Mertxe AIZPURUA
FOSAS DEL FRANQUISMO

UN MAPA QUE ROMPE LA GEOGRAFÍA DEL SILENCIO

El mapa de las fosas que quisieron ocultar los crímenes de la Guerra del 36 ofrece 277 localizaciones en Euskal Herria. Algunas se han exhumado ya, otras permanecen a la espera y todas marcan el prólogo de lo que aún queda por hacer.

Detrás de un mapa de las fosas del franquismo hay mucho más que un gráfico de localización de la barbarie. El mapa relata también una historia de ocultación, documenta vidas y otorga el necesario impulso oficial que precisa un terreno hasta ahora poco transitado por los poderes oficiales en el Estado español. La Ley de Memoria Histórica obliga a las administraciones a que elaboren sus respectivos mapas. El Gobierno de Nafarroa lo hizo en el año 2013 (http://fosas.navarra.es) y, recientemente, el Ejecutivo de Gasteiz ha puesto el suyo a disposición de la ciudadanía (http://www.lehendakaritza.ejgv.euskadi.eus/memoria-historica). Este último ha visto la luz auspiciado por el plan de acción que contempla el convenio de colaboración con Aranzadi, sociedad científica pionera y referencial en los trabajos de localización, documentación y exhumación de fosas.

La lectura de este atlas de enterramientos que se quisieron ocultos para siempre sirve asimismo para trazar el prólogo de lo que todavía queda por hacer. Unificados los datos de Nafarroa y la Comunidad Autónoma Vasca, en Hego Euskal Herria hay localizadas un total de 277 fosas del franquismo. 157 corresponden a Nafarroa, 47 se han encontrado en Gipuzkoa, 45 en Bizkaia y 28 en Araba. De todas ellas, se ha procedido a la recuperación de los restos en 91 casos. En otros, las fosas, una vez abiertas, aparecieron vacías. La mirada se dirige entonces hacia el Valle de los Caídos, ese mausoleo del horror donde enterraron a miles de muertos que, cargados en camiones negros, transportaron desde todos los puntos de la península.

A diferencia de la inacción que ha reinado en otras zonas del Estado español, en la Comunidad Autónoma Vasca existe desde 2003 una ventanilla institucional a la que familiares y perjudicados pueden acudir para recabar información. Se investiga y se entrega a los allegados toda la información disponible. De esa fecha data el primer convenio firmado entre Aranzadi y el Ejecutivo de Gasteiz en el que la sociedad garantizaba que atendería los casos en toda su globalidad.

La primera exhumación que se hizo en la CAV con una metodología científica tuvo lugar en 2002. Fue en Zaldibia. Anteriormente, tras la muerte de Franco, la tenacidad de algunos familiares logró recuperar restos en lugares como Azazeta, Antzuola, Oiartzun o Elgoibar, sin que apenas quede información documentada de las exhumaciones.

Desde sus inicios, la Sociedad de Ciencias Aranzadi aplicó un protocolo científico para estos trabajos. Desde entonces, la percepción sobre su labor ha cambiado mucho. A mejor. Hace quince años les trataban como a locos y a menudo, en muchos lugares, las preguntas se disparaban con carga negativa. «A qué viene esto ahora, de dónde salís, qué pretendéis». Ya no sucede.

Con los años, Nafarroa también fue elaborando su propia reglamentación y un protocolo especial basado prácticamente en consultas a Aranzadi, que también trabaja en las exhumaciones en este territorio; las primeras, como la de Fustiñana, sin financiación de ningún tipo, otras impulsadas por el Gobierno de Nafarroa o ayuntamientos, y siempre con el apoyo de asociaciones de memoria histórica que se preocupan de reunir el dinero necesario de mil maneras distintas. Próximamente, previsiblemente durante el mes de marzo, el Gobierno de Nafarroa firmará un convenio oficial de actuación para varios años con Aranzadi, similar al que ya existe en la CAV.

El efecto llamada

Las labores de prospección y excavación realizadas por Aranzadi en suelo vasco desde 2000 superan el centenar y cada vez que los medios de comunicación se hacen eco de un nuevo descubrimiento, se produce el «efecto llamada», esa pulsión que anima a la gente a dar cuenta de una información que desde tiempo atrás se había guardado en silencio.

Las dos últimas fosas abiertas en enero pasado en Larrabetzu tuvieron que ver con ello. El grupo local Karraderan, que trabaja para recuperar elementos del frente de batalla, actuó como resorte para que, en su recogida de testimonios, los descendientes de quienes enterraron un cadáver aparecido en su terreno durante la guerra dieran ahora cuenta del suceso. Diversas razones explican el silencio prolongado. El miedo y el terror que inoculó la dictadura; un sentimiento innato de protección familiar –quien nada sabe menos teme–; no querer meterse en algo que puede derivar en complicaciones o, incluso, pensar que la información ya es conocida por quienes se dedican al tema. A pesar de su dilatada experiencia, a Paco Etxeberria, experto forense de Aranzadi, todavía le sorprende que en lugares como Larrabetzu se detecten nuevas fosas, lo cual le permite sospechar que «en Bizkaia todavía se van a dar hallazgos que no tenemos identificados en el mapa».

También cree que en Nafarroa pueden salir más. Y es que hasta que no se cataloga, no se descubren los fallos ni las ausencias. Pone como ejemplo la sierra de Urbasa, zona que él creía tener perfectamente controlada. «Se publicó el trabajo que hicimos en unas zonas y, automáticamente, salieron otros tres lugares nuevos. Entonces, hay que ir allí y documentarlo».

El proceso para la apertura de los enterramientos tiene sus premisas. «Cuando nosotros decimos dónde hay fosas, necesitamos alguien que promueva la exhumación. No respecto a la financiación –aclara–, sino alguien que tenga el interés legítimo en investigar esa fosa. Puede ser el ayuntamiento de la localidad, familiares que piensen que en ella puede estar su padre o abuelo, la organización política o el sindicato al que pertenecían las víctimas».

No todas se encuentran

El plan 2015-2020 persigue investigar durante esos cinco años la totalidad de puntos reflejados en el mapa en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Lo que no quiere decir que todas den resultados o que todas vayan a ser abiertas. «A veces, tenemos información muy débil sobre la fosa. Puede ser que los trabajos preliminares no den resultados. En otras ocasiones, el informe puede concluir que la exhumación es imposible, como pasa en puntos donde, desde 1936, ha habido grandes modificaciones del terreno y el paisaje se ha urbanizado totalmente». Ocurre, por ejemplo, en Usurbil o en Altsasu. Son ejemplos de fosas en las que, quizá, nunca se vaya a realizar la exhumación, pero Etxeberria remarca que de todo ello «debe quedar un informe que lo documente, que lo estudie y que lo concluya».

El mapa supone asimismo un modo de visualizar el largo recorrido que queda por delante en esta parte del relato de la memoria histórica. Atendiendo al cómputo actual, quedan más de 186 fosas por abrir o investigar, en un paso previo que aúne el derecho de las víctimas a ser reconocidas con la obligación de las instituciones a hacerlo.

Un aspecto, el de la oficialidad de las actuaciones, que para Paco Etxeberria reviste suma importancia. Las exhumaciones, el mapa de fosas, el listado de víctimas y la ingente labor de documentación y recogida de testimonios –más de 500 grabaciones en DVD– está basado en el protocolo que Aranzadi ha elaborado durante todos estos años. Con todos los requisitos técnicos necesarios para que sirvan en cualquier procedimiento oficial. Los expedientes que se abren en cada caso resultan necesarios para una cuestión pendiente: la formación de una Comisión de la Verdad de carácter no judicial que, en opinión del reputado forense, debe ser el paso previo para la exigencia de responsabilidades judiciales, tal y como recomendó Amnistía Internacional en 2006, y de la misma forma que se ha hecho en Argentina o Chile. Un procedimiento que no impide que cada afectado o particular pueda acceder, además, a la jurisdicción penal. «Efectivamente, muchos de los que hallamos en las fosas han sido claramente asesinados», señala Etxeberria, pero añade que «es más importante manejar esto en el espacio de los Derechos Humanos que en el espacio judicial». Sus motivos aluden directamente a la experiencia: «En un asunto plenamente judicializado eso puede acabar con un auto de archivo, una semana o tres meses después. Eso ha ocurrido en todos los casos que yo conozco».

Se muestra convencido de que si se creara una Comisión de la Verdad con impulso político, se generaría un cuerpo de información que no podría ser ignorado en actuaciones futuras. Mientras, en ese tránsito que va de ser un desaparecido a la recuperación de los restos, y con ello, la recuperación de la memoria y la historia, los centenares de enterrados en Euskal Herria tienen ya un lugar en el mapa.

 

Lugares que relatan el desarrollo de la guerra

El análisis de los restos hallados en los enterramientos conforman un relato de cómo sucedieron los acontecimientos durante la guerra. Al principio, los franquistas mataron masivamente a la población civil. Las fosas de Nafarroa, con muertos por decenas, hablan por sí mismas, y casi la mitad de Gipuzkoa se explica igualmente. Sirven como ejemplo Hernani, con 200 asesinados y Oiartzun, con un centenar. La feroz represión que buscaba atemorizar a la población se dio particularmente en los territorios navarro y guipuzcoano en el otoño de 1936. Fueron civiles los que llenaron sus fosas, mientras que en las de Bizkaia, en su gran mayoría, se encuentra gente muerta en combate. Por ello, los expertos creen que si se encuentran nuevas fosas en Bizkaia, algo muy probable, estas serán de combatientes muertos en el frente de batalla.M.A.