Amaia Ereñaga

El enigma donostiarra de Nahui Olin

Quienes la han sacado del olvido temen que Carmen Mondragón Valseca (Ciudad de México, 1893-1978) pueda ser protagonista de una nueva «Fridamanía», ese exceso que ha convertido a su coetánea Frida Khalo en un mito que vale tanto para adornar camisetas como muñecas. Pero esta artista y musa, una mujer con la que no iban las normas, fue provocadora en vida y su recuerdo tampoco es dócil. Una retrospectiva en el Museo Nacional de Arte de la capital mexicana la ha puesto en valor y nos ha llevado a un viaje tras su rastro por Donostia, donde vivió durante la Primera Guerra Mundial, antes de convertise en Nahui Olin. Y lo que hemos encontrado está repleto de sorpresas.

Viendo las fotografías de esta preciosa mujer rubia, de grandes ojos verdes y mirada directa, posando para la cámara desnuda y liberada o mientras disfruta del placer del sexo en sus cuadros luminosos y naifs, una se pregunta quién era aquella Carmen Mondragón –o su alter ego a partir de los años 20, bajo el nombre azteca de Nahui Olin– tan avanzada para su época. Esto es lo que le debió de pasar al restaurador de arte mexicano Tomás Zurián cuando, en 1978, le pidieron que analizara varias obras del Dr. Alt (Gerardo Murillo, 1875-1964). Perdida entre los folios del legado del ideólogo del movimiento muralista, un totem de la cultura de su país, se topó con la fotografía de una mujer de fascinante e intensa mirada. En el dorso, una declaración de amor eterno a Alt: «(...) Único ser que adoro moja los ojos de tu amada con el semen de tu vida para que sequen de pasión quien no y será más que tuya». «¿Quién es ella?», preguntó. «Se trata de Nahui Olin, fue amante del Dr. Alt; su verdadero nombre es Carmen Mondragón, hija del general Mondragón, protagonista de la Decena Trágica, quien murió en el exilio en algún lugar de Europa», le contestaron. Aquel lugar de Europa era Donostia.

Como dice Elena Poniatowska, Zurián se convirtió «en el último enamorado de Nahui Olin». «Conserva de ella hasta el último de sus cabellos», escribió la novelista, activista y periodista sobre el alma mater de la exposición que le dedica a Mondragón este verano el Museo Nacional de Arte mexicano. Zurián fue también quien la dio conocer a la opinión pública a principios de los 90, con una exposición en el Museo Estudio Diego Rivera, y a ponerla en valor está dedicado desde entonces. Poniatowska sabe también lo que se dice, porque ella misma la convirtió en una de las protagonistas de “Las siete cabritas” (Txalaparta, 2001), siete retratos de otras tantas mujeres imprescindibles de la cultura mexicana del siglo XX. Nahui Olin es retratada por Poniatowska como el símbolo de la liberación sexual femenina: Dejó a su marido, se enamoró varias veces hasta las trancas y los disfrutó sin tapujos, desarrolló su arte de forma libertaria, y terminó sola, convertida en un personaje novelesco del que se contaban mil leyendas; la mayoría, falsas.

La conexión con Donostia y Patricio Echeverría. La estela dejada por Nahui Olin está llena de encuentros y casualidades, quizás porque la información existente es escasa y contradictoria. Así, por casualidad, se topó con ella el fotógrafo vasco Gorka Salmerón, quien hoy en día no duda en calificar de «culebrón» la historia de la familia Mondragón.

Situémonos: año 1913, en plena revolución mexicana, el general Manuel Mondragón y Mondragón, padre de Nahui Olin, toma el camino del exilio con parte de su familia, expulsado del país por el mismo Gobierno golpista que pocos meses antes había ayudado a instaurar. Era un militar de prestigio, famoso por sus patentes de armas, entre ellas el fusil Mondragón, el primer rifle semi-automático usado por un Ejército en el mundo. Aquella fue una época convulsa y Mondragón, hombre bregado, fue uno de los artífices de la Decena Trágica, como se conoce a los diez días de febrero de 1913 en los que el Ejército se sublevó contra el Gobierno de Francisco Madero, el primero elegido en las urnas tras la dictadura de Porfidio Díaz. Los golpistas mataron a Madero (dicen que fue Mondragón), colocaron en la presidencia a Victoriano Huerta, nombraron al general secretario de Guerra y Marina... y, de seguido casi, este tuvo que tomar las de Villadiego porque le culparon del fuerte avance revolucionario de las tropas de Villa y Zapata.

 

El fotógrafo e investigador Gorka Salmerón posa con un retrato del industrial Patricio Echeverría datado en 1919 y firmado por Photito, el estudio abierto en Donostia por Manuel Mondragón, hermano mayor de Nahui Olin. Fotografía: Juan Carlos Ruiz

 

Los Mondragón fueron bien recibidos en París, donde habían residido entre 1897 y 1903, cuando el patriarca desarrollaba sus patentes. El resto de su prole, entre ellos su quinta hija, Carmen, y su flamante nuevo marido, el seductor cadete Manuel Rodríguez Lozano –quien sería también un pintor de nombre–, se les unieron en agosto de 1914. Allí la inquieta y culta Carmen y su pareja alternaban con intelectuales como Picasso o Braque. Pero al estallar la Primera Guerra Mundial, la familia Mondragón buscó un enclave neutral y se instaló en Donostia. Poco después nació y falleció el único hijo de Carmen, muerte sobre la que circularon todo tipo de leyendas –que lo mató en un ataque de celos al descubrir la homosexualidad de su marido o aplastado mientras dormía... siempre culpabilizándola a ella–, todas ellas posiblemente inciertas. La verdad es que sobre este periodo de la vida de Carmen Mondragón hay muy poca información.

La mayoría de la escasa existente ha sido recopilada por el “Gabinete de Detectives Photito”. Año 2016, fecha de publicación de “Luz para un tesoro olvidado: fotografías de Patricio Echeverría S.A. (PESA), 1918-1993. Notas sobre los fotógrafos de Aceros Bellota”, un exhaustivo trabajo de investigación del fotógrafo Gorka Salmerón sobre el fondo fotográfico de la emblemática empresa del acero enclavada en su localidad natal, Legazpia. Su fundador, Patricio Echeverría, era consciente de la importancia de la publicidad, por lo que encargó diversos reportajes a fotógrafos profesionales. Las imágenes más antiguas de aquella fábrica cuyo sello era una bellota aparecían firmadas por Photito, estudio de Donostia que se convirtió en una obsesión para Gorka Salmerón. Lo que tenía entre manos eran una veintena de fotografías, ejecutadas entre 1919 y 1922, entre las que había dos retratos de Patricio Echeverría, y por las que Photito cobró 2.793 pesetas de la época. Una buena cantidad, si se compara con, por ejemplo, las 1.828 pesetas que recibió Joaquín Murgiondo, de Mutiloa, por más de 31.000 kg de troncos de haya. Gorka Salmerón buscó datos y “tejió” una red de intercambio de información y documentación en cuyos extremos estaban, en Florencia, Alejandra Ortiz Castañares, investigadora de arte mexicana que preparaba entonces su tesis doctoral sobre Manuel Rodríguez Lozano y, en Valencia, la fotohistoriadora del Archivo de la Diputación María José Rodríguez Molina.

Juntos se embarcaron en una búsqueda detectivesca que confluyó en la “creación” del autodenominado Gabinete de Detectives Photito (GDP). Lo que descubrieron fue mucho y sorprendente: cuando los Mondragón se instalaron en Donostia, Manuel, el hijo mayor, abrió un estudio fotográfico con el nombre de Photito en el número 4 de la calle Loyola. La familia estaba empadronada en la plaza Centenario número 1 y su vida nada tenía que ver con las comodidades a las que estaba acostumbrada en México: eran muchos (unos quince) y el dinero, escaso. En Photito hacían tanto retratos, casi con toda probabilidad obra de Manuel Mondragón hijo –dice Salmerón que dominaba a la perfección la técnica fotográfica–, como reportajes de la vida diaria de aquella Donostia de la Belle Époque. Estos últimos serían obra de su socio, Vilella, quien parece que también trabajó con otro fotógrafo donostiarra, Ricardo Marín, al que Kutxa destinó una retrospectiva el pasado año. En la capital guipuzcoana, en 1922, habían nada menos que 17 estudios de fotografía.

En Photito se hacían también exposiciones artísticas, como la del pintor Elías Salaverria en 1920. Allí Carmen empezó a hacer sus primeros dibujos y de aquella época hay dos cuadros –dos paisajes, uno de ellos de Pasaia–, que se pueden ver en la exposición mexicana. En la capital guipuzcoana, según la investigadora Alejandra Ortiz, su marido asentó también sus primeras bases artísticas... y aquí también se produjo la crisis y la ruptura definitiva de la pareja. El 15 de diciembre de 1920 ambos regresaron a Ciudad de México, donde la vida bohemia estaba en todo su esplendor: pintores, escritores, escultores, cineastas se reunían en grandes tertulias. En una de esas fiestas se conocieron Carmen y el Dr. Atl, y su vida y obra dieron un giro.

 


Los amores de Nahui Olin. Dieciocho años mayor que ella, el Dr. Alt (Gerardo Murillo) la bautizaría como Nahui Olin, concepto azteca para definir el poder del sol para hacer girar a los planetas. Así describió el muralista su primer encuentro: «Entre el vaivén de la multitud que llenaba los salones se abrió ante mí un abismo verde como el mar; profundo como el mar: los ojos de una mujer: Yo caí en ese abismo, instantáneamente, como el hombre que resbala de una alta roca y se precipita en el océano». Se fue a vivir con él, convirtiéndose en musa, creadora y compañera. Un poco obsesiva, eso sí. Poeta, pintora, música y, podríamos aventurarnos a decir que pionera performer, su belleza deslumbra en los murales de Diego Rivera, su sensualidad respira en la pintura de Dr. Atl, y su erotismo liberado vibra en las fotografías de desnudos de Edward Weston. La vida y obra de esta creadora se mezclaron, porque transformaba sus vivencias en pinceladas y palabras. Sus amores, vividos al extremo, eran sus creaciones y el último, un capitán de marina gallego llamado Eugenio Agacino y Martínez, fue el que le llevó a la soledad cuando este se ahogó. De la alegría expresada en los cuadros que pintaba mientras recorría el mundo con su marino, a la soledad y leyenda, la de una mujer a la que todo el mundo dio la espalda.

Como escribe su biógrafa, la periodista Adriana Malvido (“Nahui Olin: la mujer del sol”, libro reeditado ahora en México), Carmen Mondragón era una feminista sin pancarta. Su vida fue una transgresión constante y con ella nació un ideal de mujer moderna que retaba a las “buenas costumbres”, lo que le generó el rechazo de la sociedad. Nahui Olin era la encarnación de los tabúes, así que prefirieron ocultarla. Murió en 1978, dicen que rodeada de gatos, y está enterrada en el Panteón Español de Ciudad de México.

 

Imagen de la retrospectiva que se le dedica en México y, en primer plano, el gozoso óleo «Nahui y el capitán Agacino en Nueva York».

¿Qué pasó con el resto de la familia? El general Mondragón murió en Donostia el 29 de setiembre de 1922 a los 66 años de edad. Para entonces, la familia residía en el número 49 de la calle Prim. El funeral se celebró en el Buen Pastor y se le enterró en el cementerio de Polloe, donde, según los tomos del registro consultados para 7K –también nos hemos puesto detectivescos– permanecieron sus restos hasta que, al no haberse actualizado durante todos estos años, el panteón fue cedido por el Ayuntamiento a otra familia. ¿Y si Carmen Mondragón, cuando volvió en 1933 a Donostia para exponer en el cine Novedades de la calle Garibai, los hubiese reclamado y se los hubiese llevado a México?, fantaseamos. Otra incógnita imposible de dilucidar, nos tememos.

Su hermano mayor, Manuel, regresó a México un año después de la muerte del general. Abandonó la fotografía y abrió una pequeña fonda, «donde se vendía muy bien la cerveza, sobre todos los fines de semana», dice Gorka Salmerón. Murió poco después, en 1924. «El resultado de su trabajo durante un periodo tan breve es un legado magnífico, del cual quedan todavía muchas incógnitas por resolver», añade el fotógrafo vasco. Por cierto, el libro que recoge la historia gráfica de la factoría Patricio Echeverría, y que documenta también la historia de la industrialización de nuestro país, está agotado pero se puede consultar en la página web de Salmerón y en el catálogo digital de la red de bibliotecas del Ministerio de Cultura.

“Nahui Olin, la mirada infinita” estará expuesta hasta el 9 de setiembre en el Museo Nacional de Arte de Ciudad de México (www.munal.mx).