Iñaki Zaratiegi
Las caras del fascismo

Un siglo de fascismos: De Mussolini a Vox pasando por Franco

Esta primavera se han cumplido cien años de la fundación del fascismo italiano al que se añadiría el nazismo germano. De aquella matriz surgirían la sublevación franquista de 1936 y la guerra más mortífera de la historia humana. Un siglo después, la humanidad vive un nuevo auge de herencias políticas fascistas.

La palabra fascismo viene del italiano fascio, haz o gavilla con un hacha que indicaba autoridad y unidad del Estado en la antigua Roma. Fue un símbolo popularizado en las revueltas sociales italianas entre los siglos XIX-XX. En 1914, nacionalistas de izquierda a favor de la Primera Guerra Mundial organizaron el Fascio Rivoluzionario d’Azione Interventista. Tras la guerra, en marzo de 1919, un centenar de asistentes fundó en Milán Fasci di Conbattimento (hermandades de combate), liderados por un vehemente Benito Mussolini, con un programa social radical y un objetivo central: declarar la guerra al socialismo porque se oponía al nacionalismo. Semanas después asaltaron el periódico socialista “Avanti”, del que Mussolini había sido director, dejando cuatro muertos y 39 heridos. En tres años estaban en el poder. Once años más tarde, el NSDAP hitleriano haría lo propio en Alemania. No eran fenómenos aislados, sino punta de lanza de movimientos similares en todo el mundo. Apoyaron decididamente el levantamiento parafascista de 1936 y, tras la victoria franquista, incendiaron el mundo en una guerra sin precedentes. Resultado: más de 50 millones de combatientes y civiles muertos (incluyendo la aniquilación industrial de casi 20 millones de personas en 42.500 diferentes campos de reclusión y exterminio) y el uso de bombas nucleares sobre objetivos urbanos en Hiroshima y Nagasaki.

El fascismo-nazismo perdió la batalla y los estados europeos que la compartieron y los protagonistas externos (EEUU y Japón, principalmente) acumulan décadas sin agredirse en lo militar. El fascismo ha sido obligadamente la gran bestia negra de la izquierda y de las ideologías tolerantes, y su amenaza en forma de neofascismos y prácticas totalitarias es una preocupación constante que está tornando a escalofrío a medida que fuerzas xenófobas y autoritarias van adquiriendo poder. El debate es obligado y analistas e historiadores aportan nuevos estudios. 7K ha recabado la opinión del destacado especialista norteamericano Robert O. Paxton (“Anatomía del fascismo”, editado por Capitán Swing) y del historiador balear Joan Maria Thomàs, autor de “Los fascismos españoles” (Ariel).

Definir la bestia. En 1939 y con siete años, a Robert Owen Paxton (Lexington, Virginia, 1932) Hitler le chafó las vacaciones en Carolina del Norte: había descubierto el mar, pero su padre no estaba para castillos en la arena, sino colgado de la radio escuchando lo que llegaba de Europa. Cuando se hizo historiador, se especializó en el nazismo, se interesó en particular por el papel del Estado francés y su régimen de Vichy y llegó a ser testigo en los juicios contra los colaboracionistas Paul Touvier y Maurice Papon. Toda una autorizada opinión para clarificar un término que ha perdido su preocupante valor al ser usado de modo banalmente indiscriminado.

«Los otros grandes movimientos políticos modernos (liberalismo, conservadurismo, socialismo) se desarrollaron en el siglo XIX. El fascismo se creó tras la Primera Guerra Mundial, nos trajo la segunda y el Holocausto y fue el episodio más doloroso del siglo XX. Pero el término se ha utilizado de manera indiscriminada para denunciar a una amplia gama de líderes de derecha, izquierda y centro, casi cualquier figura pública poderosa, incluyendo Roosevelt, Stalin, Mao…».

No parece fácil, en consecuencia, precisar con brevedad la compleja definición de fascismo. Pero Paxton lo intenta: «Cualquier definición corta y fácil corre el riesgo de ser una deformación. Pero puede definirse como una forma de comportamiento político marcada por la preocupación obsesiva por la decadencia comunitaria, la humillación o el victimismo y por cultos compensatorios de unidad, energía y pureza. Con un partido de masas de militantes nacionalistas comprometidos, que trabaja en una colaboración incómoda pero eficaz con las élites tradicionales, abandona las libertades democráticas y persigue, sin limitaciones éticas o jurídicas, la violencia redentora de los objetivos de limpieza interna y expansión externa».

Por su parte, Joan Maria Thomàs Andreu (Palma de Mallorca, 1953) empezó a investigar sobre historia contemporánea en los años 80, constató que la mayor parte de las tesis se dedicaban a la oposición antifranquista y su represión y le pareció que «debíamos empezar a estudiar el poder franquista y sus mecanismos por dentro». Cree que decir fascismo hoy en día «es sinónimo de cualquier ideología o pensamiento derechista o ultraderechista y se adjetiva así cualquier actitud autoritaria».

Él lo definiría como «una ideología antiliberal, antidemocrática, antiizquierdista, antinacionalismos periféricos, basada en el dominio masculino y el uso de la violencia como forma de acción política. Pero también anticonservadora: implicaba una ideología nacionalsocialista (nazis) o nacionalsindicalista (falangistas). Postulaban una revolución no de izquierdas y pretendían ganarse a una parte de las masas izquierdistas. Falange adoptó en 1934 los colores de la CNT y proponía, por ejemplo, la nacionalización de la banca».

 

Siamesamente oportunistas. El fascismo decía ser una alternativa al capitalismo y al estatismo socialista con un Estado corporativo, pero su gestión de gobierno fue claramente antisocial; ¿era un movimiento oportunista? Para Paxton, «Hitler y Mussolini eran de hecho oportunistas. Incapaces de ganar poder sin la ayuda de las élites tradicionales, suavizaron sus ataques contra el capitalismo y se aliaron con los conservadores contra los socialistas. Pero con algunas creencias que no abandonaron: el nacionalismo, el antisocialismo y una perspectiva maniquea de ‘ellos contra nosotros’».

Fascismo y nazismo fueron ideologías siamesas, pero con orígenes distintos. El especialista norteamericano distingue: «Tenían historias algo diferentes, pero con rasgos comunes básicos. El nazismo, no menos que el fascismo, afirmó ser un movimiento obrero –el nombre era Partido Obrero Alemán Nacional Socialista–. El racismo nazi tenía más base biológica que el fascismo italiano, pero este tenía también un concepto de la razza, en su caso más cultural, y estableció reglas contra la mezcla racial cuando conquistó Libia y Etiopía. Es muy probable que la exclusión y el temor del ‘otro’, combinados con el rechazo de las restricciones éticas, conduzcan a políticas de persecución racial».

Respecto a su ideología patriarcal, Robert Paxton la llama «restauración machista de un patriarcado amenazado».

Equipara, que algo queda. ¿Hay tantas similitudes entre el fascismo y el “socialismo real”, como se ha señalado profusamente? El notable dibujante norteamericano Jason Lutes, autor de la celebrada trilogía “Berlín”, nos comentó en su día en esta revista que «los grupos que promueven una adherencia dogmática a la ideología, a expensas del pensamiento libre, son propensos a parecerse mutuamente». Su compatriota Paxton no lo tiene tan claro: «Una definición así suena demasiado amplia para que nos resulte útil. La naturaleza de la ideología marca sin duda diferencias. Porque podría aplicarse, por ejemplo, a las iglesias».

Hay en todo caso una constante equiparación Hitler-Stalin que el historiador de Virginia trata de negar. Primero en lo programático. «El término ‘totalitario’ se usó activamente cuando comenzó la Guerra Fría con el fin de transformar la alianza anti-Hitler en anti-Stalin. Pero había profundas diferencias entre el nazismo y la Rusia de Stalin, donde la propiedad privada, excepto artículos personales menores y pequeñas parcelas, había sido abolida. La actitud hacia la propiedad es la principal diferencia política y social entre ambos».

Y también en lo “moral”. «Los intentos de comparar a Hitler y Stalin en términos morales han sido a menudo pervertidos por intereses políticos. Se intenta basar la comparación en el número de muertos, pero es fácil inflarlo. Si se incluyen las víctimas de la hambruna ucraniana con las víctimas de las purgas, Stalin podría haber matado a más personas. Pero Hitler era el único que quería realmente la guerra, lo que le responsabiliza de aquella sangría. El Holocausto revierte la comparación de manera decisiva en contra de Hitler: su intento de exterminar a un pueblo entero, incluyendo mujeres, niños y expresiones culturales, no por haber hecho algo sino por su naturaleza, fue único en su horror. Stalin al menos fingió que sus víctimas habían hecho algo malo».

Joan Thomàs opina, por su parte, que «el concepto totalitario ha tendido a juntar los regímenes nazi, fascista y comunista de Lenin, Stalin, Mao, etc. Tienen rasgos comunes –partido único, control de la sociedad por el partido y el Estado, economía dominada o controlada por el Estado, control total de medios de comunicación, intervención política en el ámbito familiar, juvenil...–. Pero las diferencias ideológicas entre fascistas y comunistas son abismales».

“Nazi” viene de nación y abundan quienes tildan de nacionalismo identitario, excluyente y peligroso las reivindicaciones de mini naciones sin Estado mientras se envuelven en la bandera de su macro Estado nación, ese sí supuestamente incluyente. Paxton aclara que «nunca razonaré que el nacionalismo tiene obligadamente una forma xenófoba o racista. Hay nacionalismos inclusivos, que permiten la inmigración y toleran cierto grado de variedad étnica, intelectual o cultural. Y hay nacionalismos exclusivos que se centran en los enemigos internos o externos e insisten en la homogeneidad».

El franquismo no fue fascista. Paxton cita a su paisano e influyente hispanista Stanley G. Payne cuando dice que «los dos únicos regímenes fascistas dignos de atención» fueron Italia y Alemania. ¿Qué fue entonces el franquismo? El historiador clarifica que «España es el mejor ejemplo de una toma adicional de poder fascista por la fuerza. Franco tiene una pesada responsabilidad moral por haber comenzado la Guerra Civil en julio de 1936. Fue asistido por Hitler y Mussolini, y sus técnicas de gobernanza les debían algo. Pero Falange jugó un papel más débil que los partidos nazi y fascista. No participó en la toma de poder de Franco y muy poco en la gobernanza del régimen. Fuerzas conservadoras (Ejército, Iglesia, terratenientes) tenían un poder más independiente que en Alemania e Italia. Me parece más apropiado el término ‘autoritario’ que el de fascista, especialmente después de 1945».

Thomàs señala que era «una dictadura autoritaria ultraderechista ecléctica: el partido fascista no tenía todo el poder del Gobierno ni del Estado sino una parte. Franco creó un partido único apropiándose del fascista preexistente (FE de las JONS), uniéndolo con otro de ideología no fascista (Comunión Tradicionalista) y se puso al frente. Concedió parcelas de poder a falangistas que debieron compartir con Ejército, Iglesia, carlistas, alfonsinos, ex CEDA, empresarios, técnicos... Lo denomino régimen fascistizado no propiamente fascista».

Que viene el lobo. El fascismo tiene muchos rostros. Como confirman los resultados electorales hay un auge sostenido de la extrema derecha en el mundo (Trump, Bolsonaro…) y particularmente en Europa: PIS –Ley y Justicia– polaco, Alternativa para Alemania, Front National francés, Lega italiana, Demócratas Suecos, FIDESZ húngaro, Partido del Pueblo Danés… ¿Existe el peligro de una involución a lo fascista, más allá de la acción de partidos minoritarios más radicales (Partido Popular Nuestra Eslovaquia, Amanecer Dorado griego, Vlaams Belang flamenco…)? Paxton opina que «el término utilizado para Orban, Salvini, etc. es más populismo que fascismo. No buscan un cambio de régimen y la expansión territorial e incautación agresiva de territorio ajeno sino principalmente mantener fuera a refugiados e inmigrantes. Pero al margen de cómo la definamos, esta extrema derecha plantea un claro peligro de debilitar el Estado de Derecho y la práctica de la democracia».

Thomàs aclara que «ese no es el fascismo del que estamos hablando, con la excepción de Aurora Dorada. Pero los populistas autoritarios actuales son más peligrosos y capaces de captar mucho más voto que los fascistas antiguos. Compare los resultados de FE de las JONS y Vox. Son populistas ultranacionalistas, pero no quieren una dictadura de partido único ni destruir la democracia. Creen que hay un enemigo interior (Islam, inmigración) o exterior (globalización) y plantean soluciones fáciles a problemas complejos. Y aquí son ultranacionalistas españoles: la fuerza del independentismo catalán les ha ayudado a crecer. Vox es equiparable a la nueva extrema derecha populista europea y puede crecer mucho».

Paxton avisa de que «los fascismos se aproximan al poder cuando los conservadores toman prestadas sus técnicas e intentan integrar a sus seguidores. Y han necesitado siempre la aquiescencia de las élites conservadoras para ganar poder». A lo que Thomàs añade: «En Alemania e Italia hicieron pactos con los conservadores para llegar al poder o una vez estaban en él. La nueva extrema derecha populista actual tiene una gran capacidad para contaminar otros partidos de derecha. El PP se ha radicalizado por Vox».

¿El fascismo necesita un sentido de pérdida, de nostalgia conservadora, una regeneración nacional? Hitler tuvo su Tratado de Versalles, ISIS la humillación musulmana por judíos y “cruzados”... ¿El “Make America Great Again” de Trump recuerda esas lógicas? «Hay mucho en Trump que se asemeja al fascismo» –afirma Paxton–. «Las concentraciones masivas, el desprecio de los procesos y procedimientos legales, tener siempre enemigos en el punto de mira, las bravatas y el temor a mostrar debilidad... Obtuvo el apoyo de muchos trabajadores cuyo nivel de vida se había estancado, de racistas ofendidos por un presidente negro y de quienes no querían una mujer de presidenta. Pero el régimen de Trump me parece más oligárquico que fascista. Deja que los empresarios estadounidenses tengan lo que quieren mientras que Hitler y Mussolini (aunque los empresarios les estaban agradecidos por su destrucción del trabajo organizado) obligaron a los hombres de negocios a abandonar el comercio internacional y adaptarse a la autarquía, al rearme y a una economía regulada».

¿Qué hacer? La extrema derecha sucumbió frente al poderío soviético y los intereses estratégicos norteamericanos, ¿cómo combatirla hoy? El también historiador norteamericano Mark Bray proporciona un buen análisis en “Antifa. El manual antifascista” (editada por Capitán Swing). Su conclusión ante la nueva realidad es que «el antifascismo militante por sí solo es necesario y las acciones de calle y otras formas de oposición frontal pueden ser muy útiles. Pero no es suficiente para detener a los partidos populistas de extrema derecha. Las estrategias y tácticas de las últimas décadas se diseñaron para oponerse a formaciones de extrema derecha pequeñas o medianas, de poco apoyo popular. Ahora hay que adaptarse para hacer frente a enemigos más convencionales y ‘respetables’. Nos corresponde anegarlos en alternativas mejores que la austeridad y la incompetencia de los partidos de derechas e izquierdas que hay en los diferentes gobiernos».

Paxton plantea que «de eso hace 75 años y los actuales neofascistas y populistas no suelen pedir la conquista territorial, por lo que no es probable que se posicionen por lo militar. Hay que combatirlos dentro de sus propios países por los votantes y defensores del estado de derecho. Hay que estar vigilantes y distinguir entre las imitaciones aisladas (parafernalia estética) y los equivalentes funcionales auténticos en forma de alianza fascista-conservadora madura. Debemos oponernos a las imitaciones antes de que se las arreglen para obtener aliados conservadores».

Joan Thomàs plantea una actitud conciliadora: «No hay que limitarse a demonizarlos ni intentar aislarlos. Hay que plantear respuestas democráticas a los problemas no resueltos que Vox o Le Pen utilizan para captar votos. Denunciar su demagogia y sus soluciones erróneas. Denuncia, pero aceptación del otro, no arrinconamiento y cordón sanitario: se ha demostrado que no sirve de nada. Negociar, colaborar, coaligarse… El resto de la derecha lo hace, pero el centro izquierda y la izquierda deberían ser capaces de plantar cara con un discurso alternativo que no se limite a insultarles. Y resolver los problemas serios que tienen nuestros países. Vox no es fascista, es mucho más peligroso».

Pasados y presentes. El destacado pensador italiano Umberto Eco escribió en 1995: «Sería mucho más fácil para nosotros si apareciera alguien diciendo, ‘quiero reabrir Auschwitz, quiero que las camisas negras vuelvan a las plazas italianas’. La vida no es tan simple. El fascismo puede volver bajo los disfraces más inocentes. El deber es descubrirlo y apuntar nuestro dedo a diario y en todo el mundo a cualquiera de sus nuevas instancias».

Otro popular literato, el euskaldun Bernardo Atxaga, reflexionaba recientemente sobre el particular. «Un cierto uso del pasado condiciona porque, como en casi todo, hay zonas invisibles y visibles. Y si la mayoría del pasado está borrado, ¿a qué se refieren exactamente cuando dicen que el pasado nos condiciona? Por eso la extrema derecha. Porque como dijo Bertolt Brecht, si ‘el vientre de la bestia sigue fecundo’ es porque ese pasado no se explicó todo lo bien que debía haberse explicado. En España se habla de franquismo, pero pasando por alto la relación estrecha que hubo entre nazis y franquistas. Por muchas películas que se hayan hecho sobre fascismo o nazismo, a lo mejor ese pasado no está bien explicado en las escuelas. Así que, como idea general, me parece que es mejor saber mucho del pasado que poco. Es mejor que el pasado influya a que no influya. Al menos hay una conciencia clara del peligro cuando uno conoce los peligros que corrimos antes».