Daniel RIVAS
Quíos
EL INVIERNO EN LOS CAMPOS DE REFUGIADOS EN GRECIA (Y II)

EL TRIUNFO DEL LUTO Y DEL ÉXODO EN SILENCIO

Una nueva protesta contra los refugiados en Quíos evidencia el cansancio de sus vecinos pero también la persecución que sufren los que todavía son solidarios con los refugiados en la isla griega.

El vicealcalde de Quíos, Georgios Karamanis, no duda y afirma: «Vial es una herida abierta». En la carretera que lleva hasta este campo de refugiados, una fila de pequeñas banderas negras rodea el camino. Parece que esta isla griega del Egeo está de luto o de procesión religiosa. El último rectángulo de tela está colgado junto a otro estandarte, esta vez heleno, y dos pancartas al lado de un barracón de hierros y plásticos.

«El negro es una señal de que el pueblo está triste», apunta Alexandra Geli, una vecina de la localidad de Chalkios, a dos kilómetros de Vial. En la chabola, un puñado de agricultores hace guardia. Protestan porque el Gobierno griego ha decidido instalar más barracones en el recinto. No gritan ni marchan en manifestación.

El simple hecho de haber levantado esa casucha al borde de la carretera es suficiente. De esta manera, evitan que pasen los camiones que deberían descargar los contenedores, las futuras casas de los migrantes de Vial. El recinto para los refugiados se levanta unos metros más adelante de ese barracón. La nave central, de color gris cemento, domina el paisaje. En su interior se encuentran las oficinas de migración del Gobierno griego y de la Unión Europea. Aunque todavía funciona una planta de reciclaje de basura en el primer sector del edificio.

En los laterales, rodeado por alambradas, el campo se ramifica con dos zonas más donde los migrantes viven en contenedores de obra. Así es Vial sobre el plano, un campo diseñado para albergar a 850 personas. En la actualidad, se desborda por la colina y hay más de 1.400 habitantes. Entre ellos, 300 que duermen en tiendas de campaña y carpas de plástico.

Los vecinos de Chalkios tienen un destacado historial de protestas en los últimos dos años y medio. En otras ocasiones, han cortado la carretera a Vial con sus tractores. Incluso llegaron a entrar en el Ayuntamiento mientras había pleno municipal.

Aun así, eran una excepción: «En 2015 todos ayudábamos a los refugiados», recuerda Toula Kitromilidi, voluntaria que coordina CERST, un grupo local de apoyo a los migrantes. En estos primeros meses de arribadas masivas en la ciudad de Quíos se habilitaron cuatro campos para acoger a más de 3.000 personas.

En esa época, simplemente desembarcaban, se registraban ante la Policía y cogían el ferry hacia Atenas. El acuerdo entre la Unión Europea y Turquía acabó con esa dinámica, dejó a miles de personas atrapadas en la isla y la frustración estalló pocos días después del 20 de marzo de 2016: «Los refugiados antes eran muy buenos y todo el mundo les quería hasta que, en una protesta, decidieron ocupar y cerrar el puerto», explica un activista local que no quiere ser identificado por miedo a represalias.

Tras esto, los vecinos se movilizaron para pedir el cierre de los campos que se encontraban en la ciudad. Y los argumentos contra la presencia de migrantes se hicieron más comunes. Primero, hablaban de la pérdida de turistas: «La publicidad negativa que muchos periodistas han hecho de las islas del Egeo nos sigue afectando. En dos años hemos perdido un 40% de visitantes», explica Dimitris Kitrilakis, presidente de la asociación mayoritaria entre los hoteleros locales.

En cambio, la organización que preside el empresario votó en contra de participar en un plan de ACNUR para ocupar esas plazas hoteleras con refugiados. «Si tengo a migrantes en mi establecimiento es bueno para mí por el dinero, pero no para la zona. Queríamos proteger a los vecinos y a nuestros hoteles», argumenta Kitrilakis. Y añade: «No somos racistas ni xenófobos».

La presión social contra los campos consiguió su objetivo y el Ayuntamiento de Quíos clausuró progresivamente los cuatro recintos. «En diez años de crisis económica en Grecia, nunca se habían convocado manifestaciones masivas contra los recortes del Gobierno», explica E, también activista y que pide igualmente ocultar su identidad. «Ahora acusan a los refugiados de su mala vida», resume. Por su parte, su compañero del grupo de solidaridad local añade una reflexión: «Los vecinos no querían Souda (el campo de la ciudad), ganaron; y, ahora, van a por Vial. Lo que no aceptan es ver a refugiados. Les quieren en las montañas para que no se crucen con ellos por las calles». Y, además, desmonta más tópicos de sus vecinos: «Quíos nunca ha sido una isla turística».

En el otro lado de la discusión, cuando se le pregunta a Kitrilakis sobre este tema acepta que no conoce «ningún establecimiento de los importantes que haya tenido que cerrar en los dos últimos años».

La extrema derecha y granjeros

En el campamento de protesta a los pies de Vial, los vecinos han desplegado dos pancartas: una enfrente de la otra, a cada lado de la carretera. La primera tiene impreso «Welcome to Europe», (bienvenidos a Europa) y los rostros de la canciller alemana Angela Merkel, Yannis Mouzalas (ministro griego de Migración), Dimitris Avramopoulos (comisario europeo de Migraciones y Asuntos internos) y Jean-Claude Juncker (presidente de la Comisión Europea).

Lo que empezó como una manifestación de granjeros para defender sus tierras se ha transformado en una confrontación con la Unión Europea. La protesta reclama que no usen sus «propiedades para poner más barracones para migrantes», apunta Geli, la vecina de Chalkios que hace de portavoz y traductora de los agricultores.

«La gente que vive en Vial ha destrozado nuestras huertas, el agua de los retretes se filtra en nuestro terrenos y cortan nuestros árboles para hacer leña», expone desde la acampada de protesta.

Entonces Geli apunta su discurso otra vez hacia la política continental: «Ellos decidieron poner aquí a los refugiados y les decimos que si quieren migrantes que los tengan en sus países, no aquí como en una cárcel».

La segunda pancarta tiene de fondo las siluetas de las islas del Egeo (Lesbos, Samos, Leros, Kos y Quíos) rodeadas por alambre de espino y se lee: «Las estamos perdiendo».

El tratado europeo con Turquía convirtió a estos territorios en una gran barrera desde la que filtrar a los migrantes que podían continuar su viaje. «Sí, la Unión Europea usó las islas para detener de manera drástica la ola migratoria pero no se aseguró de que no se sacrificarían», argumenta Karamanis, el vicealcalde y responsable de migraciones.

A la protesta en Vial se ha unido también un grupo de vecinos de la ciudad de Quíos. Se llaman Panchiaki y dicen no ser políticos, simplemente, representantes de la gente. Una de sus portavoces, Despina Mathioudis argumenta: «No hay control en Vial de quién sale por la noche, no sabemos quiénes son ni su pasado». Su compañera, Geli, añade: «Tenemos miedo cuando oscurece y no dejamos a nuestros hijos salir. Si es tan fácil matarse los unos a los otros en el campo, qué harían si formaran parte de nuestra sociedad», dice.

«Que estén encerrados o se los lleven»

Por eso, propone como solución que los migrantes «estén encerrados y solo tengan tres horas para salir a la calle. O que se los lleven a otro sitio donde no haya pueblos alrededor», añade.

Desde el Ayuntamiento de Quíos, Karamanis reconoce que la gente está muy cansada de esta crisis y que por eso «busca soluciones extremas, simplistas». Aun así, le preocupa «el crecimiento de la derecha radical, de Amanecer Dorado, porque antes no existía en nuestra isla».

Mathioudis, de la asociación de vecinos, deja caer como un lamento la idea de que la Unión Europea les ha hecho, a ellos también, «prisioneros en nuestro propio paraíso». En la ciudad, A, el activista, se despide de la isla en marzo por las presiones de los grupos de extrema derecha. Semanas atrás, perdió su empleo de camarero porque su jefe decía que, al ayudar a los migrantes, también espantaba a los clientes. E piensa igualmente mudarse con su hijo lejos de Quíos.

Aunque antes tiene que ir a la Policía a denunciar los mensajes que ha recibido en los últimos días «por parte de fascistas locales», señala. «Es la tercera vez que recibo este tipo de avisos de que quieren pegarme una paliza. En el pasado, dos de ellos fueron a buscarme donde estaba trabajando para amenazarme», denuncia.