Maite UBIRIA

LA «SUPERCHERÍA» DE LA RARIFICACIÓN DEL TRABAJO EN LA ERA DE LAS REFORMAS XXL

Jean-Marie Harrivey, economista y cofundador de Attac, sitúa las reformas de Macron en el contexto de un capitalismo en la senda de la destrucción. Recurre a Marx para dar certezas y desmonta «supercherías intelectuales» en relación a la renta universal.

Las reformas que el Gobierno francés ha puesto en marcha no son, a juicio de este exmaestro de conferencias de la Universidad de Burdeos IV, el problema, sino más bien el síntoma de que el taylorismo que ha presidido la organización productiva desde la II Guerra Mundial en Europa ha entrado en una nueva fase. Ello, en un escenario de crisis sistémica y multipolar, en la que la razón de ser del trabajo, y hasta su continuidad, están en el ojo del huracán.

Jean-Marie Harrivey, cofundador de la Asociación por la Tasación de las Transacciones financieras y por la Acción Ciudadana (Attac), destila sus reflexiones en la revista “Les Possibles” y a través de obras como “La richesse, la valeur et l’inestimable”, en la que desgrana sus propuestas cara a la construcción de una alternativa social y ecologista a la economía capitalista.

A su paso por Euskal Herria, Harrivey glosaba en Angelu las principales consecuencias de la reforma del Código de Trabajo, bautizada por los sindicatos como reforma XXL, para ahondar después en cuestiones claves como el empeoramiento de las condiciones laborales y, en general, los peligros ligados a la llamada rarificación del trabajo.

Abiertamente crítico con propuestas como la de una renta universal, evocada por el excandidato socialista a la Presidencia francesa, Benoît Hamon, Harrivey invita a «buscar en la acumulación de la riqueza las razones del aumento del desempleo, de la precarización y, en general, de la pérdida de conquistas sociales, ya que cualquier análisis serio de la evolución de la productividad desmiente que la robotización conduzca de forma automática a la pérdida de empleos».

Y añade con contundencia, «nada es una fatalidad, ni la pérdida de recursos para servicios sociales ni tampoco el desempleo; esos y otros problemas no son sino las consecuencias de un capitalismo violento y promotor de ilegalidades extremas que, de forma más acusada desde la década de 2000, ha captado el valor generado por los trabajadores para otorgárselo a los accionistas».

Mercado de trabajo

Desde la II Guerra Mundial el número de asalariados se ha duplicado. Según las estadísticas que aporta Harrivey, actualmente 2.500 millones de personas dependen de un trabajo remunerado en el mundo. El conferenciante disecciona el tiempo de las personas en actividad libre –categoría en la que incluye desde el voluntariado al ocio pasando por el trabajo doméstico no remunerado– y en actividad laboral –ejercida en un 80% por asalariados y en un 10% por trabajadores por cuenta propia–.

«Si el taylorismo, en su origen, buscaba hacer desaparecer el ‘saber hacer’, la habilidad del artesano, para poder disponer de asalariados maleables a sus intereses, en esta segunda fase taylorista, más allá de la devaluación de las condiciones laborales que se deriva de reformas como la de Macron, el capitalismo amenaza al trabajo mismo», explica este economista, que desenmascara «esos nuevos métodos de management, que se basan en la adhesión de los trabajadores a los objetivos de la empresa, y que concuerdan con normas y políticas que redundan en la sumisión del trabajo a las finanzas».

Anima, sin complejos, a visionar el film “El joven Karl Marx” y avala la disección del trabajo, aportada por el pensador alemán, «en su doble acepción de elemento de alienación, que sirve para cubrir necesidades básicas, pero también en su significación antropológica, de construcción de identidad, de valor de lazo social y colectivo». Y advierte a quienes, «incluso en filas militantes», se dejan embelesar por horizontes de sociedades post-trabajo en las que las necesidades básicas se sufragan con rentas universales.

«¿Quién produce valor económico en términos estrictamente monetarios?», pregunta el economista, para responder taxativamente: «Sólo el trabajo genera recursos económicos redistribuibles». A partir de esa constatación, a los promotores de dispositivos tan publicitados últimamente les lanza el reto de determinar «de qué otras fuentes de generación de riqueza disponen».

Y alerta de que, lejos de ser una salida al capitalismo, tales iniciativas sirvan para debilitar todavía más la posición del trabajador «al otorgar a los liberales la oportunidad de rebajar más el salario y de abolir la protección social», al amparo de la transformación que implica «el convertir al trabajador en un individuo aislado, luego más débil, con la falsa promesa de que podrá decidir sobre cuándo y cuánto quiere trabajar».

Las tres bases de una alternativa progresista a la renta universal

Integrante del colectivo Les Économistes Atterrés, Harrivey alerta contra «la superchería intelectual que implica augurar que no habrá trabajo en veinte o treinta años». La alternativa progresista a «dudosas salidas» como la renta universal debería asentarse, según expone el académico, en tres premisas: no abandonar la batalla por la reducción del tiempo de trabajo (semana de cuatro días, años sabáticos... versus alargamiento de vida laboral), promover la economía no mercantil (preservar el sistema público de salud, educación, investigación...) y adoptar la decisión política de quebrar definitivamente el modelo de banca especulativa. M.U.