Argazkiak: Aritz Loiola, Endika Portillo, Marisol Ramirez, Gorka Rubio, Juan Carlos Ruiz, Jon Urbe, Idoia Zabaleta I FOKU

Cuando la revolución llega a través del cuidado

Este reportaje tiene una doble vertiente. Por una parte, la fotográfica, que deja al descubierto el retrato de la mujer que continúa trabajando durante esta crisis sanitaria. La segunda, la reflexiva, que llega de la mano de tres expertas en feminismo: Maitena Monroy, Itziar Ziga y nuestra compañera Iraia Oiarzabal. Todas ponen manos y mente a disposición del resto. No son heroínas, son mujeres: trabajadoras y luchadoras. Y siempre lo han sido.

De izquierda a derecha, Raquel, auxiliar de enfermería; Nerea Foruria, vendedora de huevos en el mercado de Gerrikabeitia; una trabajadora municipal desinfectando las calles de Andoain.

 

El año en que descubrimos que el desarrollo es cuidar, cuidarnos

Texto: Maitena Monroy

 

La situación generada con la pandemia, que viene precedida de muchas otras crisis, nos ha obligado a parar gran parte del trabajo productivo y a darnos cuenta de la importancia del cuidado, del llamado trabajo reproductivo. Muchas mujeres no hemos parado ni en nuestro ámbito laboral, ni en los cuidados en las casas.

Es hora ya de pensar en términos de lo imprescindible para vivir. ¿Cuáles son las necesidades básicas? ¿Quiénes son aquellas personas sin las cuales hoy no podríamos vivir? Y unido a ello, el propio concepto de desarrollo. Este es el momento, no de esperar para volver a la “normalidad” anterior al confinamiento, sino el de trabajar para construir otro modelo de vida compatible con la vida. Para ello es necesario promover la narrativa del cuidado frente a la guerra, de lo humano frente a la heroicidad. Como humanos tenemos necesidad de recursos materiales, emocionales, de salud, de cuidados; como heroínas, de nada, son sobrehumanas.

Este virus tiene mucho que ver con los modos inhumanos de producción neoliberal, con la emergencia climática que ya nos desbordaba, con la feminización de la pobreza, con la deslocalización, con millones de personas desplazadas o hacinadas en campamentos de refugiadas, con la mercantilización de los cuerpos. En esas circunstancias, apareció el Covid-19 para recordarnos una evidencia, la fragilidad de lo humano. Hasta ahora, esa fragilidad había sido asumida por las mujeres como guardianas naturales de la vida desde un supuesto “instinto maternal”. Seamos madres o no, asumimos los cuidados como mandato de género. A las mujeres se nos ha exigido, como cuidadoras naturales, abnegación, sacrificio y amor. Esa dosis extra de amor es impagable. ¿Cómo ponerle precio al amor?

Así que en ese modelo en el que repensarnos, el verdadero desarrollo es conseguir unas condiciones de vida dignas para todas-os, con el sentido de interdependencia con los ecosistemas con los que cohabitamos. ¿Quién es el capital? Habrá que poner cara a quien solo piensa en el desarrollo económico a costa de la explotación de otras vidas. El modelo actual de las residencias es un buen ejemplo de ello, con grandes empresas beneficiándose de las necesidades de cuidados y de la explotación de las trabajadoras.

Cuando hablamos de la feminización de la pobreza o de precarización del empleo, las mujeres hablamos de trabajos infravalorados, porque en la mayoría de los casos, lo realizan mujeres y porque tienen que ver con cuidar otros cuerpos y las condiciones materiales-emocionales para que puedan vivir. En esos trabajos que se requiere de humanidad, de acompañar vidas y cuerpos con una alta dosis de emociones en juego, nos dedicamos a cuidar lo humano y eso es lo que hay que poner en valor.

¿Cuánto gana un jugador de fútbol y cuánto una auxiliar domiciliaria o una empleada de un supermercado? La cuestión no es ver quién es imprescindible sino que lo que no puede existir es una brecha salarial tan desproporcionada entre uno y otra. Esa brecha salarial, como con el gran ejecutivo, es la que hace que algunas personas no puedan subsistir ni siquiera trabajando.

Como el feminismo ha exigido, una parte de lo que hay que hacer es identificar las necesidades de cuidados comunitarios, cubrir necesidades vitales reconociéndoles el valor que tienen. El ejemplo de las colectividades solidarias de los barrios, los grupos de consumo responsable, los bancos del tiempo, y así un largo etc., son un buen ejemplo de acompañamiento mutuo. Pero necesitamos salir del confinamiento asegurando que ese trabajo colectivo esté garantizado también por las instituciones. Que el empleo y el trabajo de cuidados se reparta, en lo individual y en lo colectivo.

Quizás la mayor radicalidad sea saberse vulnerable, saber que solo podremos sobrevivir desde la más absoluta solidaridad. Solidaridad que implica al conjunto y sitúa en la agenda política las necesidades esenciales desde la cultura de la suficiencia.

 

Zuriñe, farmacéutica; Ane, repartidora de Glovo; e Ima, redera de Getaria.

María Juncay, mujer migrada y feminista, integrante de la Asociación de Trabajadoras del Hogar.

 

Cuidando y revolucionando

Texto: Itziar Ziga

 

Cuando hicimos las cuentas desde la crítica económica feminista, no nos salieron ni las del capitalismo ni las del marxismo. ¿Dónde está el precioso trabajo que sostiene la vida, realizado sin reconocimiento ni paga mayoritariamente por las identificadas como mujeres? La plusvalía del patriarcado. Mientras las mujeres somos el 50% de la población mundial, realizamos las 3/4 partes del trabajo mundial, pero poseemos el 10% del dinero y el 1% de la propiedad, lo dice la ONU. ¿A que dan ganas de salir a la calle con un lanzallamas, incluso en pleno confinamiento?
Solo es posible superar la necesidad delegándola. Limpiar, cuidar y follar, tres actividades imprescindibles para la vida humana pero despreciadas patriarcalmente, también como trabajos. Precarizadas, feminizadas, sexualizadas, globalizadas, racializadas. Carla Corso, activista prostituta italiana, me lo decía una iluminada mañana en Barcelona, hace casi veinte años: «no se nos perdona que cobremos por lo que las mujeres deben hacer gratis».
Hay dos sectores laborales que no caben en el Estatuto General de los Trabajadores: las chachas (abajo) y las putas (afuera). Las empleadas del hogar ajeno tienen en la legislación española un régimen especial e inferior desde 1985, que debía ir equiparándose al del resto de gremios pero avanza a ritmo de tortuga. Hablamos de la indeterminación en sus tiempos de trabajo: jornada laboral, vacaciones, derecho a paro… también hablamos de sueldos de mierda y de todo tipo de acoso. Sé de lo que hablo: mi amatxo me pagó la carrera limpiando casas y cuidando gente, durante más de diez años no durmió en su cama. Con las trabajadoras del sexo, el Estado nunca ha querido saber qué hacer, más allá de atosigarlas policialmente y de permitir que se las explote y agreda. Mientras tanto, no se ataja la trata.
¿Dónde y, sobre todo, cómo están en estas excepcionales circunstancias confinatorias las internas que trabajaban en condiciones de semi-esclavitud, si es que en la esclavitud cabe el semi, en casas de familias de bien y en grandes burdeles? Supimos al principio de la pandemia que las mujeres que se prostituían en la muga de La Jonquera fueron expulsadas. Hablo con mi amiga Verónika Arauzo, puta autónoma y activista. Resiste estas semanas en un antiguo cuartel okupado. Durmió durante toda su adolescencia en cajeros automáticos, lo suyo sí que es resistir. Tenía prevista una gira con LAB a finales de marzo. ¡Tengo tantas ganas de que se celebre como los sanfermines del 2021!
El Ministerio de Igualdad anuncia que tanto las víctimas de trata como las prostitutas más vulnerables, podrán cobrar el ingreso mínimo vital que prepara el Gobierno de Madrid, aunque sean migrantes irregulares. Imposible saber a cuántas de ellas no les llegará tal ayuda. Las Kellys, las que limpian las habitaciones de los hoteles, organizadas en un sindicato prodigioso, denuncian que para muchas de ellas ni siquiera está habiendo ERTEs coronavíricos: ya estaban subcontratadas y ultraprecarizadas de antes.
Me habló de ella un amigo celador llamado Raúl, al que aprovecho para besar desde aquí. Nuestra heroína, una limpiadora del Hospital de Navarra, andaba hasta el chichi de que ningún compañero (ni compañera) de los escalafones injustamente superiores de su centro de trabajo, le respondiera al saludo cuando coincidían en el ascensor. Así que, un buen día, propulsó una ventosidad desde su divino cuerpo cuando se cerraron las puertas y, ante un buen puñado de clasistas camaradas, exclamó: «qué a gusto se queda una al echarse un pedo estando sola». Seguro que en estas últimas semanas de pavor hospitalario, habrán hecho más piña. Pero que dure.

De izquierda a derecha y de arriba a abajo, Nela, cocinera de una pizzería; Nekane, conductora de Euskotren; Laura, farmacéutica; Luisa González, auxiliar de la Unidad Coronaria del Hospital de Nafarroa; Iraide, vendedora de bacalao; una trabajadora de DBus especializada en desinfección; Arantxa, vendedora de periódicos; y Kakun, conductora de autobuses. 

Itziar, Leire, Ana y Karol, técnicos de emergencia sanitaria.

 

Bizitza eta duintasuna zaintzeko garaia

Testua: Iraia Oiarzabal

 

Eskularruak eta maskarak. Esku urratuak eta arnasbideak babesteko plastiko eta oihal zatiak. Ohikoak egin zaizkigu aspaldion gure paisaian, lan tresna ezinbestekoak. Baina ez ditugu beti begi berdinekin begiratu. Gure bizitzak eremu ezberdinetan zaintzen dituzten horien uniforme ziren lehen, orain diren bezalaxe. Soinean daramatza erizainak eta haren laguntzaileak, zeladoreak, ezkaratzean ari den garbitzaileak, supermerkatuan apalak betetzen dituen langileak, aitonaren zaintzaileak. Askotan gutxietsi diren lan horiei aitortza egiten zaie orain. Eta borroka luzea dago horren atzetik. Milaka emakumek askatasunaren eta duintasunaren alde urratu duten bidea.
Bai, emakume aurpegia datorkigu burura aurreko lerroetan aipaturiko zaintza lanak irudikatzen ditugunean. Ez da kasualitatea. Gure amonak, amak eta ahizpak dira mendez mende bizitzak zaindu dituztenak. Neskame joan zirenak, familiaz arduratu direnak, haurrak eta aitona-amonak atenditu dituztenak, gure osasuna zaintzeko ikasi eta jardun dutenak. Lan erreproduktiboa emakumeon gain erori da, ez da tradizio kontua ideologia oso baten eraginagatik baizik. Lan produktiboan, aldiz, bigarren mailako izan gara askotan, gure eskubideak ez direlako gizonezkoen parekoak izan. Gaizki ordaindutako eta debaluatutako lanak direlako sarriegi, bazterrekoak, estigmaz jositakoak zenbaitetan. Zaintzari ez zitzaiolako inolako aitortzarik egiten, ez orain arte bederen.
Sustrai sakonak ditu patriarkatuak, gure etxeko sukaldeetaraino sartu da, gure lantoki eta eskoletaraino. Kaleetan ere badago, gure harremanetan. Emakumea menpekotzat hartzen duen egitura oso batean. Baina zerbait aldatzen ari da. Egitura anker hori deseraiki eta behetik gora aldatu nahi duen marea bizi bat mugitu da. Azken urteotako Martxoaren 8ko argazkiek erakusten digute indar hori. Zaintza lanen aitortza, bizitza prekarioen aurrean duintasunaren aldarrikapena, aurpegi anitzeko biolentziaren salaketa. Hori eta askoz gehiago ikusi dugu kaleetan lema partekatu duten milaka pertsonaren eskutik. Errespetua, askatasuna, berdintasuna. Mila bider entzundako hitzak, baina ez lema hutsak, gure kontzientzietan arrakalak sortu dituztenak baizik, gero berriz zuloak josteko.
Koronabirusaren krisiak itzalean zeuden gauza asko ekarri ditu argitara. Gure osasuna eta gure bizitzak kolokan jarri dituen eritasuna iristearekin batera agertu dira ezinbesteko bezala orain arte ikusi ere egiten ez genituen lanak. Garraio publikoa desinfektatzen duten garbitzaileez ari naiz, erietxeetan gaixoak mimoz artatzen dituzten profesionalez, bakarrik dauden adinekoak zaintzen dituzten horietaz ere bai. Bizitzaren defentsan ari dira, duin. Baina ez dute beti duintasuna jaso ordainetan. Gogora datozkit baldintza hobeen eske adinekoen egoitzetan borrokan aritu diren langileak, egunean 24 orduz eta astean sei egunez zaintzaile lanetan ari direnak, garbitzaileak... Miseriazko diru sarrera bat bermatzeko ahaleginean kontratu ofizialik gabe lanean aritu direnak, trukean pentsiorik jasoko ez dutenak, gizarte segurantzarentzako existitzen ez diren emakume langile horiek guztiak.
Ikusezin eta mutu izateari utzi diote. Eta gizarteak itsu, mutu eta gor egoteari utzi dio. Elkar zaintzearen garrantzia biluzik agertu zaigu parez pare. Baita zaintzen gaituztenak zaintzekoa ere. Zaurgarri deskubritu gara. Koronabirusaren krisia pasako da, emergentzia baretuko da, itzaliko da, baina elkar zaintzen jarraitu beharko dugu. Elkar zaintzea da errespetua eta begirunea izatea, ondokoa ez gutxiestea, guztion eskubideak maila berean kokatzea, zapalkuntzari zirrikiturik ez uztea.
Eskularruak eta maskarak gure paisaiatik desagertuko dira, akaso. Eskuak leun eta aurpegian estalkirik gabe agertuko ditugu berriz ere, hori desio dugu. Gure bizitzak duintasunez zaintzeko lanean segituko dute askok, eskuak urratuz, aurpegian irribarre konplize bat marraztuz. Borrokatuz.
Hacerte feminista te libra tanto de la ingenuidad como del fatalismo: claro que el capitalismo no va replegarse, avergonzado ante su atroz y depredadora imagen en el espejo de la pandemia. PIB versus vida, como siempre, pero más alto y más claro. Somos frágiles, por eso respiramos. Nadie se sostiene solo. Nuestro cuerpo está vinculado con todos los cuerpos, humanos y animales, con el aire, con el agua, con la tierra. Volveremos a las calles y seguiremos a lo nuestro: cuidando y revolucionando.

Empezando por la izquierda, Alaitz, fisioterapeuta que también realiza voluntariamente labores de enfermería; Montse, integradora social; Leticia, auxiliar de enfermería.

 

Ainhoa Iturbe, agricultora; Ane, celadora; y Nekane, en su quiosco de Intxaurrondo.