IñIGO GARCIA ODIAGA
ARQUITECTURA

Romper la esquina

El estudio OMA, liderado por Rem Koolhaas, ha finalizado un nuevo rascacielos en la Gran Manzana neoyorquina, precisamente en la confluencia de dos de sus calles más singulares: la 22 Este y la avenida Lexington. El edificio que se apodera de la esquina presenta una gran grieta central que permite la apertura de un patio donde se articulan, por tanto, dos piezas independientes. Todo el despliegue formal del proyecto parece concentrarse en el encuentro que tiene lugar en esa esquina entre estos dos volúmenes y que genera una serie de planos triangulares que transforman el encuentro entre ambas calles en una composición escultórica que, por momentos, parece haber sido tallada sobre el macizo edificado.

En cierto modo, el proyecto se torna contextual; es decir, interpreta de alguna manera las tensiones de esta zona de la ciudad, donde dos barrios casi antagónicos parecen encontrarse: por un lado, el área residencial tranquila que rodea un parque bucólico, con jardines cerrados y privados, y por otro, el bullicioso espacio comercial que rodea el parque de la plaza Madison. Un parque público, además, que ofrece una gran variedad de actividades y está lleno de ciudadanos frenéticos desempeñando todo tipo de tareas profesionales.

La parcela en forma de “L” abre la posibilidad de responder a ambos vecindarios, activando los alzados del edificio a ambas calles y propiciando su conexión. El edificio surge entonces de esta condición dual, que hace diferentes referencias tanto al mundo artístico como al contexto urbanístico o a la propia actividad de las personas en la ciudad. Si pensamos en el mundo del arte, por ejemplo en el cubismo –donde los objetos incorporan sobre sí mismos una multitud de puntos de vista, construyendo superposiciones que distorsionan su masa–, la esquina de la edificación parece responder a esas leyes compositivas. Si, por el contrario, atendemos a las tensiones urbanísticas de la parcela, esa esquina plegada tridimensionalmente parece atender por igual a ambos contextos, ofreciendo bajo sus grandes triángulos un lugar de encuentro entre ambos barrios.

Pero esta articulación, que evoca un collage a partir de diversas reflexiones de su entorno, también responde a las condiciones interiores del propio edificio. Verticalmente, los planos de los vértices se doblan hacia adentro y hacia afuera, creando vistas únicas desde los espacios interiores hacia el cielo y hacia las calles. En el nivel de la calle, la esquina está tallada hacia el interior, para ensanchar la acera y establecer un punto de entrada claro al rascacielos y a las galerías comerciales que ocupan la planta baja.

Partiendo desde esta esquina expresiva, las dos fachadas se vuelven más contextuales a medida que se acercan a los edificios vecinos, y parecen calmarse en términos compositivos según se alejan de las tensiones que sufre la esquina. Por el contrario, los paneles prefabricados que materializan la fachada se vuelven más texturados y masivos a medida que se alejan de los vértices. Históricamente la esquina concentraba toda la fuerza no solo expresiva sino material del rascacielos y, mediante esta alteración de los prefabricados de hormigón negro que resaltan los huecos de vidrio, la composición propuesta por Koolhaas parece negar esa convención clásica.

Otra pieza fundamental es el patio, un oasis de calma en el medio del bullicio de la calle 22 y la avenida Lexington, y que se centra en dar servicio al programa residencial de la torre, reservando un espacio de privacidad y tranquilidad a los balcones de los habitantes del complejo. Del mismo modo, la fachada interior de las dos torres que dan al patio se transforma respecto a la exterior. Por un lado, mantiene la tridimensionalidad de la fachada exterior, pero esta vez de forma más calmada. Formaliza así una especie de cinta continua que brinda una vista escultórica hacia el cielo, apoyada por la materialidad luminosa del aluminio con la que se introduce la luz del día en el patio.

Todo este despliegue volumétrico, formal y material del proyecto resuena en la cuadrícula perfecta de la trama urbana de Manhattan como un nuevo modelo de afrontar la esquina. Precisamente allí donde la malla urbana, la retícula constante, determina la forma de la ciudad –y la esquina es, al fin y al cabo, la máxima expresión de ese sistema de calles que se cruzan– el proyecto de OMA rompe la esquina clásica transformándola en un sistema abierto, que permite más oportunidades compositivas pero, sobre todo, más lecturas urbanas.