JAVI RIVERO
gastroteka

El primer café del día, mejor con tortilla

Buenos días a todos, espabilad… ¡que ya es hora! Es domingo, y para los que tengáis el día libre, probablemente el día más gastronómico de todos. Da igual el tiempo que haga, sol, lluvia, calor, frío… da absolutamente lo mismo. El domingo se diseñó para el disfrute gastronómico absoluto. Día de carretilla y panza, y es que cuánto favor ha hecho el domingo a eso del comer. En fin, que arrancamos.

Empezamos el día y no sé a vosotros, pero el desayuno del domingo ya me hace tilín, me pica el estómago en cuanto suena la alarma. Siempre hay algo extra o especial en la mesa de desayuno de un domingo. Seguramente por no tener prisa ni nada que hacer después. Siempre algo más calórico que el resto de la semana, un pelín más contundente, incluso, no necesitando que sea así. Pero ¡qué más da! Es domingo. Un café, con zumo, tostada de mantequilla y mermelada y, ¿por qué no?, unos huevos fritos con jamón; por si de repente, en medio agosto, llega el invierno y nos toca hibernar hasta mayo. Ya estará alguno diciendo: «Yo no, yo desayuno algo ligero y me voy al monte los domingos». Yo cuando hago eso, desayuno temprano algo ligero y sí, lo compenso con el hamaiketako, que muchas veces va más cargadito de calorías que la propia comida que viene después. Pero da igual porque es domingo y todo vale. Todo lo ingerible a partir de las 10.00 ya se puede considerar hamaiketako, por lo que homologado queda el consumo de carne cocida, chorizo cocido, caldo, croquetas, tortillas varias (compatibles con los desayunos), alubias en temporada, la merluza rebozada del día anterior... Brutales hamaiketakos que todos, al menos una vez en la vida, nos hemos pegado y el que no, no sabe lo que es vivir.

Los domingos se recorre casi todo el porfolio gastronómico tradicional vasco, histórico y cultural. Fijaos, después de desayunar, dar una vuelta por el monte y hacer el hamaiketako, nos duchamos y nos preparamos para bajar con los amigos o la familia a echar el vermut o el vinito del que nos hemos privado el resto de la semana. ¡Somos así! Capaces de privarnos y torturarnos durante toda la semana para intentar compensarlo todo en un solo día. Creedme que hay gente que ni con lo primeros seis días de la semana de ayuno compensaría el desfase del séptimo. No hace falta mirarse en el espejo. A los que os sintáis aludidos, solo nos queda daros las gracias como sociedad por el esfuerzo que supone la defensa, protección y propagación del patrimonio gastronómico y cultural que nos define. Gracias en gran parte a vosotros, seguimos siendo.

Esto… habíamos pedido un vermut, que no se nos olvide. Soy de los que defiende la gilda con un txakoli para empezar la ronda dominguera, pero un vermut con croqueta también vale. Son, incluso, compatibles, por lo que primero un txakoli con gilda, y después una croqueta con un marianito. Total, las rabas, las quiera o no la gente, se piden al centro de igual manera. Eso sí, todos, terminan picando. Unas buenas rabas de begi-haundi (calamar) bien fritas deberían de estar en los recetarios vascos tradicionales a la par de sus primos en tinta. Quizás si les ponemos a las rabas una “pirámide” de arroz blanco hecha con flanera, al lado, igual cuela. Estoy bromeando. Pero sí que hago un llamamiento a los amantes de los chipis-tinta con la pirámide de arroz. Hay más vida, en serio. Un huevo frito sobre los chipirones apetece más que cualquier forma geométrica hecha con granos blancos.

El banquete de la amona. Tras haber comentado con los amigos lo que ha sido la semana, tomándonos uno, dos o tres tragos de mediodía, toca banquete. Ya sea con las amistades a capricho en un asador de pescado o carne o con la familia en el restaurante que le hace ilusión a la tía. Tras las seis mil kilocalorías que nuestro cuerpo ya está intentando asimilar, toca rehacerse, volver a nacer y enfrentarse a los fritos para compartir el plato de jamón, también al centro, la ensalada de bogavante, el rodaballo y la chuleta. Da igual que atomicemos las raciones para coger solo un minúsculo pedacito, nuestro cuerpo va a creer que nos estamos preparando para un mes de hambruna y crisis alimentaria. También cuenta la comida en casa de la amona; de esas en las que el buffet libre de cualquier hotel se sentiría humillado frente a la oferta que una abuela motivada, un domingo, es capaz de ofrecer. Y todo con cuatro cosas, como diría ella. Me pilláis, ¿no? Pincho de txistorra, sopa de carne con huevo cocido, espárragos, espaguetis y albóndigas para los peques de la familia, ensaladilla rusa, arroz de sobras, cordero asado con ensalada, patatas y pimientos y podría seguir ofreciéndote cosas por si algo no te gustara. La nevera de la amona es la versión gastronómica del bolsillo de Doraemon.

Pero en serio, esto, ha sido, es y seguirá siendo la defensa del patrimonio culinario vasco. Un derroche de cocina pura, de casta guisandera, de devoción por el servicio y la familia. Esto de lo que hoy, cada vez, se ve menos y deberíamos valorar más.

No sé si sois de siesta o de pegar cuatro cabezadas en la mesa justo antes de que la abuela saque los dulces que todavía sobran de Navidad o la caja roja de bombones. A mí me gusta el café de puchero con un bombón que endulce la solera de estos cafés que, a veces, pueden resultar un pelín amargos. Tras la partida de bingo o la revisión al álbum fotográfico familiar, toca bajar la comida paseando. Paseando hasta la taberna en la que encontrarnos con los amigos y la cuadrilla. Mucho mérito hay que tener para llegar, entrar al ritmo del resto y pedir una caña. La solución: bebernos rápido la primera y pedir seguido la segunda; una bolsa de patatas y a por la tercera.

Otras ofertas gastronómicas. Se va acabando el día y la semana y solo queda la última cena. Ese momento en el que, de manera sobrenatural, uno se atreve a pedir comida a domicilio, pudiéndose tratar de pizza, kebab o comida china. «Es que ya no da tiempo de hacer la cena». Mejor, pedir a domicilio y así da tiempo a tomarse una más. Todo sea por ese amigo al que hace tiempo que no ves y con el que queremos justificar las pocas ganas que tenemos de irnos a casa. Terminamos el mejor día de la semana, por tanto, viajando a través de otras culturas gastronómicas. Con un breve repaso, vais a daros cuenta de qué somos capaces y por qué no dejaré de repetir que el domingo es el mejor día de la semana. Por lo menos, en lo que a gastronomía y cultura gastronómica se refiere.

Desayuno, hamaiketako, la hora del vermut, comida, poteo y cena. El domingo gira en torno al comer. Dicho esto, voy a prepararme un cola-cao con sopas de pan para meterme a la cama, con el estómago lleno.

¡On egin!