Iñaki Zaratiegi
Entrevista
YAYO HERRERO

«Si alguien protagoniza hoy una revolución global es el capital»

Vino al mundo como Sagrario Herrero López (Madrid, 1965) y es Yayo en todas las biografías. «No me llamaron por mi nombre ni cuando nací», reconoce. Coordinó durante nueve años el colectivo Ecologistas en Acción y ha dirigido durante siete el organismo independiente Fundación Benéfico Social Hogar del Empleado (FUHEM). Destacada activista del ecofeminismo y militante a tiempo completo por las justicias sociales y los equilibrios naturales, es asidua de nuestros foros y debates –«me encanta venir, mi hija hizo la carrera en Bilbao; me dicen que pida la ciudadanía vasca…»–. La última vez pasó tres atareados días en la capital vizcaína. Presentó el libro “Invitación a la educación ecosocial en el Antropoceno”, de José Manuel Gutiérrez Bastida, que ha prologado. Moderó el debate “Diálogo entre ecosocialismo y religión”, con el jesuita Patxi Álvarez y el pensador franco-brasileño Michäel Löwy. Y protagonizó el encuentro “Frankenstein y los monstruos del desamor”. Yayo es conversadora cercana, generosa y entusiasta.

Antropóloga, ingeniera agrícola, economista, profesora social, militante ecofeminista... ¿En qué orden?

Son indisociables. Ser activista es consecuencia inmediata de ir conociendo más sobre el mundo. Me resulta muy difícil trabajar en lo nuestro, ver cómo se profundizan la crisis ecológica y las desigualdades, y no querer transformarlo.

No se sintió ecologista hasta visitar una granja industrial de aves cuando estudiaba Ingeniería.

Me pareció brutal lo que hacemos para comer, una manera de producir alimentos que causa un tormento terrible a los animales. Es una industria centrada en maximizar el negocio y se produce en condiciones más y más terribles que envenenan la tierra y las personas y maltratan a otras formas de vida.

Lleva unos cuantos años peleando. ¿Principales empeños ganados y perdidos?

En el feminismo y el ecologismo, mis espacios más cómodos, en lo puntual ha habido batallas ganadas y perdidas. Hay muchas sentencias sobre infraestructuras ilegales ganadas en juicio. La ciudadanía y hasta la legislación nos han dado la razón en un montón de cosas: la calidad del aire, poner freno y establecer figuras de protección a infraestructuras dañinas... Hay mucho terreno ganado en el campo de la naturaleza. Y el movimiento feminista ha dado pasos imparables en torno a la emancipación y autonomía.

¿Los resultados en lo ecológico van más lentos que en lo feminista?

Sí, a pesar de éxitos puntuales perdemos la batalla global, la de sostener la vida humana en condiciones dignas para las mayorías sociales en un planeta con límites físicos. Se profundizan las desigualdades, se achican los espacios donde desarrollar la vida y es más difícil vivir bien. Por no hablar de dinámicas como el cambio climático. Pero hay cada vez más la sensación de que teníamos razón y más importante nos parece la tarea. No discutimos ya sobre un modelo de desarrollo sostenible sino sobre cómo parar la insostenibilidad y conseguir vidas dignas en un planeta en pleno cambio climático y con sus límites sostenibles sobre la mesa.

Participa en seminarios con títulos como «La bolsa o la vida. Capitalismo y otras formas de delincuencia organizada». ¿Qué enseña?

La contradicción de la guerra contra la vida que perpetran los dueños del capital. O ganan ellos, y la vida se orienta con los mercados como epicentro, o ponemos en el centro el conjunto de todas las vidas, apostando por un cambio radical, por la disputa de la hegemonía económica, política y cultural. Los marxismos dijeron que había una oposición capital/trabajo. Ecologismo y feminismo muestran que hay una oposición entre la maximización del capital y todos los trabajos, no solo los pagados, también los del hogar. Y el ecologismo social dice que hay una oposición entre capital y vida.

En el documental «El espíritu del 45», el cineasta Ken Loach documentó bien el modelo social de bienestar, tras la Segunda Guerra Mundial, y su desmantelamiento desde Margaret Thatcher. ¿Es la revolución conservadora?

Hay muchas resistencias locales, incluso intensas, pero si alguien protagoniza hoy una revolución global es el capital. Sus cambios hacen naufragar hasta las bases antropológicas que organizan la vida: el marco de relaciones, las solidaridades, las reciprocidades entre humanos… En Occidente se construyó ese estado de bienestar y duró los “30 gloriosos” [1945-1975] en base a una correlación de fuerzas entre clase obrera organizada y capital que no se da hoy, y en un momento de gran bonanza mineral en el que no se había alcanzado el pico del petróleo. Parecía factible mantener el sistema de producción de bienes y servicios a gran escala y en el tiempo, con dinámica expansiva y que fuera ampliando derechos. Pero desde esas miradas emancipadoras de las izquierdas hay que revisar la cuestión de los límites físicos del planeta. Fue un modelo que se generó en solo una parte del mundo y a costa de recursos de otros lugares.

Y sucedió la reacción neoliberal.

Tiene mucho que ver con el fracaso del capital de cumplir su promesa de fabricar bienes y servicios crecientes para satisfacer las necesidades de las mayorías. Topó con los límites del planeta y, siendo incapaz de ampliar y hacer crecer la esfera material de la economía, empezó a maximizar la ganancia apostando por otra forma de organizarse: la economía financiarizada que crecía con la especulación, los mercados del futuro… Generó bolsas de riqueza ficticia, burbujas que explotan y deuda extrema. Y se va desmantelando ese estado de bienestar, construido en zonas muy concretas del planeta para proteger a las mayorías.

¿Tras la última crisis, la economía no volverá a crecer al ritmo anterior?

El economista francés Thomas Piketty [“La economía de las desigualdades”, 2015] dijo que las sociedades ricas se deben acostumbrar a que la economía crezca en un 1 o 1,5 por ciento como mucho y siempre que se descubran nuevas fuentes energéticas; impresionante brindis al sol. El historiador norteamericano Immanuel Wallerstein dice que los ciclos recurrentes de expansión y recesión del capitalismo son ya picos dentro de un planeta físico translimitado. Dientes de sierra cada vez más próximos que tienen mucho que ver con esa dinámica de agotamiento.

¿El capital, sus responsables y colaboradores de todo tipo, no ven esa realidad o no la quieren ver?

Más bien lo segundo. Las elites sí se están preparando. En la última reunión del Foro de Davos hablaron de la necesidad de establecer una renta mínima porque los nuevos procesos económicos van a generar “mucha población sobrante”. Se referían al mercado laboral, pero también, y de fondo, a la gente sobrante a escala masiva de los territorios donde se extraen los últimos minerales que quedan. En sus análisis internos, los ejércitos se postulan como especialistas del caos y definen el cambio climático y el agotamiento de los recursos como multiplicadores de amenazas. Hay metáforas significativas cono la del huracán Sandy en 2012. Manhattan se quedó a oscuras, pero permaneció iluminada la torre Goldman Sachs.

¿Y las fuerzas tradicionales de izquierdas, partidos o sindicatos?

Es trágico tener a tanta gente de las izquierdas políticas emancipadoras mirando a otro lado o pensando que con políticas socialdemócratas que traten de hacer justicia con el excedente del crecimiento económico se paliarán las desigualdades. La socialdemocracia funcionó en los “30 gloriosos” porque había un excedente económico importante con el que hacer políticas públicas. Pero sin excedente, la socialdemocracia se queda inerme, insignificante. Decepciona y lo que surge son los fascismos. Introducir el análisis del ecologismo social es clave para entender lo que está pasando en Brasil, Canadá, Austria, Italia… No son países, como se decía, con estados fallidos. Ante el miedo y la percepción de la inutilidad de algunas izquierdas, personas que potencialmente podrían tener conciencia de clase caen en lo que pasó en los años treinta y votan fascismo.

Avisa de que si el sistema no cambia, para necesitar menos energía y menos materiales, vamos al colapso.

Para que la economía se sostenga hace falta flujo de mano de obra y materias primas. Lo primero es tiempo de vida de las personas y lo segundo, naturaleza. Si el sistema prescinde de la mano de obra robotizando la economía, requiere un uso más intensivo de minerales y energía; se altera más la dinámica natural y se sufren distorsiones en la producción, fruto del cambio de los ciclos naturales. Lo que se produce llega cada vez para menos. Hay un estrechamiento del marco de personas privilegiadas. Lo deja claro la mal llamada crisis de refugiados. Llegan a nuestras fronteras y se las cerramos, pero las abrimos a las materias que vienen de sus países. La verdad que hay tras el capitalismo globalizado en esta época de los límites sobrepasados es casi fascismo. Ya hay muchísimas vidas colapsadas en Siria, Irak, Afganistán… O zonas arrasadas por las dinámicas extractivas. Y hasta en la periferia de nuestras urbes: gente que saca a sus mayores de la residencia porque necesita la pensión en casa.

En ese campo de las dependencias, ha señalado que la gestión de la Diputación guipuzcoana con EH Bildu fue puntera y pionera.

Conozco mucho a Laura Gómez, una feminista consecuente que era directora de Igualdad. Se hizo una política coherente entre Hacienda, los Servicios Sociales y el área de Igualdad. Una apuesta preliminar, inicial, trabajada con el movimiento feminista, para garantizar un sistema en el que la persona tuviera cubierto el derecho a ser cuidada y quienes realizaran ese trabajo no fueran explotadas. El gobierno no fue revalidado en las elecciones siguientes y el plan se desmanteló.

Fue precisamente una cuestión medioambiental la que condicionó aquellas elecciones: ¿Qué hacer con la basura urbana?

El proyecto “puerta a puerta” es una forma de gestionar los residuos que vamos a tener que implantar antes o después. Los residuos son un grave problema y la incineración no es la solución sino una muy mala práctica porque contamina con partículas que nos hacen enfermar. Lo llaman incluso valorización energética, pero el movimiento ecologista opina que no es tal. Se queman, entre otras cosas, residuos orgánicos necesarios para nuestros suelos, que tienen en general poco contenido de materia orgánica. Se sabe de sobra que la clave es aplicar en orden las tres conocidas erres: reducir al máximo los residuos generados en origen de fabricación (¡las mandarinas manufacturadas por gajos!), reutilizar (antes devolvíamos las botellas a la tienda y se sigue haciendo en otros países) y reciclar sin trampas.

¿Es significativo que un problema de basuras se convierta en elemento central del juego político?

Es terrible que un proyecto absolutamente racional como separar la basura puerta a puerta se convierta en una tremenda arma arrojadiza y electoral. Una utilización política que no existe en otras partes del Estado (Barcelona, Extremadura, Mallorca, Alicante…) donde se está implantando sin ningún problema. Por supuesto que aquella iniciativa se pudo hacer mejor, pero si no somos capaces de implicarnos en ese tipo de esfuerzos para no respirar polución y no enfermar vamos mal. Parece una tarea terrible separar basuras, o estéticamente horrible tener bolsas en la vía pública, pero el mercado nos tiraniza de mil maneras: tenemos las calles colonizadas por el coche privado o por carteles publicitarios, etc. y ¿eso no nos incomoda? Algún esfuerzo individual habrá que hacer para que el planeta no rebose de mierda.

Parecía que la crisis revisaría esquemas, pero aquí mismo se ha reactivado un arsenal de infraestructuras polémicas: se orilló el superpuerto Jaizkibel, pero continúa la saga del TAV y las novedades son la incineradora de Gipuzkoa, el Metro y la ampliación de la macro superficie Garbera en Donostia…

Globalmente, aprendemos poco y hay un problema de fondo: el crecimiento como creencia sagrada; o la economía crece o nos morimos de hambre. La trampa tras esas grandes infraestructuras es que el momento de maximización del capital, el momento del pelotazo, es la propia construcción, cuando se desvía dinero público a las constructoras. Y así quedan por ahí infraestructuras construidas sin justificación de utilidad, mal o nulamente usadas. Una brutal deriva de dinero público a manos privadas. Todos los casos de corrupción indican que se adjudican obras a cambio de sobres, financiación…

Se suelen justificar esas operaciones bajo la lógica de crear empleo.

Es el caramelo, una lógica bien metida en la cabeza de la gente. Si cuentas los puestos de trabajo que se prometen con los TAV y grandes infraestructuras no habría casi paro. Pero el Estado español es un país récord en infraestructuras y en paro. Te venden una incineradora que envenena la vida, una Y griega vasca innecesaria y hasta un metro bajo la playa de una ciudad de escala urbana maravillosa para moverse. Te venden una marcianada como progreso. Esos recursos deberían ir obligadamente a proteger una vida digna para las mayorías sociales.

Y en este panorama, ¿qué aporta el ecofeminismo?

El ecofeminismo es un diálogo entre el ecologismo y el feminismo y vive un buen momento. Somos ecodependientes y sociodependientes. La vida humana en solitario es vulnerable y hay que sostenerla deliberadamente, interactuando sobre una naturaleza limitada. Se sostiene en una lógica social en la que unas personas cuidan a otras, sobre todo en determinados momentos del ciclo vital. El pensamiento ecofeminista es una corriente de pensamiento y un movimiento social que pueden ayudar a hacer una buena deconstrucción del momento que vivimos y esbozar vías de salida que no sean falsas soluciones. Que ataquen a la raíz estructural de un modelo capitalista, colonial, patriarcal, ecocida e injusto.

¿Cuando habla de deconstrucción del modelo económico, significa renunciar en parte al llamado progreso tecnológico y científico?

Hay que darle una vuelta de arriba abajo. Necesitamos mucha y buena ciencia para afrontar los retos que tenemos. El cambio climático, el declive de los minerales, la destrucción generalizada del planeta son resultado del modelo de desarrollo científico y tecnológico utilizado por el capitalismo. No es un problema técnico que resuelvan ingenieros y expertos sino un problema global, político, de redistribución de la riqueza. Como dice Vandana Shiva [filósofa y escritora india], de mal desarrollo. Cuando decimos que debemos renunciar a determinados sectores productivos, que son un problema para la continuidad de la especie en la tierra, contestan que si no crecen la economía y el progreso cómo vamos a vivir. Un planteamiento peligroso: o la economía crece o no hay posibilidad de vida buena. Y para ello, sacrifiquemos hasta la propia vida y la posibilidad de futuro. El FMI dice que el mayor riesgo en España es que se rectifiquen las reformas de los últimos años; que dignificar salarios, pensiones o dependencias pone en riesgo la economía. Si el riesgo para la economía es que la gente más vulnerable viva bien, ¡vaya economía tenemos!

Con la crisis florecieron el 15M, Occupy Wall Street, las primaveras árabes, las Nuit debout parisinas... ¿Qué queda de aquellas movilizaciones?

Queda mucho, aunque en lugares no tan visibles. Viví un ejemplo significativo con el huracán Sandy de Nueva York en 2012, que ya he recordado. En tres días se montó un servicio de voluntariado con unas 60.000 personas y la mayoría venía del movimiento Occupy. Parecía estar larvado, pero seguía vivo, organizado y resultó un organigrama muy útil cuando fue necesario, en una situación catastrófica. Si vamos a los barrios se ve una mayor capacidad de articulación en tejidos que estaban desmembrados, una generación que se politizó entonces, un capital que no se ha perdido. La conformación de Podemos y la materialización del 15M en candidaturas para el cambio están teniendo su recorrido, aunque no hayan cubierto las expectativas que se ponían ellos mismos. El momento de tensiones y rupturas que vivimos tiene mucho que ver con aquel movimiento. Incluso el resurgir de una ultraderecha que trata de organizarse es resultado de este tiempo de fracturas que va a seguir durando porque estamos ante una profunda crisis civilizatoria.

¿Tiene esperanza de ver un proceso colectivo eficaz que nos reajuste a los límites físicos del planeta?

He escogido el Frankenstein de Mary Shelley como mito de rabiosa actualidad para ver qué pesadillas genera el monstruo de la razón cuando se desvincula de la ética, de los afectos y de poner en el centro el bienestar de la gente. Para explicar que o se coloca el amor (no cursi-romántico sino como capacidad de hacerte cargo de los demás, de sentirte vulnerable y saberte necesitada de otras personas) como prioridad al organizar las relaciones sociales, o los sueños de la razón se pueden transformar en situaciones monstruosas destructoras del conjunto de la vida.