Amaia Ereñaga
EL ABC DE LA MODA

DECONSTRUYENDO A CRISTÓBAL BALENCIAGA

Cincuenta. Son los años que se cumplen desde que Cristóbal Balenciaga (Getaria, 21-1-1895; Xàvia, 24-3-1972) decidiera retirarse, bajar la persiana de sus casas de París, Madrid, Barcelona y Donostia, y dar así por terminada una carrera profesional de más de medio siglo. Corría julio de 1968, el que se conocería como Mayo francés o Mayo del 68 había puesto patas arriba al Estado francés, y en la prensa salía publicada la asombrosa noticia del cierre de la casa Balenciaga. Nadie se lo esperaba. La razón que le habría empujado a jubilarse a los 73 años podría ser una sola o, posiblemente, un cóctel de ellas: cuestiones económicas, por la fuerte carga de impuestos; el cambio en el gusto de las mujeres; la transformación de la industria de la moda; el cansancio... Esa cifra redonda, el cincuenta aniversario, y su coincidencia con la celebración del Año Europeo del Patrimonio, han empujado al Museo Balenciaga a reflexionar sobre el valor patrimonial del legado dejado por el modisto vasco con la exposición, la más importante de este año, que ya están ultimando, pues abre sus puertas el próximo 24 de marzo. No paramos de celebraciones, porque venimos de otro medio siglo recordado en 2017: el de la apertura del primer taller Balenciaga en Donostia, en 1917, y que sirvió de “excusa” para la exposición que Victoria&Albert Museum le dedicó como “gurú” innegable de la moda actual.

Reconocimiento. Balenciaga no fue un genio incomprendido, al contrario: en vida, fue objeto de la innegable admiración de colegas y prensa, y de veneración por parte de sus clientas. Christian Dior, quien lo tachó de «maestro de todos nosotros», fue más allá y dijo que «la alta costura es como una orquesta cuyo director es Balenciaga. Los demás somos los músicos que seguimos sus indicaciones», mientras que su amiga Coco Chanel le reconocía como «el auténtico couturier». Para Emmanuel Ungaro, «estableció todas las premisas de la modernidad. Todo lo que fue de algún modo la revolución de los 60, se lo debemos a Balenciaga». Pero, nos preguntamos, ¿está siendo tomado en valor como referente cultural? ¿Su obra ha dejado de ser ropa para convertirse en otra cosa? ¿Pero es que la ropa puede ser arte? «Cuando sus creaciones dejan de transitar por las calles y los salones de moda para poblar los archivos, las galerías y los museos, su obra se transmuta en patrimonio –explica Miren Vives, directora del Museo Balenciaga–. Es un legado que nos habla de exploración formal basada en el dominio de la técnica y el tejido; de innovación al introducir nuevas siluetas en el vestir y, en consecuencia, nuevos idearios de lo femenino; y de evolución constante a lo largo de toda su trayectoria».

Integridad. Miren Arzalluz, la nueva directora del Palais Galliera, es una de las personas que mejor conoce quién fue Cristóbal Balenciaga. No en vano, su investigación sobre el modisto quedó plasmada en “Cristóbal Balenciaga: la forja de un maestro (1895-1936) (Nerea, 2010)”, donde buceó en los primeros años del diseñador: «Tenía un criterio muy riguroso: en primer lugar, consigo mismo. Era un hombre que no disfrutó de sus éxitos, porque nunca fue suficiente. Y también era muy duro trabajar con él, porque tampoco nunca era suficiente. Él era severo consigo mismo, pero los genios son así». ¿Y a Arzalluz, según ha ido ‘conociendo’ al personaje en su investigación, le ha gustado más o, por el contrario, menos? Porque suele pasar. Responde: «Es de una integridad total en el más amplio sentido de la palabra, tanto profesional como personal. Por eso también le tenían un enorme respeto todos sus contemporáneos y todos los que han venido después. Todo el mundo habla con reverencia de Balenciaga, como los que aprendieron con él, como, por ejemplo André Courrèges, quien fue la imagen de los 60 y el futurismo. Estuvo diez años con Balenciaga y le tenía gran admiración. Siempre dijo que se le debía todo».

Salbatore. Es la iglesia de Getaria una joya del gótico vasco. El couturier lo contaba en una entrevista en “Paris Match” en 1968: «Mi padre era pescador, mi madre costurera. Mi suerte fue que en mi pequeño pueblo, cercano a San Sebastián, se encontraba la residencia de verano de una gran dama, la marquesa de Casa Torres. Yo no tenía más que ojos para ella cuando llegaba a misa el domingo, bajándose·de su tílburi, con sus largos vestidos y sus sombrillas de encaje. Un día, reuniendo todo mi coraje, le pedí visitar sus armarios. Divertida, aceptó. Y así viví meses maravillosos: cada día, después del colegio, trabajaba con las planchadoras de la marquesa en el último piso de su palacio de verano, acariciaba los encajes, examinaba cada pliegue, cada punto de todas estas obras maestras. Tenía 12 años cuando la marquesa me autorizó a hacerle un primer modelo. Podéis imaginar mi alegría cuando, al domingo siguiente, la amable dama llegó a la iglesia luciendo mi vestido. Así fue cómo hice mi primera entrada en la alta costura y en la alta sociedad». Vista Ona, la villa de Blanca Carrillo de Albornoz y Elio, la marquesa de Casa Torres que encargaba sus arreglos a Martina Eizagirre, la madre del modisto, alberga hoy en día el Museo Balenciaga.

 

 

Transfiguración. Si algo hacía especial a Balenciaga es que no solo controlaba el diseño sino también todo el proceso técnico. Hubert de Givenchy lo contó así a la revista “Vogue”: «Recuerdo que un día estábamos mirando los maniquíes de algunos de sus clientes; uno tenía la forma de una mujer mayor, su espalda estaba encorvada con hombros redondeados y tenía un gran estómago y caderas. Mientras miraba, Balenciaga tomó un trozo de muselina, lo fijó al maniquí y comenzó a trabajar con él. Al coser y cortar el sesgo de la tela, gradualmente hizo que el maniquí encorvado se enderezara, las caderas redondeadas y el estómago desaparecieron. Las proporciones se volvieron casi perfectas. Fue como un milagro».

Orígenes. Miren Arzalluz duda de que Balenciaga fuera nacionalista, ni por influencia familiar –«su padre, un pescador que murió cuando Cristóbal tenía 10 años, era concejal liberal en Getaria. Es decir, que tampoco era carlista»–, ni por ideas propias. De su ideario político se sabe bien poco; nada, en realidad. ¿Y euskara, lo hablaba? «En lo del euskara, yo me agarro a que una que trabajaba con él me contó que una vez les dijo que ‘debíais saber euskara. ¡Vergüenza os debía dar!’ o algo parecido. No tengo mucho más. No hay nada, ningún testimonio, ningún rastro que dé cuenta de lo que pensaba». Le preguntamos también a Miren Vives y apunta que «ni los años, ni la distancia, ni su estatus como maestro de la alta costura, harían olvidar nunca a Balenciaga su villa natal, a la que retorna con frecuencia, ni el entorno de su familia, muy unida y en cuyo contexto realizó sus primeros trabajos. En sus influencias estéticas tienen su peso los colores y las formas de sus orígenes a las que nunca dejó de referirse: negros de mil matices, verdes y pardos, la indumentaria popular de los kaikus, las xiras de los pescadores, las capas, las blusas de los baserritarras… Si se expresaba en euskara o no, por escrito no nos consta de su puño y letra». Por cierto, que hablando de influencias, en su obra también las hay de Velázquez, Zuloaga, Goya... «Para mí, hay una época muy concreta, cuando explota la parte más obviamente española, que son los toreros y mantillas, justo después de la segunda Guerra Mundial», nos cuenta Miren Arzalluz. «Creo que fue una operación de marketing total. Aquí les fascina Carmen y lo exótico, por lo que, cuando llega a París, tira para aquello que conoce mejor para diferenciarse de los demás. Tengo esa teoría, porque se da sobre todo en esa época y luego esas referencias desaparecen».

 

Bergara. En el número 2 de esta calle donostiarra se ubicó C. Balenciaga, el primer taller que abrió el jovencísimo Cristóbal, asociado a dos hermanas donostiarras. Corría el año 1917, solo tenía 22 años y probablemente ni se imaginaría que, entre esa fecha y la de su retiro, el mundo y él mismo llegarían a sufrir una auténtica revolución. Entre aquella Donostia de la Belle Époque efervescente en la que veraneaba la realeza y el París liberador de Mayo del 68 mediaba un abismo, dos guerras mundiales y un cambio de mentalidad que bien podría ser ilustrado con la reducción de la falda de las mujeres, del largo hasta el tobillo a la minifalda. La moda, la vestimenta con la que nos enfrentamos al mundo, se transformó y, en ese cambio, aquel elegante moreno, que sabía cómo se construía una escultura sobre un cuerpo a base de telas y tijeras, tuvo muchísimo que ver. Fue un creador adelantado a su tiempo, pero también un empresario emprendedor. Posiblemente porque desde niño sabía que había que ganarse los cuartos, no en vano era hijo de una costurera, viuda y madre de tres hijos, que se dejaba los ojos cosiendo.

Attanville. Balenciaga pronto comenzó a vestir a la aristocracia y la monarquía española. «Era un hombre con la cabeza muy bien amueblada y que sabía que para conseguir vivir de su pasión, la costura, había que gestionarlo también desde el punto de vista económico. Yo creo que fue fundamental quien fuera su compañero de vida, un hombre clave, en el sentido más amplio de la palabra, no solo en la organización, sino también incluso en su maduración estética», explica Miren Arzalluz. Se refiere a Wladzio D’Attanville, un francés de origen polaco o ruso, depende de las fuentes, muy bien relacionado y del que no sabe mucho: aristócrata, diseñador de los sombreros de Balenciaga y su pareja. «Hay un salto cualitativo en 1924 y coincide con que Balenciaga se instala en solitario. En ese año, en el padrón municipal figura que ambos conviven en la misma casa, donde también vive su madre. Yo creo que Balenciaga fue muy valiente toda su vida. Cada uno tiene la vida que quiere tener, pero es muy significativo que en el año 24, en aquella Donostia viva con otro hombre. Aunque no lo decían abiertamente». Una de las modistas de esa época, Elisa Erquiaga, lo explicaba así en una entrevista: «Era un caballero muy guapo, muy educado y todas lo sabíamos, pero nadie hablaba de eso en el taller». ¿Pero dónde se conocieron? «Es la gran cuestión: se pudieron conocer en París, Biarritz o en Donostia, que vivía un momento de efervescencia comercial y de lujo. D’Attanville fue el amor de su vida, murió joven», explica Arzalluz. A él le debemos la consideración del negro como color chic. Cuando Wladzio falleció en 1948, a los pocos meses de que muriese Martina, la madre del modisto, la colección que sacó Balenciaga era toda en negro. Puso a París de luto.

Luz. Desde el atelier de Donostia, Balenciaga abrió otros dos establecimientos en Madrid y Barcelona. Fue un precursor, creó varias líneas paralelas menos exclusivas y despegó una carrera fulgurante que le llevó a hacerse un nombre propio en la moda... pero cayó como una losa el año 1936, Franco se alzó contra la República y, como muchos otros, Cristóbal tuvo que tomar el camino del exilio. Tenía 42 años, oficio y ganas de comerse la Ciudad de la Luz, la capital de la moda. Un año después abrió su primer taller en el número 10 de la muy chic avenida George V. Era el primer establecimiento de Balenciaga Couture, cuyos socios eran él mismo, el ingeniero republicano exiliado Nicolás Bizkarrondo, y Wladzio D’Attanville. Wladzio conocía a mucha gente, Bizkarrondo tenía dinero y Balenciaga, talento. Era el trío perfecto.

 

 

Bizkarrondo. Así se apellidaba su vecino en la donostiarra avenida de la Libertad. Era Nicolás Bizkarrondo, un ingeniero republicano que tuvo que tomar el camino del exilio debido a su afiliación al partido de Azaña. Su mujer, Virgilia, era hija de un rico indiano&dcThree; –de ahí su fortuna– y Nicolás era nieto de Indalezio Bizkarrondo, Bilintx, el gran poeta lírico en euskara. Miren Arzalluz nos revela una correspondencia que ha encontrado recientemente en la que se destapa una faceta de Balenciaga en tiempos revueltos. Son cartas en las que, por un lado, sus socios hacen gestiones ante José Félix de Lequerica, embajador del régimen franquista ante el Gobierno Vichy en 1939, para que intercediera ante los nazis con el objetivo de que evitar el cierre durante seis meses de la casa Balenciaga en castigo por saltarse las restricciones en los materiales. Lequerica fue implacable en la persecución de exiliados –consiguió la deportación de Max Aub y de Lluís Compays, entre otros–, pero parece que veía con mejores ojos al modisto. Al mismo tiempo, la investigadora encontró correspondencia cruzada con el Gobierno Vasco en el exilio, cuya sede estaba en la avenida Marceau, la calle parisina donde también vivía Balenciaga. El Gobierno Vasco pedía a Balenciaga que interviniera ante Lequerica a favor del hermano de quien luego sería el lehendakari Leizaola, porque necesitaba un certificado de nacimiento, y Balenciaga pedía a la delegación vasca en Londres que le hiciera llegar un dinero a un sobrino.

Arte. Una de las frases más famosas (y de las pocas, por desgracia) de Balenciaga define cómo veía su oficio: «Un couturier ha de ser arquitecto en los patrones, escultor en las texturas y volúmenes, pintor al elegir el colorido, músico para la armonía y filósofo en la mesura o medida». Así veía su oficio, como un artista integral. Era un maestro con los volúmenes y las formas. «Si la estructura es buena, se puede construir lo que sea», afirmó otra vez. Por ese motivo, al controlar todo el proceso, más que diseñar vestidos, los construía... o deconstruía. Era capaz de destruir un diseño ya armado si algo no le parecía bien resuelto, para “dolor” de sus modistas, y más si tenía las mangas mal hechas. Por cierto, le daba una importancia crucial a las mangas. Sus diseños estaban confeccionados a mano, sobre la modelo y su interior ocultaba muchos trucos: cuellos que alargaban la silueta, mangas que ocultaban muñecas gruesas o brazos cortos. Vestidas con un balenciaga, desaparecían tripas y caderas anchas, y surgía una figura estilizada. «Un balenciaga es mucho más importante por lo que esconde que por lo que enseña. La simplicidad es rigurosa en el exterior, pero el interior es pura ingeniería, secretos perfectamente cosidos para nunca desvelarse», escribió Judith Thurman en “The absolutist”, el ensayo que publicó en “The New Yorker” (2006).

Lujo. Si Dior era el modisto de las millonarias, Balenciaga era el de las multimillonarias se solía decir en el mundo de la alta costura durante su época de reinado, que comprende entre la década de 1940 y finales de 1960. Miembros de la realeza, la aristocracia, la alta burguesía y también estrellas del cine que se podían permitir sus precios prohibitivos compartían su adoración por el modisto vasco. Puestos a dar nombres, destacan la condesa Von Bismarck, con sus 88 modelos encargados en un solo año (1963) o la heredera Barbara Hutton, quien encargó de una sola vez 19 vestidos, seis trajes, tres abrigos y un negligé. Lo que le costó, ni se sabe. No extraña entonces que Mona Bismarck no saliese de su habitación durante tres días cuando se enteró de que el modisto se retiraba. La duquesa de Windsor, Grace Kelly, Jackie Kennedy, Helena Rubinstein o Millicent Hearts (esposa de William Randolph Hearst) también eran fieles clientas, así como muchas estrellas de Hollywood, entre ellas Greta Garbo o Marlene Dietrich. Ponerse una prenda suya significaba vivir la experiencia del lujo y era el símbolo de su estatus. Sonsoles Díez de Rivera, patrona del Museo Balenciaga e hija de una de las musas del modisto, recordaba hace un tiempo que este presentaba sus colecciones un mes después que los demás, para evitar las copias, «para diferenciarse, porque era muy suyo. A sus desfiles acudían clientes y compradores de todo el mundo que compraban la toile (tela), el modelo, el derecho a reproducir fielmente las ideas del maestro. Así funcionaba la alta costura: los desfiles eran ceremonias privadas con maniquíes que se paseaban para que tocásemos las prendas».

 

 

Enigma. Misterioso y elegante, hasta frío. Esa es la imagen que se nos ha “vendido” de Balenciaga. Este hombre, cuyo impacto en el mundo de la moda ha sido tan importante, por contra, resulta un absoluto desconocido. ¿Era de derechas o de izquierdas? «No se sabe, pero posiblemente era monárquico», contesta Miren Arzalluz. Se exilió en la guerra civil, pero entre sus clientas había desde la élite franquista hasta las mujeres del exilio. «Se llevaba bien con todo el mundo», añade. Uno de sus últimos trabajos, cuando ya estaba retirado, fue el traje de novia de María del Carmen Martínez Bordiú, nieta mayor de Franco, para su boda con Luis Alfonso de Borbón, con ínfulas de ocupar la corona española. Un traje nada “balenciaga”, por cierto, quien en su última etapa tendía a lo simple. «Balenciaga era lo más, ¡era dios en el panorama internacional!, ¿cómo no se iba a casar de Balenciaga la nieta de Franco? –exclama Arzalluz–. En aquella época también vistió a Virginia Montenegro cuando se casó con el pintor Vicente Amestoy. Balenciaga no tenía una buena relación con el franquismo: tenía buena relación con sus clientes. Se cuidó mucho. Es otra de las claves de su empeño en ser un buen empresario: él se llevaba bien con sus clientas, pensaran lo que pensaran. Que no se significara políticamente responde a su necesidad de preservar su negocio y también a que es un hombre que tuvo que adaptarse a todo tipo de regimenes políticos: lo hizo durante la monarquía, durante la dictadura de Primo de Rivera, la República, la Guerra Civil... También se tuvo que adaptar a todo tipo de situaciones económicas».

Natural. La mujer debe de andar de manera natural y no sentirse insegura en su paso. La elegancia es eliminación. La ropa debe seguir al cuerpo y no viceversa. Estas son algunas de las máximas del diseñador de Getaria, a quien hay que agradecerle que reformase la silueta de las mujeres en la década de 1950, por lo que las prendas que consideramos típicas de esa década son, en su mayoría, variantes de su trabajo. Aunque en la época le costaran sus buenas críticas, porque sus vestidos saco, globo o baby doll se suponía que no respetaban la anatomía femenina. Pero es que su corte era legendario. Nada encajaba en el cuerpo con la flexibilidad de un traje de Balenciaga. Eso sí, tenía una idea de mujer muy propia, si hacemos caso a sus modelos que, ni muy jóvenes ni muy bellas, desfilaban serias y distantes, sin cambiar de expresión aun bajo el aplauso más entusiasta. Se las conocía como «los monstruos», pues algunas de ellas se especializaban en un aire antipático que, según Balenciaga, era el de las mujeres distinguidas. Algunas eran muy delgadas, otras, no tanto. El modisto quería que reflejaran los distintos tipos de cuerpo de sus clientas y demostrar así que cualquiera podía verse bien con su ropa. «Una mujer no necesita ser perfecta ni muy hermosa para lucir mis creaciones. El vestido hará todo por ella», decía.

Camio. Se nos ocurre que aquel hombre serio posiblemente se subiría por las paredes si hubiera sabido del escándalo de “cazo”, como se dice vulgarmente, y de tintes surrealistas que protagonizaron el exalcalde de Getaria y gerente de la Fundación Balenciaga y la sociedad Berroeta Aldamar, el jeltzale Mariano Camio, y el arquitecto del museo, el cubano Julián Argilagos. Este año se les juzgará por fin –posiblemente en rebeldía a Argilagos–, acusados de numerosas irregularidades, como inflar el presupuesto del proyecto del museo, “favoreciéndose” ambos de ello, y de cargar a la fundación hasta el arreglo de sus coches particulares. El alcalde llegó incluso a regalar pañuelos de la colección del modisto a concejales de su partido. Como si Balenciaga fuera suyo. El saqueo se hizo público en 2011 y, evidentemente, no le hizo ningún bien al entonces incipiente museo, que abrió sus puertas ese mismo año.

 

 

Intemporal. ¿Pero qué hace que Balenciaga sea intemporal? Siempre se habla de que su obra no estaba ceñida a una época en concreto. «A lo largo de su carrera creó algunos de los hitos de la moda occidental –explica Miren Vives–. El vestido saco, la túnica o el baby doll son siluetas que siguen vigentes hoy en día. La maestría técnica, la experimentación formal y el dominio del tejido propiciaron la atemporalidad de su legado. Una de sus mayores virtudes fue la simplicidad, o el minimalismo tanto estructural como formal y, ligado a ello, una de sus máximas preocupaciones era la comodidad de la mujer en sus diseños. Creemos que son estas características las que permiten a su obra adaptarse a cualquier tiempo. Lo que es cierto es que esta contemporaneidad del legado de Cristóbal Balenciaga continúa inspirando a los creadores actuales, y es una misión importante del museo que el conocimiento de su trabajo, su técnica y sus valores sea trasmitido a las nuevas generaciones».

Alérgico. Cristóbal Balenciaga era alérgico a las entrevistas. «Cuando era joven, un especialista me dijo que yo nunca podría dedicarme a mi oficio de couturier porque era demasiado delicado. Nadie se imagina lo duro que es este oficio, qué agotador es este trabajo. Debajo de todo este lujo y glamour, la realidad es que ¡es una vida de perros!». Esta confesión durante una entrevista que tuvo lugar en su hogar en París en 1971 con la periodista Prudence Glynn fue publicada en “The Times” el 3 de agosto de aquel año. Esta fue la más amplia de las dos que ofreció Balenciaga en su larga carrera; la otra a “Paris Match”... y punto: ni hablaba en sus desfiles. Prudence Glynn escribió que su aversión a la publicidad no estaba causada por la sensación de que era demasiado grande para molestarse, sino que «es debido, me dijo apasionadamente, a la absoluta imposibilidad que tiene de explicar su oficio a cualquiera». Para Miren Arzalluz, «era muy vasco. A mí me parece que era muy del país, pero en un entorno como París chocaba, porque era un hombre al que no le interesaba relacionarse, socializar, aparecer en los cócteles, los bailes, que no tenía interés alguno de hacerse amigo de sus clientas, ni de hacerles el rendez vous... Era un hombre que vivía para su trabajo y que era muy digno, pero no arrogante, sino que no se dejaba impresionar por la sociedad parisina ni por las multimillonarias»

Getaria. Muy unido a su pueblo natal, sin embargo, no eligió Getaria para su retiro, sino su casa de Igeldo, en donde se instaló junto a su último compañero, el navarro Ramón Esparza. En aquella casa guardaba la máquina de coser de su madre, probablemente la primera que usó, en un lugar prominente al lado de la repisa de la chimenea. Un recuerdo de la modesta casa natal, una vivienda típica de arrantzales donde una placa blanca recuerda que «allí nació el célebre modisto» La muerte alcanzó a Cristóbal Balenciaga a los 77 años en Xàvia (Alicante).

Air France. Está generalmente admitido que el prét-à-porter “acabó” con Balenciaga, aunque, por contra, resulta que su último trabajo antes de cerrar sus casas fuese un trabajo en serie: los uniformes de las azafatas de Air France. Por cierto, estaban tan bien concebidos que los mantuvieron diez años. Miren Arzalluz no cree que el prét-à-porter fuese la causa de su retiro: «Lo que pasa es que había pasado los últimos treinta años haciendo alta costura de la más alta calidad y al más alto nivel, y le pilla Mayo del 68 con 73 años, después de que hubiera trabajado desde la niñez. No es que le ofendiera, ni que pensara que no se podía rebajar: simplemente yo creo que estaba muy cansado para hacer frente a una revolución de estas características. Él era un hombre muy moderno y con una capacidad de adaptación enorme».

“Cristóbal Balenciaga, moda y patrimonio” estará expuesto en el Museo Balenciaga de Getaria del 24 de marzo próximo al 27 de enero de 2019. El Victoria&Albert Museum de Londres ha acogido “Balenciaga: Shaping Fashion” entre mayo de 2017 y febrero de 2018.