IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

El arte de «joderlo» todo

A estas alturas, muchos de los lectores habituales de esta sección estarán de vacaciones en algún sitio paradisíaco –no hace falta que sea el Caribe–, otros estarán en sus lugares habituales de residencia –quizá también paradisíacos–, trabajando o también de vacaciones; quien más y quien menos, disfrutando de un merecido descanso o rascando unas horas de relajo.

Todo sería fantástico si no fuera por… (rellenar libremente). ¿Qué hace menos paradisíaco, relajante o fantástico ese retiro o ese ocio? A veces solo precisamos de una pequeña falla para que, como si de un bichito dentro de una manzana se tratase, ir devorando y excretando a cada paso. Devorando el bienestar y excretando quejas y “peros”. Y es que, a veces, parece como si no pudiéramos tolerar que las cosas estén simplemente bien para nosotros. Hay quien le llama a esto ser crítico o crítica, negativo o negativa, boicotearse a uno mismo o a una misma, o no saber disfrutar de las cosas buenas de la vida, incluidas la pareja, el trabajo o los proyectos, que nos hacen pensar en un escenario bondadoso. Este planteamiento puede parecer en sí mismo agorero pero, sin duda, refleja lo que le sucede a algunas personas cuando miran atrás y piensan: «¿Por qué no pude simplemente disfrutar de lo bueno?» o «¿por qué tuve que joderla?»

Lo cierto es que, para empezar, no somos lineales, no desarrollamos sin más aquello que nos gusta o huimos de lo que nos incomoda, sino que, a menudo, nos quedamos o nos vamos por lo que prevemos, más que por lo que realmente estamos viviendo en ese momento. Sin embargo, de vez en cuando no podemos tomar una decisión directamente y llevarla a cabo, sino que tratamos, en modo automático muchas veces, de recrear en la realidad aquello para lo que nos preparamos. Curiosamente, ocasionalmente nos sale más a cuenta cambiar la realidad que la percepción establecida que tenemos de ella. Suena a locura, pero quizá no lo sea tanto si pensamos en que esa percepción establecida –en este caso, en torno a la precariedad o al esfuerzo, o a la soledad…– nos ha servido muchas veces para afrontar situaciones reales de precariedad, en las que el esfuerzo fue imprescindible, o en las que era mejor asumir la soledad. Como un xirimiri que va calando, también las experiencias en las que “algo falta” nos van penetrando a lo largo de los años, llegando a conclusiones a las que nos aferramos como una guía para que no vuelva a pasar: «Como no hay un lugar tranquilo para mí», «a la gente no le importo como a mí me gustaría», «si cedo me disuelvo en el otro»...

Puede parecer masoquista ir por el mundo pensando así, incluso cuando las cosas se ponen bien, o indican lo contrario. Y entonces entra la estadística, una un poco personal y no necesariamente rigurosa, que hace improbable lo que está pasando, a favor de lo que suele pasar –o de lo que suelo pensar que pasa–; y más allá, entran en juego otras ideas satélite en torno a las anteriores, como «aquí se está muy a gusto, pero lo bueno no dura», o «ella parece preocuparse por mí, pero algo querrá», o «me gustaría hacer esto por él pero voy a parecer manejable». Y a todas ellas se les podría añadir esta: «Así que es mejor prepararse».

Y esa preparación hace básicamente referencia a no creerse lo bueno demasiado tiempo, no hacerse falsas ilusiones, como si lo que está pasando fuera una ensoñación y tirar de los recursos que han permitido afrontar las premisas precarias anteriormente citadas: «Quizá tengo que desconfiar como medida de prevención», «quitarle valor a lo bueno que está pasando o incluso activamente atacarlo para probar su solidez». Los seres humanos hemos vivido en situaciones precarias a lo largo de los milenios y no es de extrañar que levantemos las orejas cuando las cosas se ponen demasiado bien, pero quizá también esa conclusión sea una ensoñación hoy por hoy; habrá que estar atentos.