Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevista
DELPHINE Y MURIEL COULIN
CINEASTAS

«Buscando espacios de libertad, las mujeres tienden a sacrificar su cuerpo»

Muriel Coulin (1970) tiene una extensa carrera trabajando como operadora de cámara a las órdenes de directores como Louis Malle o Krzysztof Kieslowsli. Su hermana Delphine (1972) llegó al cine desde la literatura. «La escala», que acaba de llegar a las pantallas, es su segundo largometraje. En él reflexionan sobre las derivas de la violencia a través de la experiencia íntima de dos mujeres soldado.

“La escala”, que adapta una novela escrita por la propia Delphine Coulin, narra aquello que acontece durante unas jornadas de descompresión, eufemismo utilizado por el ejército francés para designar el encierro de tres días al que someten a sus tropas, provenientes de Oriente Medio, en un resort de lujo en Chipre con el objetivo de devolverlos a su país libres de recuerdos dolorosos que dificulten su reinserción en la sociedad civil. No obstante, como se encargan de mostrar las directoras en el film, la represión de las pulsiones más violentas en este grupo de soldados programados para el combate no deja de ser una entelequia.

 

¿Cómo emprende una la adaptación de su propia novela? ¿Se tuvo que traicionar mucho a sí misma a la hora de repensarla en imágenes?

Delphine: Traicionar no, porque el espíritu de la novela está en la película pero es inevitable que, en el fondo, existan diferencias notables entre una y otra porque el cine y la literatura constituyen dos lenguajes diferentes. Más vale tener eso claro para ahorrarte disgustos. Yo creo que la frustración de muchos autores cuando adaptan sus novelas a la gran pantalla tiene que ver con que ellos esperan ver una traslación a imágenes exacta de cada una de las páginas que escribieron y eso es imposible. Por ejemplo, en mi novela la acción se desarrolla en tres tiempos y en tres escenarios distintos: en Lorient durante la juventud de Marine y Aurore hasta que deciden alistarse en el ejército, en Afganistán durante la misión militar y, finalmente en Chipre, durante la escala de descompresión que hacen antes de regresar a casa. Pero a la hora de escribir el guion vimos que centrándonos en esta última parte la historia tenía mucha más fuerza dramática y funcionaba a modo de tragedia griega.

¿Cómo se reparten las funciones dirigiendo?

Muriel: Bueno, realmente no hay un reparto de funciones como tal. La ventaja que tenemos es que nos conocemos de toda la vida (risas). Eso crea una simbiosis que nos lleva a hacer las dos las mismas tareas indistintamente en lo referente a la dirección de actores o a la parte técnica. En el set somos una sola voz.

Ustedes han manifestado que uno de los temas que sostiene su filmografía es la construcción de lo femenino y la reflexión sobre los espacios de libertad que tiene la mujer hoy. ¿Qué papel ocupa esta película dentro de ese empeño?

D: Tanto “17 filles”, nuestro anterior largometraje, como “La escala” pretenden ser reflexiones acerca de cómo en esta sociedad, muchas veces, el único arma del que dispone la mujer a la hora de emanciparse es su cuerpo. “17 filles” narraba la historia de un grupo de adolescentes que pactan quedarse embarazadas porque entienden que ese es el camino más rápido para escapar del control que sobre ellas ejercen sus padres en el hogar mientras que en “La escala” tenemos a dos jóvenes que se alistan en el ejército casi por las mismas razones, por la urgencia de huir, de salir de un entorno asfixiante y ver mundo. Pero al alistarse en el ejército lo que hacen es exponer su físico, poner en peligro su integridad. En este sentido, en esa búsqueda de espacios de libertad las mujeres tienden a sacrificar su cuerpo.

De todas maneras la película encierra toda una serie de reflexiones que trascienden la perspectiva de género, por ejemplo, la relación con la violencia. ¿Creen que hombres y mujeres se relacionan de igual manera con la violencia?

D: Yo creo que sí, los hombres no tienen el monopolio de la violencia, al menos de la violencia física. Las mujeres estamos tan capacitadas para ejercerla como ellos, de hecho, yo siempre he desconfiado de esas declaraciones de intenciones que dicen que si hubiera más mujeres al frente de los gobierno habría menos guerras y el mundo sería un lugar más apacible. Basta con ver la trayectoria de algunas de las pocas mujeres que han ocupado puestos de responsabilidad política para comprobar que no es así. Otra cosa muy distinta es si hablamos de otras formas de violencia, como la que generan las desigualdades sociales, la marginación, la exclusión, esas formas de violencia sí que creo que sean típicamente masculinas.

M: De hecho, el ejército tal y como queda reflejado en nuestra película no es sino una representación a pequeña escala de lo que es la sociedad civil. En principio se parte de una situación de igualdad, el uniforme les homologa a todos pero esa aparente igualdad no quita para que emerja esa violencia social, ese machismo, ese desprecio hacia la mujer que se da en todos los órdenes de la vida. Lo que pasa que en un medio eminentemente masculino como puede ser el ejército o la política ese machismo resulta mucho más evidente.

¿Tuvieron que documentarse mucho para retratar ese ambiente tenso que se vive en esas jornadas de descompresión?

D: Cuando escribí la novela hablé con mucha gente que ocupaba posiciones diversas en el escalafón militar, desde altos mandos del ejército hasta soldados rasos. También nos fue muy útil conversar con periodistas y reporteros de guerra. Todos ellos fueron una fuente de información importante de cara a conocer las vivencias de quienes van al frente y las dificultades que conlleva su adaptación a la vida civil. Pero a la hora de rodar la película preferimos documentarnos sobre el terreno, de ahí que acudiésemos a Chipre a conocer uno de esos resorts en los que el Ejército francés aloja a sus efectivos de cara a esas jornadas de descompresión. Quisimos buscar las localizaciones que confiriesen mayor credibilidad al relato pero al mismo tiempo buscar una fuerza visual para éste de ahí que al final rodásemos en un hotel que era una especie de acuario y que refuerza esa idea de paraíso claustrofóbico en el que se desenvuelven las dos protagonistas de la película.

De hecho, por lo que cuentan en la película más que unas jornadas de descompresión parece que se trate de unas jornadas para reprogramar a los soldados, para quitarles sus recuerdos más íntimos, más dolorosos...

M: Qué duda cabe que no se trata de un ejercicio de altruismo ya que ese empeño por aniquilar las pulsiones violentas que los soldados traen del frente es parte de una operación de reciclaje. Lo que busca el ejército es resetearles para que puedan volver a ser soldados útiles.

Se trataría entonces de un ejercicio de manipulación ¿no?

D: Sí, claro. Bueno, lo cierto es que ese tipo de jornadas de descompresión se organizan con un fin terapéutico. En ellas se pretende detectar los potenciales desequilibrios psicológicos que pueden manifestarse en algunos soldados tras su experiencia en el frente. Pero detrás de ese objetivo muchas veces lo que hay es un empeño por hacer converger la experiencia particular de cada uno de los soldados, sus recuerdos, sus sensaciones, en una suerte de relato oficial sobre la misión en la que han participado que es el que los altos mandos del ejército hacen llegar a las autoridades del Estado.

 

¿Cómo fue el trabajo con las actrices protagonistas? La elección de una estrella de la canción como Soko ha sido muy comentada. ¿Qué cree que han aportado a sus personajes?

M: Se trata de dos actrices muy diferentes y eso te obliga a hacer un trabajo distinto con cada una de ellas. Ariane Labed se preparó mucho el papel desde el punto de vista físico, ejercitándose durante seis meses, bebiendo batidos de proteínas, es una actriz muy metódica mientras que a Soko su experiencia sobre los escenarios le aporta una seguridad que le libra de la necesidad de estar superconcentrada antes de gritar acción. Está haciendo bromas, chistes, y de repente cuando das el golpe de claqueta se transforma en otra persona. Yo creo que el hecho de ser dos actrices tan diferentes las ha llevado a complementarse muy bien.