Alberto Barba Pardal
Incertidumbre en alaska

Kivalina, los próximos desplazados por el cambio climático en Estados Unidos

Esta pequeña localidad de Alaska, situada a 120 km del Ártico, se convertirá en la primera ciudad del país que tendrá que ser desplazada debido a la subida del nivel del mar.

Dos años. Ese es el tiempo que Millie Hawley, directora de la oficina de recolocación de la ciudad, considera que ella y sus vecinos de Kivalina podrán vivir sin riesgo de inundación en sus casas. Durante los últimos siete años ha luchado por ser escuchada y conseguir soluciones para la ciudad: «Lo más importante que hemos conseguido hasta el momento es que en enero del año pasado comenzaran a construir la carretera de evacuación».

En Kivalina viven casi 400 personas, en su gran mayoría esquimales Iñupiat, que están obligadas a desplazar sus hogares debido al calentamiento global y al derretimiento del Ártico. La ciudad, situada en un arrecife de arena, ejerce de barrera entre el mar Chukchi y la laguna Kivalina, que van a desembocar a los ríos Wullik y Kivalina, convirtiendo en una isla el atolón. Esta localización provoca que sea considerablemente sensible a la subida del nivel del mar.

Un informe realizado por ingenieros expertos del Ejército de los Estados Unidos pronosticó que en 2025 Kivalina estará completamente sumergida bajo el agua. En respuesta a este informe, en 2008 el Gobierno estadounidense proporcionó fondos para construir un dique de roca que sirviera de protección a la ciudad. Este dique se finalizó en 2010 y ha conseguido que la erosión sea más lenta, pero ni mucho menos solucionar el problema. En los últimos ocho años la pérdida de terreno ha sido cuantiosa y cada vez el avance es más fulminante. «Los cambios de temperatura del mar Chukchi están causando que la barrera de arrecifes sea aún más susceptible a las oleadas y no me estoy refiriendo a las tormentas. Tan solo el recorrido del propio oleaje provoca una erosión alarmante en las orillas del pueblo en un día tranquilo, soleado y hermoso», explica Janet Mitchell, coordinadora de relaciones para NANA (corporación nativa de Alaska).

Los habitantes de Kivalina llevan reivindicando ayuda y haciendo visible las consecuencias del cambio climático desde finales de los noventa, ahora es una urgencia vital para ellos. Ante el acecho de la inminente subida del nivel del mar, la propuesta de reubicar la ciudad en otro punto cercano que no altere su estilo de vida es primordial.

Actualmente, la única manera de entrar o salir de Kivalina es en avioneta. Los meses de verano también se puede utilizar el barco, pero ante una fuerte tormenta o inundaciones inesperadas, no hay una evacuación segura garantizada. De ahí la celebración de los vecinos por el comienzo de la construcción de la carretera que unirá el arrecife con tierra firme. Mitchell la reconoce como un aliento de esperanza. «Ahora la gente de Kivalina se siente aliviada al ver que la carretera de evacuación está casi completa. Habrá mucho alboroto una vez esté terminada».

La situación geográfica de la localidad Iñupiat también juega un factor importante en el alto coste que supondrá la recolocación de la ciudad, y este es uno de los principales inconvenientes para llevarla a cabo. No hay presupuestos oficiales, ni cifras concretas, pero se calcula que la reubicación rondará los 400 millones de dólares (unos 350 millones de euros). La señora Hawley confirma que aún no hay nada aprobado y alerta del alto coste que podría llegar a tener: «Es cierto que no hay una cifra exacta para la recolocación, pero tan solo el presupuesto para la carretera de evacuación es de 55 millones de dólares».

El coste de esos aproximadamente once kilómetros de trayecto será financiado por el Departamento de Transporte del Estado de Alaska y por el programa de Transporte Tribal Nativo de Kivalina, que contribuirá con un millón de dólares. Se prevé que la carretera de evacuación, que servirá como primer paso hacia la recolocación de la ciudad, esté terminada a finales de este año si el factor climatológico no lo entorpece. «Han sido especialmente duras las condiciones de trabajo, pero todo el mundo se ha esforzado (locales y contratistas) y han hecho bien su trabajo. Está progresando según lo previsto. Pudieron colocar la capa inferior y están trabajando en las capas superiores. Esperan comenzar y terminar la construcción del puente la próxima temporada», confirma Mitchell.

Otro de los peligros que ha provocado el calentamiento global es la subida del nivel del agua en la orilla de la laguna. Cada vez los ríos llevan más agua de deshielo y esto a su vez provoca que desemboquen con más fuerza en la laguna, aumentando velozmente la erosión en poco tiempo. Esto significa un grave peligro para varios hogares, el cementerio y una parte importante del aeropuerto. De nuevo tendrán que ingeniárselas para conseguir que el deterioro y el agua no avancen raudamente. Los Iñupiat esperan que lleguen ayudas para mantener la estructura vital que supone la pista de aterrizaje y despegue para el lugar.

Cambios constantes. Mientras los vecinos de Kivalina viven en la incertidumbre de cuánto tiempo sus casas serán un lugar habitable, sufren las consecuencias del cambio climático a diario.

En el Ártico la subida de temperaturas anual dobla la media mundial, por lo que su derretimiento no afecta solo a la subida del nivel del mar. «Hemos tenido que adaptarnos a temporadas de caza posteriores para la mayoría de nuestros alimentos de subsistencia y eso se debe a los cambios en la migración, por ejemplo, la caza de ballenas. No hemos capturado una ballena desde 1994 y eso se debe a que las condiciones del hielo son inestables. Ya no se forman con el grosor de antaño ni se solapan como antes. Tenemos que ser muy cuidadosos con la dirección del viento y las corrientes de hielo, sobre todo cuando estamos acampados en el hielo marino», explica Austin Swan Sr., alcalde de Kivalina.

Los inviernos cada año comienzan más tarde, son menos fríos y los veranos más largos y cálidos. Esto no solo afecta directamente a las formaciones de hielo, que les protege de la erosión, si no que además dificulta su estilo de vida. La cultura Iñupiat está basada en la caza y la pesca, que son su principal sustento. En Kivalina tan solo hay un pequeño comercio con artículos de primera necesidad y el máximo empleador de la ciudad es la escuela, con ocho puestos de trabajo. Para las familias esquimales comprender su entorno, los hábitos de las especies con las que conviven y preservar el ecosistema que les rodea es esencial para su supervivencia. Los jóvenes Iñupiat como Kyle Sage (27 años) comienzan a cazar y a pescar con cuatro años y en la adolescencia ya se les puede considerar expertos. «Observo muchos cambios, el cambio climático está aquí. Hace 15 años, en octubre ya estaríamos sobre el hielo marino buscando qué cazar y hoy en día ni siquiera hay hielo».

Janet Mitchell subraya cómo los cambios que viven cada estación son importantes en su subsistencia. «La pasada primavera tuvimos que viajar 50 millas (80 km) al noroeste para cazar ugruks (focas barbudas) y solo lo pudimos hacer cuando la meteorología era tranquila, porque viajamos en nuestras pequeñas barcas. Nuestra familia recolectaba entre diez y dieciséis focas, y ahora solo seis. Eso son solo seis galones de comida (aproximadamente unos 22 kg) para todo el invierno y toda nuestra familia (más de cien miembros). Eso no es suficiente, por lo que algunos de nosotros debemos renunciar a comer los alimentos porque debemos guardarlos para nuestros familiares mayores».

A pesar de las dificultades y de la constante necesidad de adaptación, ninguno de los jóvenes de la aldea valora abandonar su comunidad y es que, como pueblo nativo, el aprendizaje de sus costumbres desde niños consolida la preservación de su cultura. Alexis Halley va más allá. Tiene 25 años, es madre de dos hijos y asiste a la Universidad de Alaska en Fairbanks, donde estudia Tribal Management (Administración Tribal). «Este semestre estoy estudiando a distancia, pero el próximo, cuando mi hijo menor sea un poco mayor, me mudaré a Fairbanks para completar mis estudios». Cuando los finalice, espera ayudar a su comunidad.

Causa y efecto a la vez. La paradoja de Alaska es que es víctima y verdugo al mismo tiempo, ya que su principal motor económico es la industria petrolera. El estado conocido como “La última frontera” siempre ha sido valorado tanto por su situación estratégica como por la expoliación de sus bienes naturales. Primero los rusos, que durante décadas se dedicaron a la caza y venta de pieles de nutria marina; una vez que EEUU compró el territorio a mediados del siglo XIX, tampoco hubo ninguna inversión ni cambio sustancial hasta la llegada de la fiebre del oro, la cual multiplicó rápidamente la población atrayendo a miles de mineros. Desde mediados del siglo XX, el estado con mayor superficie del país ha sido campo de batalla entre los ambientalistas y la industria petrolera y de extracción de gas.

Hoy en día Alaska cuenta con uno de los mayores campos petrolíferos estadounidenses y es un territorio clave para su seguridad energética. La federación de gas y petróleo de Alaska estima que hay más de 50.000 millones de barriles de petróleo aún sin explotar y las presiones para permitir su extracción son altas. El negocio es claro, pero las consecuencias también.

La postura de Trump. Donald Trump, actual presidente de Estados Unidos, ha declarado públicamente en numerosas ocasiones que no cree en el cambio climático, considerándolo un invento de los científicos. Varias de las medidas que ha tomado desde que comenzó su mandato –desde salirse del tratado de París a restringir la preservación de espacios naturales protegidos– hacen pensar que aún estamos lejos de revertir la situación actual de calentamiento global. Una de sus últimas medidas en detrimento de salvaguardar el medio ambiente y reducir las emisiones de dióxido de carbono ha sido abrir el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico a las perforaciones de gas y petróleo. La Oficina de Administración de Tierras de Estados Unidos (BLM, por sus siglas en inglés) permitirá el alquiler de aproximadamente 1.600 km2 (1.6m de acres), afectando así a bosques nativos o al hábitat de especies como el oso polar. Los expertos auguran un daño irreparable para el medio ambiente.

Trump no deja lugar al optimismo. El mandatario zanjó con un tajante «no me lo creo» un informe de más de 1.600 páginas avalado por 300 científicos, de trece agencias federales distintas y hecho por ley desde La Casa Blanca. Bajo el titulo “Evaluación Nacional sobre el clima”, el estudio detalla con precisión los efectos que el cambio climático va tener sobre infraestructuras, economía, salud y las costas del país. Nada parece hacer cambiar de idea al presidente estadounidense.

Han adquirido carácter internacional las diversas movilizaciones para que los gobiernos de todo el mundo tomen medidas en contra del aumento de emisiones de gases de efecto invernadero y mantener el calentamiento global por debajo de los 1,5 grados centígrados. Para llegar al objetivo, sería necesario alcanzar las cero emisiones antes del año 2050, lo cual supondría parar por completo la extracción de combustibles fósiles. La principal movilización es el movimiento estudiantil Fridays for future que, además de globalizarse y realizarse cada semana en miles de ciudades de todo el mundo, ha generado que se convoquen huelgas a nivel mundial en favor del planeta. Su líder, Greta Thunberg, es ya un icono del movimiento contra la crisis climática. La joven de 16 años cruzó el Océano Atlántico en velero para asistir a la última Cumbre sobre la Acción Climática realizada en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York a finales del pasado mes de septiembre. Su discurso entre lágrimas y con aparente rabia ante los principales dirigentes de la ONU fue mucho más que unas palabras emotivas. «Me han robado mis sueños, mi infancia con sus palabras vacías y aún así tengo suerte. La gente está sufriendo, la gente se está muriendo. Ecosistemas completos están colapsando. Estamos en el comienzo de una extinción masiva y solo habláis de dinero y cuentos de hadas sobre el crecimiento económico eterno. ¿Cómo os atrevéis?... Durante más de treinta años la ciencia ha sido clara. ¿Cómo se atreven a mirar para otro lado? A venir aquí, a decir que están haciendo lo suficiente, cuando las políticas y soluciones aún no han llegado…». El discurso de la joven, una vez más, dio la vuelta al mundo.

Trump no solo no asistió a la asamblea global, tampoco mostró el más mínimo interés e incluso, encontrándose en el mismo edificio y por si este desdén fuera poco, volvió a utilizar su cuenta de Twitter para ironizar sobre el discurso de la joven activista.

La última COP realizada el pasado mes de diciembre en Madrid, llamada la cumbre de la ambición, dejó un descontento general entre las asociaciones ambientales y ecologistas, considerando que las medidas tomadas están muy lejos de lo que el planeta, la ciencia y la sociedad solicitan. La única conclusión clara es que todas las acciones por parte de los gobiernos se están dilatando y que no hay un plan concreto para transitar desde los combustibles fósiles hacia un modelo energético que sea totalmente renovable, eficiente y justo; todo sigue pendiente de actuación.

La agencia de expertos de la ONU, IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático), presente en cada cumbre por el clima, ha sido especialmente pesimista, dejando claro que sus previsiones habían sido demasiado conservadoras y que el aumento del nivel del mar por deshielo se ha acelerado y ya es imparable. El problema es que lo que sucede en el Ártico no afecta solo a los Estados Unidos, las consecuencias son globales. Este grupo de expertos, en su última evaluación con más de seis mil referencias científicas y la contribución de miles de expertos, afirma que «limitar el calentamiento global requeriría cambios rápidos, de gran alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad». Para Kivalina ya es demasiado tarde, la recolocación de la ciudad es la única solución.