Mikel ZUBIMENDI

REBELIÓN DE «ESCLAVOS» EN PRISIÓN, LA NUEVA PLANTACIÓN

En mitad de la campaña electoral, contra el bloqueo informativo y el «esclavismo en las cárceles», miles de presos de EEUU se han unido en una de las mayores protestas jamás conocidas. Remueven conciencias y exigen un salario digno por su trabajo forzado.

Aunque durante la campaña electoral ningún candidato haya dicho ni una sola palabra sobre ello, aunque se haya decretado un apagón informativo en la mayoría de los grandes medios de comunicación, desde el pasado 9 de setiembre miles de presos estadounidenses –se calcula que 24.000 han desobedecido la obligación de trabajar–, en al menos 20 estados, están desarrollando la que ya se considera como «la mayor huelga de la historia carcelaria» de EEUU. Coincidiendo con el 45 aniversario del levantamiento de la cárcel de Attica y la masacre que siguió, esta acción representa un golpe poderoso contra el status quo del que se ha convertido en el país con más presos del planeta. Un desafío directo contra la política de encarcelación masiva, contra el «gulag estadounidense» y su complejo industrial de prisiones.

Si la historia es un indicativo, resulta «normal» que el Estado haga todo lo que está a su alcance para limitar el impacto mediático de la protesta. Como dice la máxima, quizá la «revolución» no será televisada, pero estas protestas están siendo accesibles en tiempo real vía redes sociales, desde teléfonos móviles que han sido llevados al interior de las cárceles.

Y lo cierto es que esta «huelga de presos» está teniendo un impacto notable, aunque, por razones obvias, nunca fácilmente cuantificable. Está siendo el llamamiento más potente de toda una generación de presos contra lo que llaman «una colonia del tercer mundo dentro de EEUU». Un canario en la mina de carbón que avisa de las condiciones de trabajo que, quizá en un futuro no tan lejano, podrían tener los trabajadores en el exterior, dado que la opresión de los presos es sencillamente una versión amplificada de la opresión que sufren los pobres en cualquier parte del mundo.

Decimotercera enmienda

Los datos son tan reveladores como demoledores: actualmente hay 2,4 millones de presos, un número que ha crecido en un 500% en los últimos treinta años. EEUU tiene el 5% de la población mundial, pero mantiene en sus cárceles al 25% de todos los presos del mundo. El año pasado, uno de cada 108 adultos estaba preso y uno de cada 28 niños tenía a uno de sus padres entre rejas.

¿Por qué hay tantos presos en EEUU? La llamada «guerra contra la droga» emprendida por Robert Nixon es una razón de peso, pero no la única. Siguiendo la pista del dinero se encuentra otra perversa razón, que cuenta con poderosos lobbies para hacer más largas las condenas y privatizar más rápido todo el sistema penitenciario. Grandes corporaciones del sector de alimentos, de telecomunicaciones, de salud, de agricultura, productores de ropa, de muebles… han encontrado su particular «El Dorado» en una superpoblación reclusa que no para de crecer y que, siempre que esté médicamente apta para ello, está obligada a trabajar.

Ante esta realidad, los presos activistas han concentrado su demanda en un tema concreto: «El esclavismo en las prisiones». Podrían haber apostado por una tabla reivindicativa que englobara desde la atención médica básica al fin del abuso y la brutalidad, desde el acceso justo a las libertades condicionales a las comidas adecuadas y nutritivas. Pero han preferido disparar a un solo blanco y centrar sus demandas en la decimotercera enmienda de la Constitución. Aprobada en 1865 a instancias del presidente Abraham Lincoln, dice que «ni el esclavismo ni la servidumbre involuntaria existirán en EEUU». Pero se dejó escrita una excepción clave para el trabajo hecho «como castigo por un crimen», una cláusula que ha sido utilizada para denegar sueldos a los presos.

Según varias estimaciones, el rendimiento económico de los presos en cárceles federales y estatales excede los 2.000 millones de dólares. Los organizadores de la protesta inciden en que los presos deben ser justamente pagados y que esa excepción de la decimotercera enmienda debe ser revocada, o cuando menos reinterpretada, para acabar con el «esclavismo institucionalizado», para avanzar en pos de la igualdad.

«Confrontar ese demonio»

El movimiento sindical estadounidense, y también el internacional, tiene una larga historia de oposición al trabajo «gratis» de los presos, sobre todo porque recorta salarios en el mundo exterior. Pero los presos trabajadores son ante todo, independientemente de lo que hayan hecho o no, eso mismo, trabajadores. Solo terminando con la excarcelación en masa, confrontando con el complejo industrial de prisiones, construyendo puentes y complicidades entre aquellos que trabajan detrás de las rejas y los que trabajan en el «mundo libre», se podrá empezar a cambiar un sistema que se alimenta del sufrimiento humano.

Negarse al trabajo obligatorio en la cárcel tiene consecuencias duras para los presos. Pierden el derecho a las llamadas de teléfono, no tienen la posibilidad de comprar en la cantina, les cortan las visitas o, sin más, los mandan a las celdas de aislamiento. Pero como ellos mismos afirman, «este es un demonio que debe ser confrontado».

Y es que, quien más quien menos, todo el mundo sabe perfectamente que si a los presos les pagasen el salario mínimo legal, si grandes compañías como Mc Donald's, Victoria's Secret, Microsoft o Starbucks no pudieran aprovecharse de esa mano de obra, no se encarcelaría masivamente, de manera industrial, a tantísima gente, en su gran mayoría pobre.

 

levantamiento y masacre de attica, cicatriz que perdura e inspira la protesta

La fecha elegida para lanzar la protesta de los presos no ha sido casualidad. El 9 de setiembre marcaba el 45 aniversario del levantamiento de 1971 en la prisión de Attica, el más notorio y sangriento conflicto en las prisiones de EEUU. La chispa que encendió la rebelión, la primera señal antes de la furia de los oprimidos, fue el apaleamiento y envío a las celdas de castigo de dos presos. Un puñado de sus compañeros tomaron como rehenes a varios funcionarios y finalmente los cerca de 1.300 presos se hicieron con el control de la cárcel.

Eran tiempos de Robert Nixon y Nelson Rockefeller, presidente de EEUU y gobernador de Nueva York respectivamente. El primero llegó a la Casa Blanca con un discurso político demagógico, repleto de mensajes de odio y miedo, que pretendía criminalizar todo lo que no cuadrara con su política: el movimiento contracultural, el movimiento de derechos civiles, contra la guerra de Vietnam y contra todos los movimientos anticoloniales, el de los nativos americanos y los movimientos antiimperialistas y de liberación afroamericana. Fue el precursor de la «guerra contra la droga» que, en realidad, siempre ha sido una guerra contra los pobres. Nelson Rockefeller fue quien ordenó a la Guardia Nacional tomar al asalto la prisión, una acción en la que murieron 43 personas, mayoritariamente presos que fueron abatidos a sangre fría y guardias que murieron por «fuego amigo».

Ambos demostraron una certitud: no importa lo malo que sea lo que piensas de ellos, porque nunca uno pensará lo suficientemente mal. Tras el sangriento desenlace, ambos se jactaron de que «Attica iba a tener un efecto saludable ante motines futuros, como lo tuvo Kent State (donde un año antes la Guardia Nacional mató a tiros a cuatro estudiantes que protestaban)».

Llevada a la pantalla y protagonizada por Morgan Freeman, “Attica” demostró cómo los peores y más paranoicos elementos del Gobierno se centraron histéricamente en aplastar aquella rebelión costara lo que costara. Todo menos dar una imagen de «capitulación ante las demandas de los presos».

Los presos de Attica no estaban armados, no tenían ninguna ventaja a largo plazo frente a las autoridades. A estas les bastó cinco días para masacrarlos. No obstante, 45 años después, aquella cicatriz no ha desaparecido, la memoria de aquella rebelión sigue presente en la memoria. Prueba de ello es que ha inspirado a una nueva generación que forma parte de una mayor población reclusa.M.Z.