David BROOKS
IRITZIA

Demos y capital

Ay, qué lindos. Dicen que están preocupados por todos nosotros –o sea, el 99 por ciento que no invitaron a su fiesta– y que harán lo posible por ayudarnos. Algo apesta cuando los ricos de repente expresan su preocupación por la pobreza y el deterioro del planeta. Huele mal cuando 1.700 jets privados aterrizan en los Alpes, donde los maestros del universo se juntaron en Davos para abordar el cambio climático y afirmaron, mientras consumían caviar, que la desigualdad económica tiene que remediarse.

Algo es sospechoso cuando políticos prominentes de ambos partidos en Washington, desde precandidatos presidenciales republicanos (Mitt Romney, Jeb Bush) hasta demócratas como el presidente Barack Obama –muchos de ellos millonarios–, declaran que su nuevo enfoque es sobre la gente trabajadora y los pobres.

Oxfam emitió un informe en el que señala que si las tendencias actuales continúan, el uno por ciento más rico captará más riqueza que el total del restante 99 por ciento para 2016. El año pasado, Oxfam calculó que el uno por ciento más rico era dueño de 48% de la riqueza mundial y señaló que hoy día solo 80 individuos tenían la misma riqueza neta que la de 3.500 millones de seres humanos.

Algo chistoso ocurre: partes de la cúpula económica y política se dan cuenta de que su juego está en riesgo, no por un poderoso enemigo ni por una ola revolucionaria, sino por su propia mano. O sea, están contemplando, horror, que tal vez Marx tenía razón. Nada menos que Christine Lagarde, directora administrativa del Fondo Monetario Internacional, en una conferencia empresarial en Londres el año pasado citó al autor de “El Capital” y señaló que en tiempos recientes el capitalismo «se ha caracterizado por el ‘exceso'», lo cual no solo llevó a la destrucción masiva de valor durante la gran recesión, sino también está asociado con «el alto desempleo, tensiones sociales y una creciente desilusión política».

No es la única voz de alarma. Multimillonarios como George Soros y Warren Buffett han repetido que el «exceso» y las consecuencias de la desigualdad ponen en jaque el juego capitalista. Algunos empresarios y financieros también se han sumado, y todos ahora hablan de la urgencia de la «inclusión» de las masas (bueno, no de todas, tampoco hay que exagerar).

No se refieren solo a los efectos de todo esto, ya tan documentado, en lo que aún se llama tercer mundo, sino dentro de los países supuestamente “avanzados”, cuyas consecuencias están a la vista en Europa y Estados Unidos. Aquí, en el país más rico de todos, a pesar de una recuperación económica de cinco años que generó once millones de empleos, para la abrumadora mayoría los ingresos se han mantenido estancados, mientras el uno por ciento más rico concentra cada vez más riqueza. Eso después de que en la gran recesión se perdieron 8 millones de empleos y millones más perdieron sus casas y sus ahorros, todo gracias a algunos de los maestros del universo reunidos en Davos y sus cómplices políticos en Washington.

Son los mismos que promueven políticas donde siempre hay dinero para la muerte (las operaciones bélicas y gastos de “seguridad nacional” siguen al alza), pero no para la vida. Por primera vez en 50 años, la mayoría de los estudiantes en las escuelas públicas de Estados Unidos viven en la pobreza. No hay fondos suficientes, dicen, para otorgar vivienda, alimento y salud para todos en el país más rico del mundo, donde casi 16 millones de niños viven en hogares con insuficiencia alimentaria y una cifra récord de familias sin techo. Todo esto con gobiernos republicanos y demócratas, o sea, resultado de un consenso bipartidista. Y aun así insisten en que el libre mercado, la libre empresa, el libre comercio y otras libertades son la solución. «Estimado capitalismo: no son ustedes, somos nosotros. Es broma. Sí, son ustedes», se lee en una pancarta, en una manifestación contra la concentración de la riqueza.

Tal vez desde la cuna de la democracia occidental llegue la respuesta: un movimiento de solidaridad social en el cual la gente atiende a la gente, sin pedir permiso, sin jerarquías que giran órdenes, sin tecnócratas. “The Guardian” da cuenta de un extraordinario panorama de cientos de proyectos ciudadanos, clínicas médicas, centros de educación, cooperativas de trato directo entre granjeros y consumidores y asesoría legal, que han surgido de los escombros de la devastación provocada por las políticas de austeridad y que impulsan un resurgimiento de la izquierda política en el país de Platón y Sócrates.

Uno de los participantes cuenta que el movimiento de solidaridad griego promueve «un sentido diferente de lo que debería ser la política; una política de abajo hacia arriba, que empieza con las necesidades reales de la gente. Es una crítica práctica a la política vacía, de arriba abajo, representativa, que aplican nuestros partidos políticos. De hecho, es de cierta manera un nuevo modelo. Y funciona».

Fue en Grecia donde se originó la palabra «democracia», concepto que parece no formar parte del menú en las mesas de lujo en Davos y Washington ya que, aparentemente, les causa indigestión a los maestros del universo.