TERESA MOLERES
SORBURUA

Bajo las secuoyas

Los árboles más grandes del mundo se mueren. Baobabs africanos, kauris de Nueva Zelanda, pinos milenarios en California o los históricos cedros del Líbano sufren el calentamiento global y la llegada de enfermedades exóticas. Otros gigantes inscritos en la lista de especies en peligro son las secuoyas de California (Sequoiadendron giganteum). Los ejemplares vivos que se conservan tienen 1.500 años de longevidad y casi 100 metros de altura. Sus copas y ramas albergan coníferas, arándanos, nidos de aves marinas y salamandras.

Durante milenios, tribus americanas como tolowas, yurok y chilula vivieron tras una cordillera de secuoyas alimentándose de salmón, carne de uapiti y bellotas. Para pescar, tallaban canoas en los árboles caídos. Esta vida terminó con la llegada de la fiebre de oro a California. Algunos comerciantes vieron una forma más rápida de enriquecerse explotando la madera rojiza de la secuoya, resistente a la podredumbre. Y comenzó la hecatombe, para lo que se servían de dinamita. El incendio de San Francisco de 1906 aceleró su tala. Más tarde arrasó el boom para construir viviendas después de la Segunda Guerra Mundial; con tractores especiales y excedente de material militar, un ejercito de leñadores taló a la rasa estos bosques.

Actualmente, de las aproximadas 800.000 hectáreas originarias se conserva menos del 5%, disperso en parques y reservas. De las secuoyas costeras, el 34% pertenecen a tres empresas; el 21% al estado de California y el resto a pequeños propietarios. Y todo, a pesar del escaso rendimiento de esta madera. Un tercio de la superficie de sus bosques se destruyó para hacer postes y cerillas. Sin embargo, las secuoyas sobreviven aletargadas a la sombra de sus padres adultos. Cuando a estos los talan, entra la luz que permite al árbol dormido renacer y echar nuevos brotes, en un fenómeno conocido como “liberación”. A la vista del desastre surgieron movimientos conservacionistas: el escritor John Muir, en 1890 creó el Yosemite National Park y el Kings Canyon Park, en 1940. Y fue fundamental el nacimiento de la Liga en Defensa de las Secuoyas, en 1920, que gestiona sus recursos; entre ellos, el turismo. Sin olvidar las protestas juveniles, incluso con un muerto: David Chain, derribado por el ejemplar que un leñador cortó sobre él en 1998.