Belén MARTÍNEZ
Analista social

Mare nostrum

Avanzan y retroceden, como las mareas. Vienen de Eritrea, Libia, Somalia, Siria, Burkina Faso, Mali, Níger, Irak y Afganistán. Huyen de las huestes del terror con las que Occidente (¡ay, ironía!) destroza sus casas y sus sueños. Les decimos que el nuestro es un «noble» combate para salvaguardar sus vidas y su libertad.

Escapan de las bombas y de las espadas afiladas, del hambre y la miseria. Vadean la soledad de los páramos burlando férreos controles policiales. A veces logran zafarse de los esbirros de Frontex y Tritón. Otras, mueren embestidos por el mar, entre las costas de Misrata y Lampedusa, o cerca de Skopje, atropellados por un tren mientras descansan en las vías férreas. Saben que, en Calais, la Policía propina palizas y rocía con spray.

Algunas ven sus sueños truncados, como esos cuerpos diseminados por el Estrecho o esparcidos al borde de un barranco macedonio. Otras prosiguen sin que sus esperanzas se desvanezcan.

No es una despiadada geografía que asesina. ¿Cuándo llegará el día en que el ser humano, por fin, se reconcilie con su humanidad? Es tiempo de desplegar las velas de la solidaridad. Ahora, cogidas de la mano, recemos la oración laica de Erri de Luca: «Mar nuestro que no estás en los cielos... Acoge las repletas embarcaciones... Custodia las vidas». Amin.