TERESA MOLERES
SORBURUA

El iris en la cultura musulmana

E n el siglo VII, el iris (Iris Albicans) procedente de los jardines egipcios, se extendió por medio de las migraciones musulmanas por los nuevos territorios conquistados, como Andalucía o India, pasando por Oriente Medio. Esta planta lleva la impronta de la cultura musulmana por la suntuosidad que aporta a sus jardines. En Irán, el iris azul es un símbolo de resurrección, porque sus rizomas secos vuelven a brotar año tras año. Se suele plantar sobre las tumbas o en los jardines funerarios; de hecho, el iris también adornaba el Taj Mahal y otros jardines funerarios de la India hasta el siglo XVIII.

En la Edad Media, botánicos musulmanes como Kital el Nabat (siglo IX), mencionan esta planta en sus tratados medicinales por sus propiedades curativas. Y en el Al-Ándalus español del XIII, el malagueño Ibn al Baitar, de origen berebere o amazigh, describe las propiedades terapéuticas del pequeño iris violeta en su “Tratado de remedios y alimentos simples”. También se cita en los poemas del poeta persa Saadi. En el Bustan o “Jardín perfumado”, del año 1257, aparecen dos iris azules y uno naranja. Además, en las miniaturas que acompañan a la poesía persa, esta flor aparece entre rosas, lirios, violetas, frutales y cipreses.

Siguiendo con la cultura musulmana, hacia 1663 el persa Mohammed Zaman pintaba acuarelas de flores –entre ellas, el apreciado iris violeta– que son curiosamente una síntesis entre la expresión tradicional de la pintura persa y el cuidado descriptivo de los botánicos europeos con los cuales él se formó según se cree.

Volviendo al tiempo presente, los coleccionistas de iris aspiran a poseer las doscientas variedades conocidas en la actualidad. Algunas de ellas son fragantes y tienen una paleta de colores difícil de superar por otras flores. Sin llegar a estos extremos, podemos plantar esta flor como aconseja la paisajista inglesa Gertrude Jekyll: cultivada en terrazas de piedra, para que el aire circule, con mucho sol y donde sea fácil quitar las malas hierbas.

Los rizomas, una vez divididos, se entierran en grupos de cinco teniendo cuidado al colocar los abanicos de hojas hacia el exterior. Se debe aplastar alrededor y no regar, ni, menos aún, abonar. Plantados en un invierno suave, los iris florecerán en primavera.