Iker BIZKARGUENAGA
LA CRECIENTE INFLUENCIA DE LAS REDES SOCIALES (Y II)

«Fake news»: de aquellos polvos vienen estos lodos

Las noticias falsas siempre han existido, y de eso sabemos mucho en este pueblo, incapaz ya de digerir versiones oficiales, pero la proliferación global de las «fake news» y su influencia en ámbitos políticos han hecho saltar alarmas.

Antes de destaparse el escándalo sobre el uso espurio de los datos de millones de usuarios de Facebook, dos características habían llamado la atención sobre la campaña que aupó a Donald Trump a la Casa Blanca. Por un lado, su estrategia de embarrar el campo, tanto frente a sus contendientes republicanos como, sobre todo, contra Hillary Clinton. Al magnate neoyorquino no le interesaba contrastar programas ni debatir en torno a una agenda dominada por los demócratas. Su desconocimiento sobre temas vitales de política interior y exterior era palmario. Frente a esta evidencia, asumida sin reparo por él mismo, se dedicó sobre todo a hacer ruido; no quiso persuadir sino desincentivar. A los votantes demócratas, claro.

Es muy difícil que una persona cambie radicalmente la orientación de su voto, pero es más fácil convencerle de que se quede en casa. En este sentido, es conocido que Clinton, genuina representante del stablishment y candidata del Partido Demócrata tras un áspero enfrentamiento en primarias con Bernie Sanders, despertaba recelos entre amplios sectores de su potencial electorado. Y Trump les quitó las ganas de votarle enfangándola en un espectáculo lamentable, donde no hubo confrontación de ideas sino de insultos. El ya presidente creó desafección en las filas rivales mientras encandilaba a sus propios afectos. Al final, fueron decisivos los votos que Clinton se dejó en el camino. Ahí estuvo la clave de su derrota.

Project Veritas y Breitbart News

El otro elemento que caracterizó la campaña de Trump fue la proliferación de fake news o noticias falsas. Su protagonismo en la carrera presidencial fue enorme. También lo está siendo después de su investidura, y es paradójico que él mismo haga ahora constante referencia a esa expresión, cuando lo cierto es que toda su campaña estuvo repleta de noticias falsas, inverosímiles, pero efectivas.

Hablar de fake news en EEUU es hablar de James O’Keefe, famoso por sus campañas contra organismos de carácter progresista y líder de Project Veritas, financiado por los hermanos David y Charles Koch, multimillonarios y mecenas de todo tipo de entidades ultraderechistas, como el Tea Party.

Un ejemplo de su modo de proceder podemos hallarlo en un caso que se remonta a 2009, cuando O’Keefe, junto a una compañera llamada Hannah Giles, visitó varias oficinas de ACORN, una organización sin ánimo de lucro dedicada a registrar votantes en zonas desfavorecidas. Giles se hizo pasar por prostituta y O’Keefe por proxeneta, y grabaron en secreto varias conversaciones que mantuvieron con voluntarios de ACORN. Luego, editaron aquel material de forma que pareciera que los miembros de ese organismo les daban consejo sobre cómo ampliar su negocio de prostitución, incluyendo la trata de menores de Centroamérica. El vídeo, encargado por el fundador de Breitbart News, Andrew Breitbart, ya fallecido, fue un escándalo, y ACORN se vio obligada a cerrar. En 2010 una investigación del Gobierno estimó que esa entidad no había cometido ningún delito. Pero ya era demasiado tarde.

Citamos este precedente para conocer la catadura de uno de los grupos más activos en la generación de bulos durante la campaña. Trump, que donó 20.000 dólares a Project Veritas en 2015, hizo uso habitual de sus “informaciones”. Es asimismo reseñable la mención a Breitbart News, pues allí coincidieron Steve Bannon –jefe de campaña del republicano– y Robert Mercer, accionistas de Cambridge Analytica, la consultora acusada de utilizar fraudulentamente los perfiles de 87 millones de usuarios de Facebook.

También es llamativo el caso de Paul Horner, treintañero que manejaba una decena de páginas web dedicadas exclusivamente a difundir noticias falsas. Siempre había presumido de ser un troll, mentiroso profesional. Sus “noticias” se habían colado sistemáticamente en Google News, Facebook, etc., y miembros de la campaña de Trump las compartieron sin rubor. Por ejemplo, Eric Trump, hijo del presidente, tuiteó las declaraciones de un hombre que aseguraba haber cobrado 3.500 dólares del equipo de Clinton para protestar durante un mitin de su padre. Ese hombre no era otro que Horner quien, por cierto, falleció en setiembre por sobredosis de medicamentos. Meses antes, se lamentaba en “The Washington Post” por haber sido uno de los responsables de la victoria de Trump. «Sinceramente, la gente es definitivamente estúpida. Nadie comprueba nada y así es como ganó Trump. Él dijo lo que quería y la gente lo creyó todo», señalaba.

Según un estudio de Buzzfeed, citado por “El Mundo”, en los últimos tres meses de la campaña electoral en EEUU las noticias falsas compartidas en Facebook generaron un mayor impacto que las principales noticias publicadas por “The New York Times”, “The Washington Post” o la NBC. Las veinte noticias inventadas en torno a los comicios más difundidas generaron nueve millones de reacciones y comentarios en la red, frente a siete millones de las informaciones reales.

Pérdida de credibilidad y del monopolio

«Basta que la información (falsa) sea creíble para explotarla». Esta frase, correspondiente al Plan ZEN, permanece atornillada en la mente de miles de vascos. Si se trata de noticias falsas, este pueblo está curado de espanto. Hemos conocido versiones oficiales sobre disparos al aire que acababan hiriendo a manifestantes, sobre suicidios imposibles, manifestaciones multitudinarias achatadas por fotos tendenciosas y hemos visto portadas sanfermineras con rojigualdas virtuales. Puede decirse que la sociedad vasca tiene un máster en fake news y sabe que la razón de Estado ha primado sobre el rigor periodístico. Esto, huelga decirlo, no resta gravedad a un fenómeno que se ha vuelto global, pero da algunas pistas para entender su éxito.

Y es que las fake news, la posverdad, la burda tergiversación de la realidad, no habrían proliferado ni tendrían el alcance que tienen si no fuera por la falta de credibilidad de los medios tradicionales, que tienen ahí su principal crisis y su mayor motivo de preocupación, no lo que se diga o deje de decir en las redes sociales. Y es que aun sin razón de Estado por medio, en casi todos los países la pérdida de confianza respecto a lo que difunden diarios, radios y televisiones es generalizada. Su vinculación cada vez mayor y más evidente con grandes empresas y entidades financieras –el caso del Estado español es paradigmático– impulsa a mucha gente a preguntarse qué interés se esconde en cada artículo, reportaje o análisis, qué objetivo tiene más allá del puramente informativo. Es un gesto automático para cada vez más personas recelar de lo que leen, ven o escuchan. Y frente a esa desconfianza, la aparición de medios alternativos, sobre todo digitales, y las redes sociales, ha sacudido el tablero de forma evidente. Además, generalmente las personas prefieren acceder a noticias que confirmen sus ideas previas, que las corroboren, y en la red se encuentran opciones para todos los gustos, fobias y filias.

El periodista Marc Amorós, autor de “Fake News. La verdad de las noticias falsas”, destacaba recientemente en una entrevista con Efe que «antes, esa información falsa circulaba de manera muy compartimentada, dentro de un núcleo de gente muy controlado, pero ahora, con las redes sociales, se magnifica esa comunidad y las fake news tienen un alcance incontrolable». Añadía que las noticias falsas emocionan o indignan y por eso provocan una «necesidad irrefrenable» de compartirlas rápidamente. «Una buena noticia falsa es la que refuerza nuestros prejuicios y opiniones», explicaba.

Podría decirse que los medios tradicionales han perdido su monopolio, no sólo de informar, sino también, cuando se tercia, de sesgar, tergiversar o manipular esa información. Y eso es lo que escuece a muchas de las voces que ahora claman al cielo. Por supuesto, esa «democratización» de la capacidad de mentir no conlleva aparejado nada positivo, pero sirve para contextualizar algunos aspavientos y explicar por qué en un breve espacio de tiempo el Gobierno británico ha puesto en marcha una agencia para combatir las fake news, el Senado de Estados Unidos ha abierto un debate al respecto y la Unión Europea ha designado a un grupo de expertos para hacer frente a este fenómeno.

Hasta el papa Francisco terció en este asunto el pasado mes de enero y vinculó las fake news con «la codicia y sed de poder» del ser humano, en un mensaje que fue difundido por el Vaticano con motivo de la jornada mundial de las comunicaciones sociales.

Es un negocio redondo

Una vez más, la mayoría de las miradas y de los dedos acusadores han señalado a las redes sociales, que han pasado de una cierta indolencia inicial, afirmando que el número de noticias falsas que corren por ellas es mínimo, a anunciar medidas correctoras tendentes de filtrar y contener las mentiras y embustes. Facebook, por ejemplo, ha emprendido una política de alianzas con organismos externos dedicados a verificar las informaciones (fact-checking), y pretende que las personas que quieran compartir una noticia dudosa lean primero lo que dicen sobre ella los medios asociados que se encargan de su verificación. Pero así parece trasladar toda la responsabilidad a los usuarios, algo injusto cuando, además, hay denuncias de que la plataforma ha permitido conscientemente la proliferación de ese tipo de noticias. Según publicó Gizmodo, una weblog que trata sobre tecnología, la compañía de Mark Zuckerberg tenía listo un sistema de detección y borrado de noticias falsas, pero jamás ha llegado a activarla. ¿Por qué? Según esta fuente, porque un gran porcentaje de informaciones inventadas que iban a ser eliminadas serían de corte derechista, y eso afectaría a la imagen de la red, escorándola visualmente a una posición demasiado progresista.

Sea esto cierto o no, de lo que no cabe duda es que tanto las redes sociales como el resto de aplicaciones digitales basan su negocio en el número de usuarios y en la interacción entre ellos. Y desde ese punto de vista, las fake news son una joya de la que va a ser complicado que se desprendan. Son elementos que crean debate, controversia, agitación y muchos clics. Las noticias falsas sirven para polarizar, para generar afinidades y antipatías, en definitiva, son un mecanismo de atracción y enganche difícilmente igualable. Así que, sin duda, como han existido seguirán existiendo. Y frente a ellas, la mejor herramienta seguirá siendo el rigor profesional del periodista y el criterio de quienes veis, escucháis y leéis las noticias.