Alvaro HILARIO BILBO

Mikel Díez Alaba expone su más reciente obra en el Bellas Artes

La exposición «Mikel Díez Alaba. Transitando un tiempo» consta de 33 obras -paisajes- realizadas en los tres últimos años. Estas se encuentran en la sala 33, en la galería Arriaga (que comunica el edificio moderno y el antiguo) y el propio exterior del Museo. Mikel Díez Alaba (Bilbo, 1947) es uno de los más destacados artistas vascos de posguerra. Aunque de muy personal estilo, su pintura recoge influencias del colorismo inglés del XIX, de Hockney e, incluso, de Jorge Oteiza.

Desde ayer y hasta el próximo 28 de abril, se puede disfrutar en el Museo de Bellas Artes de Bilbo de la exposición «Mikel Díez Alaba. Transitando un tiempo». Díez Alaba (Bilbo, 1947) es uno de los más destacados artistas vascos de la generación nacida en los años 40 del pasado siglo y que se dio a conocer en los 70, generación muy presente en las líneas expositivas del museo bilbotarra, como aseguró en el acto de ayer su director, Javier Viar.

La muestra está compuesta por 33 obras (acrílicos sobre lienzo, papel, tabla; impresiones sobre aluminio; escultura policromada) realizadas por Díez Alaba en los últimos tres años; no es, por lo tanto, una retrospectiva, sino una muestra de su más reciente creación, enlazando, quizás, con las exposiciones que en 2012 y 2013 se ofrecieron en Windsor Kulturgintza y las Juntas Generales de Bizkaia, respectivamente.

En esta nueva muestra, el espectador se encontrará con paisajes coloristas, no figurativos que, en palabras del propio artista, presente en la inauguración, reflejan el «tránsito del tiempo», el transcurrir de los dos años empleados para realizar las obras, «tiempo en el que suceden muchas cosas».

Emoción y armonía

Mikel Díez Alaba ha conseguido el reconocimiento en su ciudad natal: «Nací muy cerca de aquí. Pasaba por aquí todos los días camino de clase -estudió en las Escuelas Francesas, en Indautxu-, cuatro veces. Y se convierte en algo familiar. Después venía aquí a dibujar», recordó el pintor, añadiendo que «nunca hubiera pensado que mi obra fuera colgada aquí», hecho que le causa una «emoción muy especial».

A continuación, Díez Alaba pasó a hablar de esta nueva exposición y lo que ha querido hacer, señalando que entre todas las alternativas posibles a la hora de organizar un espacio, había optado por «lo más fácil», que consiste en «que hubiera armonía entre todos los elementos, sin elementos de otros tiempos, sin elementos disonantes».

De hecho, salvando una escultura de José de Ramón Carrera, policromada por Díez Alaba en 1976, y una composición hecha a base de guijarros, el grueso de las obras se componen de paisajes -plácidos y oníricos, algunos; briosos y agresivos como el mar, otros- elaborados en colores rojizos, ocres, azules... Una variada gama cromática que le hace heredero y cómplice de los coloristas ingleses del siglo XIX o de David Hockney.

Interrogado por los elementos que vuelan sobre muchas de las pinturas, el artista contestó que, en su opinión, «el espacio está lleno de elementos que ni yo mismo sé qué son; a veces, parecen hojas, otras veces, no parecen nada».

Añadió que hay que «dejarse llevar por la emoción y dejar aparecer todas esas cosas que están ahí». «Las pinceladas cobran valor por sí mismas. Antes, creaba en base a la acumulación de pinceladas», confesó.

El catálogo de la exposición contiene textos de Carolina Martínez Pascual y de una de sus hijas, Kira Díez Intxaustegi.

Kira también tiene su interpretación sobre el tema de esta exposición: «Los paisajes de Mikel, aparentemente mudos, empiezan a hablar en susurros cuando uno se dedica a escucharlos. No necesitamos ver todo lo que en ellos se halla para comprender que más allá de lo aparente hay un relato por descubrir».

Los 144 mínimos, el trabajo en papel y la alargada influencia de Jorge Oteiza y su laboratorio de tizas

En la sala 33, donde se concentra el grueso de esta muestra, «Transitando un tiempo», llama la atención la presencia de un friso corrido con tres filas de 48 obras cada una, que forman una unidad de 144 miniaturas, los 144 mínimos.

«¿Por qué toda esa producción de piezas pequeñas?», se interrogó Mikel Díez Alaba, para, al momento, contestar: «Por una parte, vivimos tiempos difíciles; me di cuenta de que con poco podía hacer mucho; podía hacer la exposición con un taco de folios. Eso me facilitaba trabajar sin la obligación que siempre supone un gran lienzo. Por otra parte, siempre me ha atraído el taller de tizas de Jorge Oteiza. Oteiza me ayudó muchísimo a entender muchas cosas de este país».

El catálogo de la muestra incluye una conversación entre el pintor y una de sus hijas, Kira Díez Intxaustegi, donde, entre otros temas, hablan en torno a estos 144 mínimos («una única pieza, un cuadro de grandes dimensiones», para Kira) y esa relación con el gran chamán, con Jorge Oteiza, a la que aludió el bilbotarra.

Partiendo de la influencia chino-japonesa («maestros cambiando su mirada, haciéndose pequeños para trasladar al papel los grandes y misteriosos espacios»), reconoce estar influenciado por la coyuntura al abordar este trabajo: «Hace dos años ahora, por azar y también por necesidad, inicié un proceso a partir de pequeñas miniaturas para el que únicamente necesitaba como soporte un paquete de folios. Me basé en el laboratorio de Jorge Oteiza (1908-2003), donde su mirada y sentimiento llegaban lejos, pero su medida era cercana y muy pequeña. Al poco tiempo de trabajar en las primeras miniaturas, una amiga me habló de Manfred Max Neef (1932), un economista del cono sur que tuvo que exiliarse con el golpe de Estado de Salvador Allende. Me quedo con una de sus frases más célebres que habla de como la economía está para servir a las personas y no las personas a la economía.

También cuestiona el mundo que nos rodea, cómo en lo más cercano podemos entender la complejidad del mundo que nos envuelve. Su visión del daño que ha hecho la monumentalidad va muy ligada a mi visión de lo pequeño a lo grande».

Mikel Díez conoció a Jorge Oteiza en los 70, en plena búsqueda de nuevos estímulos; con él conoció la pintura japonesa, y a los textos taoístas. A.H.