Miren Sáenz
CARRETERA Y MANTA

El boom de las furgonetas, más que una manera de viajar

Dicen que viajar en furgoneta es bueno para la salud y muchos de los que lo han experimentado no lo cambiarían por una estancia en uno de esos hoteles de cinco estrellas. Desde que se fabricó la primera camper, hace medio siglo, sus incondicionales la han defendido como una manera de sentirse más libres, más cerca de la naturaleza y hasta más felices. A los vascos nos gustan, al menos eso afirman vendedores y fabricantes, que también son furgoneteros.

Viajar se ha convertido en una de las actividades favoritas de millones de personas, basta con pisar los lugares más turísticos de nuestro entorno para constatarlo con una simple mirada. Lo que en el siglo XIX era un privilegio exclusivo de aristócratas y nobles, al que accedió la burguesía en la primera mitad del siglo XX, en Europa derivó en la segunda mitad en un fenómeno de masas gracias al incremento del poder adquisitivo de las clases trabajadoras y al aumento del tiempo libre con la regulación de la jornada laboral y las vacaciones.

En los años 60, nacía la furgoneta como vehículo de viaje. La Volkswagen, desde la fabricación de la Kombi T1 Westfalia, se apuntaba la idea que en su versión californiana, de original y colorido diseño, quedó unida al movimiento hippie. Se estima que, desde aquel primer modelo, se han vendido más de diez millones de californias en todo el planeta hasta llegar a convertirse en un objeto de culto.

La furgoneta hippie significó el punto de partida de un estilo de viaje con mucho público, aunque no necesariamente joven. No hay edad para echarse a la carretera, como siguen demostrando sobradamente los jubilados del norte de Europa desde que descubrieron que siempre hay un lugar donde brilla el sol para plantar sus vehículos en cualquier época del año. Esa costumbre, tan ligada al camping, se fue extendiendo favorecida por el nacimiento de las autocaravanas, mientras las furgonetas ampliaban sus niveles de autonomía hasta, en ambos casos, adquirir el papel de una segunda vivienda, y encima sobre ruedas. Alrededor de ellas, en Euskal Herria, se ha desarrollado un amplio y variado mercado de compra venta que incluye a concesionarios, fabricantes, transformadores, venta de segunda mano y particulares.

Muchos de los que trabajan con furgonetas son grandes aficionados a ellas. Quizás por eso, en algún momento de sus vidas convirtieron parte de su pasión en su ocupación. Algo así le ocurrió a Héctor Senosiain, responsable de Furgokaravaning, la empresa navarra ubicada en Orikain, a siete kilómetros de Iruñea, dedicada a crear sofisticadas campers a la carta.

La historia de una de las fabricantes del sector más innovadoras del Estado español arrancó hace once años, después de darle vueltas a la idea, realizar un estudio de mercado y visitar algunas ferias. Al principio, eran cuatro trabajadores y ahora son diecisiete los que desde el taller y las oficinas se encargan de transformar una “furgo” en un habitáculo confortable. «Fundamentalmente, la gente que viene aquí busca hacerse un proyecto personal para ser feliz los próximos veinte años. Hacemos unos trabajos muy personalizados porque todos viajamos de forma distinta», asegura el propietario.

La patente del espacio. En Furgokaravaning, incluso, han llegado a patentar la idea de aprovechar al máximo el espacio. «Se patenta una solución: como crear un espacio. Así que desde una puerta que se cierra tienes un baño completo, con una ducha que se pliega, un wc portátil que sale y entra, unas camas que suben y bajan. Cuando todo eso está metido consigues un espacio tan amplio que puedes meter dentro de la furgoneta desde motos a bicis, o montar un espacio para los críos o un chill out para los adultos, o cualquier cosa que se te ocurra. No es lo mismo vivir con todo cerrado que con todo abierto», explica Senosiain.

En consecuencia, una furgoneta que puede parecer de reparto esconde en su interior una casa en miniatura que no se ve tras sus cristales tintados. Es el mundo de los techos elevables, las camas desmontables y eléctricas, los asientos camas, bases giratorias, placas solares, duchas plegables, cocinas de gas, mosquiteras, sillas y mesas exteriores que se guardan en puertas laterales, armarios a medida, baterías, tomas exteriores, calefacción estacionaria… Un recinto donde se cuida el aislamiento, la autonomía, los materiales y no se escatima en precios que se barajan desde los 38.000 euros de las más sencillas hasta los 110.000 para los sibaritas. «Son de alta calidad y por eso son caras. Animamos a los clientes a que se hagan su proyecto: cómo viajas y qué necesitas. Nuestro éxito se debe a las soluciones que damos. También los vasquitos tenemos patentes, no solo los alemanes», apunta riendo Senosiain.

Sus campers se llaman Mundaka y evocan el surf de la famosa ola izquierda de la localidad vizcaina para un prototipo básico destinado a clientes jóvenes; o también Elkano, recordando al marinero de Getaria reconocido como el primero que dio la vuelta al mundo, «en un guiño a nuestras raíces», admite.

Además, sabe por experiencia y por ventas que el vasco viaja: «Si en Alemania se venden 45.000 vehículos de este tipo y en Francia 38.000, en el Estado español estamos hablando de 4.000. Salvo vascos y catalanes, que eligen esta forma de viajar, del Ebro para abajo no son tan partidarios. Aquí los fines de semana se sale para escalar e ir al monte. A los vascos nos gusta salir», resume Senosiain.

A 150 kilómetros de Orikain, en un pabellón de Gernika, otro hombre del sector comparte esa opinión. Se llama Urtzi Billakorta y lleva 18 años vendiendo furgonetas y autocaravanas, también nuevas, pero sobre todo de segunda mano. «Tú vas por África, Sudamérica o donde sea y casi siempre te encuentras algún euskaldun. Somos gente que quiere conocer, vivir sus sueños, no que nos los cuenten. Hay quien busca hacer surf, otros visitar iglesias o museos. Yo he viajado por el mundo haciendo pesca submarina. En otras comunidades del Estado español, salvo en Catalunya, no pasa lo mismo. Nosotros nos parecemos más a los países del norte de Europa, pero solo un poquito», comenta.

Billakorta era un profesor de educación física que viajaba de camping con su furgoneta. Un día la vendió y se compró otra y descubrió que se le daba bien. Decidió entonces poner en práctica un consejo de su abuelo: «Si trabajas en algo que te gusta no trabajarás nunca», le decía. Lleva solo este negocio, «soy el jefe y el que limpia; a mí me gusta mi trabajo, aunque invierta más de lo que gano».

 En Furgos.com, su tienda de 500 metros cuadrados, tiene un stock de vehículos de marcas alemanas, las únicas con las que trabaja «por calidad y postventa futura». El busca los vehículos, los compra y los pone a la venta. «Yo no represento a ninguna marca, vendo lo que creo que es bueno y lo que considero que la gente necesita», asegura este vendedor que, tras la obligada cita previa, asesora a sus clientes.

El suyo es un mercado en movimiento, con clientes de distintos gustos y necesidades. Hay quien llega por primera vez o quien busca algo más pequeño porque la autocaravana se le ha quedado grande o al revés. Ni todo el mundo dispone del capital que cuesta una furgoneta nueva y completamente equipada, ni está dispuesto a gastárselo.

En esta sociedad de consumo, con clara tendencia a comprar lo nuevo y descartar lo usado, las furgonetas son la excepción: «Antes se podía tener un coche veinte años. Hoy en día la gente no aguanta ese tiempo, pero sí el mundo de las furgonetas, porque el equipamiento de atrás sigue valiendo y el motor lo puedes cambiar. Hay gente que ha vendido una furgoneta cinco años después de comprarla por muy poco menos de lo que pagó. Eso en el ámbito de las cuatro ruedas es ganar dinero, porque existe una depreciación por el tiempo transcurrido y por cómo se ha cuidado. Sin embargo, en este tipo de vehículos los precios casi se mantienen porque la demanda es superior a la oferta», comenta Billakorta.

En su caso, la furgoneta de segunda mano más cara que ha vendido ha rozado los 60.000-70.000 euros y la más barata, 6.000 euros, aunque «hace unos años». En un sector caro donde el factor económico es determinante, hay quien se ha llevado más de un disgusto tras dejar sus ahorros en algo que no los valía. Billakorta recuerda que «del 2000 para adelante había mucho dinero, pero poco conocimiento. Hubo un boom, no voy a decir que se compraba sin ver pero casi. No me gustó aquella época. Con Internet se amplió la información, pero la gente no lee con la suficiente atención y hay mucha picaresca», advierte.

Confirma que «actualmente hay más demanda de furgonetas, pero en la carretera lo que más se ve son autocaravanas». Los avances de la camper la han aupado al número uno porque en muchos casos tiene las ventajas de un turismo y las posibilidades de la autocaravana, esa casa andante que, por su gran tamaño, gana en espacio y en comodidades, pero no puede acceder a ciertos lugares, sin olvidar que circulando debe cumplir un límite menor de velocidad. Las caravanas, cada vez más en desuso, son más estáticas, aunque también han mejorado sus infraestructuras. No obstante, «hay sitio y clientes para todas», concluye el propietario de Furgos.com.

Elegir el cuándo, el cómo y el dónde. Dicen que viajar alarga la vida y que la furgoneta rejuvenece. Quizás por eso sus partidarios recurren a palabras grandiosas para definir sus sensaciones del estilo de «felicidad, libertad, independencia, aventura, emoción, alegría». Donde algunos ven solo incomodidades, los y las incondicionales las aceptan como parte del bienestar. Aparcar en los lugares más insospechados, disfrutar de la naturaleza, del aire libre y disponer de la posibilidad de elegir desde el sitio hasta el horario, ha elevado el número de adeptos a esta filosofía del viaje. Además, Internet y sus aplicaciones con aparatos como el GPS e informaciones al instante facilitan los desplazamientos y la orientación a la hora de elegir destino a bordo de furgonetas y roulottes.

Sin ninguno de estos soportes, en los 80, el escritor Julio Cortazar y la periodista Carol Dunlop ya habían experimentado lo que se puede hacer a bordo de una Combi roja en el trayecto París-Marsella, sin salir de la autopista durante 33 días, que luego contarían en un libro escrito a cuatro manos bajo el surrealista título de “Los autonautas de la cosmopista” (Muchnik Editores, 1983, reeditado por Alfaguara en 2016). Se trata de un libro hermoso y divertido, pese a que Dunlop ya sabía de la leucemia que le mataría meses después. Pero ni por esas, dejaron de sentirse maravillados ante esos momentos únicos.