IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

La línea recta

Una línea recta es una sucesión continua e indefinida de puntos que se extienden en una sola dirección. La existencia de líneas rectas es una abstracción geométrica que ayuda a calcular, proyectar y definir teóricamente el espacio y las interacciones con él. Por decirlo de algún modo, nos hemos inventado la línea recta que describe la RAE en la descripción anterior, para dar respuesta a nuestras necesidades pero, básicamente, esta forma geométrica no existe como tal en la naturaleza.

Este tipo de línea nos sirve de metáfora para muchas cosas, la usamos y, en muchos casos, nos encantaría que existiera. De hecho, la usamos a diario para construir, para trazar y proyectar, y para predecir. Y, cómo no, también la aplicamos a nuestros procesos, a nuestras intenciones y a la comprensión de nuestro mundo; o, por lo menos, tratamos de hacerlo. Y es que, si además le añadimos el movimiento constante, los acontecimientos vitales se convierten en aquellos problemas de matemáticas en los que el tren A sale de Bilbo a las 7:35 de la mañana, a una velocidad constante de 80 km/h, en línea recta hacia Gasteiz. ¿A qué hora se cruzará con el tren B, que sale de Gasteiz en línea recta hacia Bilbo a las 8:00, a una velocidad constante de 70 km/h? Todos sabemos que tal línea ferroviaria no existe, que las velocidades no son constantes y que siempre hay algún viajero que se retrasa, pero esas son demasiadas variables a tener en cuenta.

A veces nos aplicamos este tipo de planteamientos teóricos cuando tratamos de entender lo que nos pasa o predecir cómo van a acabar las cosas en tal o cual situación; recopilamos una serie de variables de nosotros mismos y de las exigencias del entorno y las ponemos en relación. Sin embargo, lo más habitual es que el resultado no sea el esperado, bien por los hechos en sí, o por las emociones que sentimos en el proceso o por la manera en general en que se desarrollan los acontecimientos. Sin embargo, nos cuesta un triunfo desprendernos de la linealidad mental, hacia una forma de predecir o de anticipar más apegada a nuestra naturaleza. De hecho, probablemente muchas de las decepciones que sentimos sobre nosotros mismos o la vida en general son, en el fondo, un error de cálculo, una búsqueda lineal en la que hemos incluido solo algunas de las variables –probablemente las que más suenan a nuestro alrededor, o las que más pesan en nuestro entorno–, y hemos supuesto que éstas se desarrollarían, de forma continua e indefinida. Así que, cuando nos damos cuenta de que no hay amor donde era esperable que lo hubiera, o de que no hay sensación de satisfacción cuando todo apuntaba a que debería ser así y nos sentimos contrariados, e incluso nos peleamos por hacer que las cosas vuelvan a su cauce, probablemente nos hemos ido perdiendo por el camino aspectos que han influenciado en el resultado final o, por lo menos, en el resultado del que nos hacemos conscientes en ese momento.

Hubo alguna necesidad que descuidamos en algún punto de ese trayecto, alguna influencia externa que pasamos por alto o descontamos, o quizá algo más importante, que nuestro crecimiento y desarrollo como personas se parece quizá más a los rizomas de las plantas o a los saltos evolutivos como las mutaciones y que, a pesar de que podamos vernos como lineales, en cuanto damos un paso atrás –o hacia dentro–, podemos fácilmente detectar núcleos de interés o de pensamiento o emoción que parecen aislados del resto, aunque estén conectados con la raíz o con el tejido general. Núcleos que, por diferentes, hemos tenido que sacar fuera de la línea.