Miren Sáenz, fotografía: Conny Beyreuther
Entrevista
ELena odriozola

«Si no tengo nada que contar, prefiero no hacerlo» - Elena Odriozola

Elena Odriozola (Donostia, 1967) nos abre las puertas de su casa en estos días en los que la pandemia del coronavirus obliga a guardar distancias. Vive en un pequeño apartamento frente al río Urumea que le sirve de vivienda y estudio, con una espléndida vista al Teatro Victoria Eugenia. Presidido por una estantería repleta de libros, la imprescindible mesa de dibujo tiene un sitio privilegiado y un sofá en el que, terminada la sesión fotográfica, nos sentamos de esquina a esquina dadas las circunstancias. En este lugar, la ilustradora ha ideado la mayor parte de sus creaciones. Recuerda que hace 17 años ya se asomó a las páginas de 7K. Desde entonces, ha seguido progresando y buscando nuevos caminos.

Y los ha encontrado. Con esas manos delgadas y eficaces ha ilustrado revistas de calidad, superado el centenar de libros, realizado carteles, diseñado logotipos y cumplido sueños. Lo mismo imprime su sello en las etiquetas de unas botellas de vino que en el último cartel de la Feria del Libro de Valencia. Y en todos, sus trazos parecen tener la vida que les da ella.

Recientemente ha emprendido otra aventura al embarcarse en una pequeña editorial destinada al público infantil que atiende al nombre de Ediciones Modernas el Embudo. En su página web dicen esto de su socia y dibujante: «A Elena Odriozola no le agrada que cuando alguien la presenta diga, por ejemplo, que es Premio Nacional de Ilustración, Premio Euskadi de Ilustración o Manzana de Oro de la Bienal de Ilustración de Bratislava. No le gusta que la califiquen como una ilustradora ‘sutil’ y, mucho menos, que se sostenga que sus imágenes son ‘poéticas’. Tampoco termina de aceptar que sus personajes se parecen a ella. Cada cosa que hace, la hace así por algún motivo. Por ejemplo, los cuellos que dibuja son gruesos porque ‘así sujetan mejor la cabeza’».

Queda claro que es una dibujante reconocida, premiada y que no le gusta alardear de ello.

Eso es cosa del editor (Gustavo Puerta Leisse) y eso que le pedí que no lo pusiera. Me da un poco de pudor.

Seguramente, tampoco se considera la ilustradora vasca más internacional.

Eso no lo sé. Seguro que hay muchos ilustradores por aquí que tienen libros en otros idiomas.

¿Lleva la cuenta de cuántos libros ha ilustrado y en cuántas exposiciones ha participado?

Tengo 111 libros, los acabo de contar porque me habían pedido ese dato, también muchos trabajos de diseño, pero exposiciones no tantas.

Lo que es evidente es que está entre las ilustradoras más premiadas.

Los premios son un poco lotería. Dependen del jurado y de otros factores. Yo siempre pienso que no me lo van a dar. Es verdad que estás ahí, entre los que optan a ganarlos pero, más que por la suerte, creo que las cosas pasan o no pasan porque quizás tenía que ser así. Cuando te dan un premio te pones súper contenta, te hace ilusión, pero al día siguiente piensas: “Ya está, ya ha pasado”.

Recordemos los más importantes: En 2015 se llevó el Premio Nacional español de Ilustración –años después de obtener el Segundo Premio Nacional (2006)– y La Manzana de Oro de la Bienal de Bratislava por «Frankenstein». Logró el Premio Euskadi a la Mejor Ilustración por «Aplastamiento de las gotas» en 2009 y por «Tropecista», en 2013. En 2010 le concedieron el CJ Picture Book Award For New Publications por «Oda a una estrella» y en 2018 y 2020 fue seleccionada como candidata del Estado español a los prestigiosos Hans Christian Andersen –de periodicidad bianual y en los que este año ha quedado finalista.

Yo no esperaba ganar y, además, pienso que al Andersen no me van a proponer más. Generalmente la nominación no se repite, van cambiando a la gente y, seguramente, en 2022 presentarán a otra persona. Me hace mucha gracia cuando dicen: “Es como el Nobel”. Sí pero sin dotación económica (ríe). Eso sí, tienen mucho prestigio, también la Bienal de Bratislava. Cuando lo recogí, como soy una torpe y las escaleras están un poco así, pensé que me iba a tropezar. Total que la manzana se me fue rodando y tiene un bollo... (que enseña mientras ríe divertida y abre el trofeo dorado por la mitad, donde esconde un castillo).

Estuvo a punto de no ir a recogerlo, sus amigos tuvieron que convencerla.

Pues sí. Soy muy sociable en las distancias cortas, pero en el grupo desaparezco. Cuando no conozco a nadie soy muy cerrada, y a mí estas cosas de los premios… Me han invitado a sitios y no he ido. Antes siempre decía que no a dar charlas, pero pensé que tenía que superar mi timidez y terminé aceptando.

En su casa la pintura era importante, su padre y su abuelo pintaban y usted lleva toda la vida dibujando.

Mi padre y mi abuelo materno pintaban, pero la pintura no era su oficio; mi madre también era muy mañosa. Mi padre pintaba realista y dibujaba muy bien; también le encantaba la fotografía y hacía unas fotos maravillosas. Entonces, en el primer piso de la casa donde vivíamos en el Antiguo, había un pintor que se llamaba José Zugasti. Me apuntaron a clases de dibujo, no sé exactamente cuándo, quizás con 13 años, y estuve años yendo allí a pintar a carboncillo, óleos… Mi abuelo, que murió el año que yo nací, hacía cuadritos, plumilla, paisajes y hasta alguna escenografía. Conocía a Zuloaga, Regollos, los pintores de esa generación, aunque era más joven que ellos. Zuloaga le llegó a decir que se fuera a París, pero él no quiso. Era muy de la tierra. Yo, como mi abuelo, me quedo aquí.

¿Su mundo es este?

Una vez en una charla sobre libros me hicieron unas preguntas. Entonces, yo que nunca analizo, me puse a analizar y salieron cosas curiosas, tales como que mis personajes tienen que ver con mi forma de ser; por ejemplo, les cuesta salir de su espacio, algo que me ocurre a mí. He nacido aquí y me muevo muy poco de mi sitio. Como mucho me voy quince días o una semana de vacaciones. Me voy a Baztan, porque mi abuela era de allí, está a 50 minutos en coche y es mi casa. Cuando tengo que moverme lejos, si voy sola, la víspera me pongo triste. No tengo espíritu viajero, pero cuando he dicho sí, normalmente, no me he arrepentido.

Y necesita su habitual espacio para trabajar.

No soy de dibujar en cualquier sitio, si estoy de vacaciones nunca llevo un cuaderno, ni un lápiz. Es algo que hacen muchos ilustradores, pero cada uno es distinto. Aunque dibujar sea lo que más me gusta, yo no. Necesito un proyecto, pensar cómo hacerlo y eso es lo divertido.

¿Ilustrar es interpretar, expresar?

Cuando leo un texto, pienso qué puedo contar de él, qué significa para mí. No tiene sentido hacer lo mismo que han hecho otros, tienes que darle tu punto de vista y, cuanto más complicado es, más me gusta. Me pasó con “Frankenstein”, del que hay un montón de imágenes. Ahí estaba el reto, que te dé qué pensar. Es lo que más me gusta de mi trabajo, buscar, decidir la técnica según lo que tengas que contar.

Tengo libros de distintos sitios y en varios idiomas. Pueden tener unos dibujos preciosos, pero para mí lo más importante es que me cuenten una historia. Para mí eso es ilustrar un texto, sea para niños o para adultos, disfruto igual de los dos. Hay ilustraciones que, por muy estéticas que sean, no me dicen nada. Eso no me basta.

¿Se agobia ante la página en blanco?

Sí y no. A veces me agobio, pero poco, porque es una angustia conocida y tengo la confianza de que en algún momento va a salir. Hay libros que te cuestan una barbaridad, pero los dejas reposando y sale; luego dices “si no tiene nada que ver con lo que había pensado” y te dejas llevar para descubrir qué era eso. Otros salen enseguida, depende de cada trabajo. Hay libros que te llevan a la infancia, que te han gustado mucho, pero no sería capaz de dibujarlos.

¿Lo suyo es oficio o arte?

Me gusta la palabra oficio, el arte son palabras mayores. Hay quien se autodefine como artista y no lo puedo entender, porque le viene grande. Puedes ser muy bueno en tu trabajo, pero eso no significa que seas un artista en mayúsculas. El arte engloba una serie de disciplinas. Igual estoy equivocada, pero creo que tienen que pasar muchos años y hay muchas modas; por eso hace falta poner distancias y ver cómo sobrevives al paso del tiempo.

Cuando algo no te sale puedes tiras de oficio, hacer cualquier cosa, pero eso no me interesa. Si trabajara de oficio no me avergonzaría pero casi, es un poco como engañar. Hay que intentar siempre hacerlo lo mejor que puedas y, si no tengo nada que contar, prefiero no hacerlo. Mi intención es que los trabajos que hice hace años me sigan gustando; y eso que la mayoría de esos libros ya no me gustan, aunque hay alguno que se salva. A veces te piden que hagas algo que ya has hecho, pero no va conmigo. No me gusta repetirme. Yo no soy artista, soy dibujante e ilustradora. Hay ilustradores como Quentin Blake que parece que siempre hacen lo mismo, pero no lo hacen.

¿Tiene una rutina?

Tengo pocas rutinas. Depende de cada trabajo, no es lo mismo hacer un libro que un cartel. Pero me inspiran las vivencias, mi forma de ser, cómo veo las cosas.

 

Ha utilizado acuarela, tintas, acrílicos, rotuladores, lápices de colores... ¿El material es importante o secundario?

El material es importante. Rotuladores y lápices de colores he utilizado muy poco, solo en cosas concretas, porque se prestaba. Hace años que no utilizo las acuarelas, ni siquiera sé dónde está la caja. De repente, empecé a usar tintas, son cosas graduales que ocurren sin darme cuenta. Uso acrílicos hace bastante tiempo y me encantan. Otros dibujos los hago con lápiz, es que hay libros que no se pueden hacer a color.

No cabe duda de que tiene un estilo propio. ¿Es importante evolucionar?

Como en cualquier trabajo, si no, es muy monótono. Si llegas a un punto en el que no puedes seguir, es mejor dejarlo y dedicarte a otra cosa. Si me ocurre, que me puede pasar, no me gustaría arrepentirme de cosas que he hecho.

¿Y sí lo dejara, a qué se dedicaría?

Ni idea. No me lo he planteado. Soy realista, sé que hay muchas cosas que no podría hacer. Cuando pienso en algo tiene que ver con lo que yo hago, con la estética, el diseño...

¿Se puede vivir de estos oficios?

Un libro tiene un montón de intermediarios y, de toda la cadena, los que menos porcentaje se llevan son el escritor y el ilustrador. Hace falta una editorial, la librería, que tiene que pagar un alquiler, para venderlo... Hay libros a los que les he dedicado dos meses, y con un adelanto no cubro ni el mes. Para cuando cobras los derechos de autor, que son birriosos, igual ha pasado un año o dos. Se cobra al final, y primero hay que financiarlo. Además, el mercado funciona como funciona y prioriza las novedades. Para mí, lo importante es sacar menos cantidad y libros más pensados. Nuestra intención en la editorial es que sean libros de fondo, cuando se agoten volver a publicarlos y no descatalogarlos. Para hacer libros de usar y tirar y poder vivir de ello tienes que hacer uno al mes. Es impensable. Hay trabajos que salen rápidamente y están muy bien y a otros que les dedicas mucho más tiempo. Cuando los premios son económicos te ayudan, si no, no te da. Por eso, si estoy trabajando en un libro y me encargan un cartel, algo que me encanta hacer, me alegro.

¿Siempre fue así?

Hace veinte años ingresaba más de lo que cobro ahora. Hacía muchos libros y eso que nunca he hecho un libro por hacer. Lo que pasa es que me compensa personalmente. Cuando cerraron la agencia de publicidad en la que trabajaba supe que quería dedicarme a esto. Mi madre puso el grito en el cielo: “¿Cómo que no vas a buscar trabajo?”, me decía. Siempre he tenido esa confianza en que ya pasará algo, pero hace unos años la perdí. Empecé a dedicarle mucho tiempo a algunos trabajos y a uno, especialmente, en el que invertí un año, y ni siquiera se ha publicado. Este trabajo es muy difícil de valorar. Puedes hacer algo grande en un día o una semana, ¿y por eso, vale menos?

¿Tiene que esperar a que suene el teléfono o le llueven los encargos?

Depende. Te dan un premio importante y alguien piensa «esta se ha subido a la parra» y, de repente, no te llama nadie. La gente se hace ideas sin conocerte.

¿Es importante que el autor o la autora tengan el control absoluto de la obra?

Sí y no, porque a veces estás tan metida que necesitas distancia o una persona que sepa aconsejarte. Me pasó con “Frankenstein”. Es fantástico que no te digan nada, pero a veces hace falta y hay que saber escuchar. Un buen editor es alguien que mejora tu trabajo y yo tengo a alguien así.

Cuando se trabaja en publicaciones para niños, ¿existe cierta censura o autocensura?

Para tratar algo con normalidad hay que poner las cosas. Es realista poner a una abuela en bragotas, a una adolescente que ha bebido –aparecen en “Sentimientos encontrados”, que publicó Denon Artea en euskara y posteriormente El Embudo, en castellano–. Nada tiene que ser gratuito, pero hay que tratar las cosas porque, si hacemos como que no existen, parecemos tontos y se consigue el efecto contrario. También pienso: “si hago esto me van a decir que no, pues que me digan que no”. La corrección política la llevo bastante mal. Además, ocurre que influye la interpretación de cada uno: yo no he hecho esto, tú ves eso.

¿Cómo ve el panorama vasco, hay cantera?

Hay muchos ilustradores y muchos que no conozco. No estoy muy puesta. Ahora es más fácil ver lo que hace uno de Nueva Zelanda que uno de aquí, pero no suelo buscar. Llevo 25 años en esto y antes éramos muchos menos. Cuando yo empecé, no existía Internet. Ahora hay escuelas, congresos, festivales, encuentros de ilustradores; entonces, no. Vas a un congreso y piensas: ¿hay trabajo para tan gente?. A mi me ha pasado que me digan: «Ilustradora, que bonito y ¿eso que es?».

Yo siempre he funcionado de boca a oreja. Hice un libro con Elkar, lo vieron en la editorial Anaya y me llamaron. Pero también es verdad que con Internet te ve alguien desde cualquier lugar.

Tanto, que a usted le llamaron de Inglaterra. ¿Qué tal fue la experiencia?

Tienen otra forma de ilustrar muy encaminada, muy dirigida y yo con eso no puedo. Lo tuve que dejar. Eso sí, las condiciones económicas no tienen nada que ver, el mercado anglosajón es más grande y tiene más tradición.

¿Internet ha beneficiado al universo del diseño?

En muchas cosas. Hasta hace poco yo mandaba los originales y todo era más rudimentario. En mi caso dibujo a mano pero hay quien lo hace por ordenador. Lo puedes mandar a cualquier sitio, es más barato. Ha mejorado todo, pero al mismo tiempo te puedes perder entre tanta oferta.

¿Papel o digital?

Yo siempre voy a ser del papel, disfruto tanto dibujando, aunque hay gente que en digital hace maravillas. Pero la digital es otra técnica.

El sector editorial atraviesa un momento complicado y usted se embarca en Ediciones Modernas el Embudo, un proyecto de libros para niños.

Nunca habría pensado que iba a estar en una editorial. Soy de que me propongan un trabajo y me guste, pero no de iniciar. Me llamó Gustavo (Puerta Leisse) y dije que sí. No sé si soy una inconsciente porque tengo que seguir haciendo otras cosas, ¡pero son libros que dan tantas ganas! ¡Es una gozada! Algunos son para leer entre varios, hay textos muy trabajados, que hacen pensar. Son imparciales y tienen distintas formas de leerlos y distintas interpretaciones.

Optaron por suspender la campaña de presentación de algunos de sus títulos en puertas del confinamiento por el coronavirus.

Cancelamos las presentaciones de la versión en castellano de “Ya sé vestirme sola”, “Sentimientos encontrados” y “Yo tengo un moco” –también editados en euskara y catalán– que el 11, 12 y 13 de marzo se habían organizado en Donostia, Gasteiz y Getxo. En Madrid ya los habíamos presentado, pero teníamos otra presentación pendiente.

Nosotros somos muy pequeños. De momento, tenemos cuatro libros y cuatro colecciones. No sé qué va pasar con todo esto. Si antes no se vendía mucho, imagínate ahora. La gente que se va al paro tiene otras prioridades. El mundo de la cultura está mal; pero no solo ellos. Las librerías han abierto, pero los bares, ¿en qué condiciones? Es terrible para los autónomos.

¿Qué proyectos tiene entre manos?

Ahora me voy a meter con la colección “Qué ya sé”, destinada a niños pequeños para proseguir con otras acciones. También un… me parece que son de esos que todavía no se pueden contar.