Arnaitz Gorriti

2020: el año que remamos obstinadamente

Como decía Gabriel Celaya, «educar es lo mismo que poner el motor a una barca... Hay que pensar, medir, equilibrar... y poner todo en marcha. Pero para eso, uno tiene que llevar en el alma un poco de marino... un poco de pirata... un poco de poeta... y kilo y medio de paciencia concentrada». Así ha sido la temporada 2020 del remo, por encima del covid-19.

«¿Habéis visto la ballena blanca?», preguntaba de forma invariable el capitán Ahab cada vez que el Pequod se cruzaba con algún otro barco ballenero, en aquellos célebres gam que narraba Herman Melville en su inolvidable Moby Dick, donde los barcos intercambiaban alquitrán, o ron, o víveres... a cambio de información sobre la pesca y material sobrante del barco vecino. «¿Habéis visto la ballena blanca?». No había tormentas, ni temporales, ni océanos casi inabarcables, ni siquiera las sensatas palabras de Starbuck, segundo de a bordo del Pequod y único ser sobre la faz de la tierra que osaba chistar a Ahab, quien pudiera hacer recular al viejo capitán en su camino hasta encarar su trágico destino con el Leviatán. Llamémoslo «monomanía», como solía repetir Ismael, el privilegiado superviviente de aquel ballenero, llamémoslo obstinación o como queramos, pero si el destino de Ahab y de aquel barco era la ballena blanca, el del remo es La Concha.

La Bandera de La Concha en tiempos de coronavirus. No parece un buen título para un culebrón, ni para una obra con aire trágico, pero es ante lo que nos encontramos, en la extraña singladura de un año 2020 que empezó con la habitual mirada por encima del hombro sobre las conductas alimenticias chinas a cuenta de aquella extraña neumonía proveniente de una ciudad llamada Wuhan en la que la carne del murciélago o la del pangolín parecían ser las culpables –y, por ende, los chinos, por comercializar y comerse a tales seres en mercados a rebosar de gente– de esparcir semejante mal, un coronavirus, primo hermano del SARS que azotó Asia en los primeros años del tercer milenio. Pronto, muy pronto nos enteramos por estos pagos que mirar por encima del hombro de poco nos iba a servir, porque el covid-19 iba a llegar con arrasadoras consecuencias. Y nosotros, compuestos y sin vacuna, ni respuesta.

Pero la vida sigue, y como bien se vio en los meses de confinamiento, donde absolutamente todo estuvo parado o al ralentí, parar nuestro tren de vida quizá fuera darle un respiro a nuestro planeta, pero luego a ver quién iba a ser el guapo capaz de poner en marcha de nuevo ese tren. «¿Y ahora qué hacemos?» se ha convertido en una de las preguntas más recurrentes de cada individuo en estos convulsos tiempos, y el mundo del deporte de élite no le ha sido ajeno a esa pregunta.

En marzo se desalojaron los campos de fútbol, las canchas de baloncesto, se cerró en seco la opción de que el mundial de atletismo –en Nankín, a 540 kilómetros de Wuhan– se pusiera en marcha. El deporte femenino quedó cercenado de forma radical; es decir, desde la raíz, por no hablar del deporte en etapas de formación. Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 quedaron aplazados hasta 2021; las ligas ACB, Euroliga, WNBA y NBA de baloncesto, en suspenso.

Los frontones, las pistas de atletismo, las carreras ciclistas, los circuitos... todo quedó en el aire durante el confinamiento absoluto que se puso a vivir en primavera. Solo nos quedaron las televisiones desempolvando las viejas glorias de sus archivos, mientras que en vivo no quedaba otra que solazarse con algunos maratones ideados en los balcones y después subidas a Instagram. Y hasta algún Iron Man improvisado; demostrativo que el deporte como entretenimiento, así para el practicante como para el espectador, es secundario pero también esencial.

¿Y el remo? Al remo le ha tocado vivir una primavera en seco, imposible irse al agua, y con muchas dudas sobre si la competición iba a poder celebrarse. Pero quedaba el recuerdo de los descensos de pretemporada, bateles, trainerillas; quedaba la monomanía; la llamada del Leviatán en forma de Ligas y, en un horizonte tan lejano como el encuentro del Pequod con Moby Dick, La Concha.

«Ergómetros, áreas de fuerza, gimnasios improvisados... Los remeros y remeras de la Eusko Label Liga y la Euskotren Liga hacen frente al covid-19 refugiándose en sus respectivas casas y siguen entrenando día a día para seguir su puesta a punto de cara a la próxima temporada. Quedan días de entrenamientos duros en casa, pero esto será tan solo un alto en el camino para coger con más fuerza y ganas su regreso al agua», se afirmaba en la web de la Liga Eusko Label, con más voluntad que certezas.

Llegó el mes de abril, el más cruel de todos, según T.S. Eliot, porque «engendra / lilas de la tierra muerta, mezcla / recuerdos y anhelos, despierta / inertes raíces con lluvias primaverales». Todavía en lo más crudo del confinamiento, las ligas de remo se reunían varias veces para instaurar un protocolo para tirar adelante, en caso de que hubiera opción.

«Los clubes aúnan fuerzas y aprueban en Asamblea telemática el diseño del calendario 2020», se explicaba el 4 de abril. «Los socios de la Asociación han debatido sobre los pasos a seguir por la ACT, a la espera de que se solucione la coyuntura actual causada por el virus covid-19. La Asociación ha mostrado su plena intención de que las traineras vuelvan a navegar este verano, una vez que se den las condiciones sanitarias apropiadas para la práctica del deporte», rezaba aquel comunicado. O lo que es lo mismo: por pedir que no quede.

Y, de hecho, establecía su plan para regresar al agua de alguna manera. «Los socios han aprobado un calendario de 19 jornadas, con fecha de inicio el 28 de junio... Habrá un plazo de dos semanas mínimas de actividad normal de los clubes previa a la disputa de la primera jornada del campeonato. En el caso de que no se puedan garantizar esas dos semanas, el inicio de las competiciones saltará al siguiente fin de semana determinado en el calendario», se explicaba.

«Para darle validez a la competición realizada, se tendrán que disputar un mínimo de doce jornadas puntuables (+2 de playoff) de la Eusko Label Liga, y ocho jornadas puntuables (más dos de playoff) en el caso de la Euskotren Liga. En el caso de que fuera necesario, para llegar al mínimo establecido para dar validez a la competición regular, la ACT ha aprobado poder alargar la temporada un fin de semana más (hasta el 26 y 27 de septiembre)». Nuevamente, la misma pregunta: «¿Habéis visto a la ballena blanca?».

¡Por allí resopla! A mediados de mayo, con rayos de esperanza a lo lejos, los equipos se hicieron los test serológicos. El 30 de mayo se establecía la temporada del covid-19 en el remo, única competición que está pudiendo resolverse en tiempo y forma, sin precisar las «burbujas» de aislamiento que han tenido otras ligas de fútbol o baloncesto, por ejemplo, con la salvedad de que los aficionados no han podido llenar los puertos ni las rampas. Este año los festejos han tenido que ser privados y casi íntimos.

Pero que haya habido festejos privados significa que se han celebrado las pruebas, después de que los clubes regresaran a los entrenamientos en el agua a partir del 8 de junio. La medida tuvo una gran acogida en la ACT y Borja Rodrigo, presidente de la Asociación, la calificaba de «excelente noticia», ya que «posibilita» poder llegar en condiciones a la fecha marcada para el inicio de la competición. Una fecha desplazada a la IV Bandera Cidade da Coruña, los días 4 y 5 de julio. La competición femenina, por su parte, confirmaba sus 12 jornadas.

Algo se ha hecho bien, porque los protocolos sanitarios han funcionado, con muy pocos positivos en global –un caso e Isuntza, dos más en Arraun Lagunak durante y después de la Liga Euskotren, otro en el caso de Getaria en la ARC 1, en Zarautz B y Portugalete en la ARC 2 y Lapurdi en la Liga ETE, sin que en ningún caso haya sido preludio de una infección comunitaria, y logrando que, pese al obligado cumplimiento de los aislamientos, la competición se haya podido disputar con una regularidad que ni el más optimista hubiera firmado en su día. Por un lado, Orio ha vuelto a reafirmar su dominio en la Liga Euskotren, pese a la evidente mejoría de nivel sobre todo de la Donostiarra. Mientras, la Liga Eusko Label se ha revelado... o casi rebelado, como una locura así en los puestos de arriba como los de abajo, en el que por muchos ríos de tinta que corran, nada está escrito.

Pero una temporada de remo sin Bandera de La Concha no la concibe nadie; es el Leviatán, el animal mitológico que hay que capturar y para las que se pensaron las propias traineras. Adelante, pues, con los faroles, con los condicionantes que sea. Dos regatas clasificatorias para los 41 equipos contendientes que decidieron tomar parte en ella: el día 2 de septiembre para las mujeres y el 3 los hombres. Que el horario de las regatas se adelantase a las 10.00 para las féminas y las 11.00 para los hombres; prohibir la presencia de aficionados en el muelle, por no hablar de impedir el paso a espacios estratégicos como el Paseo Nuevo o Urgull, aparte del muelle y sin que haya las habituales tribunas para las aficiones, que han debido guardarse sus ánimos para sus adentros. Todo ello con la espada de Damocles pendiente en caso de que los clasificados dieran positivo en alguna de las pruebas PCR entre la clasificatoria y el primer domingo de La Concha, debiendo sustituir a la trainera afectada por el primer vacante de la «regata de los nervios», con un máximo de cuatro cambios, o la eliminación directa que caería en caso de positivo en el intervalo de los dos domingos.

Igual que los patrones de las lanchas balleneras del Pequod prometían extra de Grog –una bebida hecha de agua caliente azucarada, mezclada con un licor, generalmente ron, aunque también kirsch, coñac u otros– si eran los primeros en asestarle el arponazo al temible cachalote, la Bandera de La Concha solo está para el primer clasificado. Como cada año, sí, pero con el añadido de que el remo, en esta temporada enloquecida por la covid-19, las medidas a tomar contra ella, el confinamiento, la posterior desescalada y esta segunda ola que ha llegado justo en el peor momento, ha sido casi la única disciplina que se ha mantenido en sus fechas, inasequible al desaliento y, toquemos madera, esquivando la covid-19. Porque por encima de todo está la ballena blanca, esa por la que Ahab preguntaba en todo momento y por la que se la acabó jugando, aun a costa de su pellejo. Mucho menos cuando desde las cofas del palo mayor, un vigía apunta hacia el horizonte y grita, porque le va la vida en ello: «¡Por allí resopla!».