroristas. Apuntándoles con el arma a la cabeza y hablándoles con agresividad tras el visor del rifle», relata, matizando que en muchos casos irrumpían en algunas casas tan solo para poder vigilar otro objetivo.

Schatz recuerda especialmente las caras y las miradas de aquellos niños que veían cómo los soldados humillaban a sus padres: «Soldados de 18 y 19 años entraban en sus casas armados, gritando y tirando al suelo todo lo que encontraban... Después se iban sin hacer ninguna detención, pero la huella de lo que ha sucedido queda en el recuerdo de esos jóvenes», subraya.