Núria VILÀ
EL PAÍS AFRONTA UNA DE LAS MAYORES CRISIS DEMOGRÁFICAS

«Quiero irme de aquí»: Bulgaria se queda sin gente

Los búlgaros cada vez son menos. Se desvanecen en su propio país. Y eso que en Bulgaria no hay una guerra declarada, pero la inestabilidad y precariedad económica se presentan como el fantasma que, silenciosamente, amenaza con dejar a la población autóctona como minoría frente a la población turca del sureste y a la gitana, en caso de que no se empleen métodos efectivos para revertir el desastre.

Si en 1989 la población de Bulgaria se situaba en unos 9 millones de habitantes, en enero de 2017 la cifra había descendido a 7,1 millones; es decir, el 1,4% de la población de la Unión Europea. Ese año la población ha caído en 51.925 personas si se compara con 2016, según datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística de Bulgaria y por Eurostat, la agencia de estadísticas de la Unión Europea. Para 2050 –o incluso antes–, varios estudios apuntan a que los búlgaros podrían llegar a ser menos de 6 millones. La baja tasa de natalidad comparada con la alta mortalidad, junto con las migraciones al extranjero, se explican como los principales causantes del declive.

Precisamente emigrar de Bulgaria para instalarse en el Estado español es lo que se plantea en la actualidad Mariana Gomileva, periodista que trabaja en la Radio Nacional de Bulgaria. Vivir en el Estado español, asegura, ha sido siempre su sueño. Paseando por el centro de Sofía, lamenta los restos de basura que se apilan fuera de los contenedores. «Mira todo esto… ¿Sería pedir mucho que recogieran la basura más a menudo? Y mira a la gente, la mayoría llevan ropa sucia, son pobres», exhala lastimosamente en un español casi perfecto.

A Mariana le molesta todo de Bulgaria: «La gente se queja de que todo va mal pero no hacen nada para cambiarlo». Al mismo tiempo, «los jóvenes sueñan con vivir fuera. Han probado a hacer cambios pero no funciona. Si tienen una idea interesante, los jóvenes se van a otro país a desarrollarla», en lo que señala sin titubeos como «fuga de cerebros». La culpa de esta situación, para Mariana, recae en la gente mayor, por elegir a unos gobernantes que dificultan el progreso. «La mayoría de la gente en Bulgaria es vieja y vota a los partidos corruptos. Vivieron durante el comunismo, no han viajado y no han visto formas mejores de vivir, así que no piden demasiado».

Este panorama desolador es el que empuja a Mariana a plantearse seriamente la idea de emigrar al Estado español. Sin embargo, tiene dudas: «Con mi carrera y mi máster, no quiero tener que realizar servicios de limpieza como la mayoría de búlgaros que conozco que viven en España». Aparte de seguir dedicándose al periodismo, una opción que ve muy complicada fuera de su país, Mariana se plantea explorar el sector del turismo. Aunque le abruman las dudas, solamente tiene clara una cosa: «Quiero irme de aquí». ¿Algún remedio para mejorar la situación sociopolítica de Bulgaria? Suspira, piensa la respuesta… «No. ¿Qué triste, no?». Y ríe por no llorar.

¿Por qué disminuye la población?

La economía, incapaz de sostenerse tras la caída del régimen comunista en 1989, se sitúa entre los principales factores que ocasionan este brutal descenso poblacional. «La economía existe para que las personas vivan mejor. En Bulgaria, resulta que las personas viven para operar la economía y para mantener el llamado salario mínimo. Los hechos muestran que Bulgaria está realmente al borde de una catástrofe», alerta el profesor Boyan Duranchev a la agencia de noticias de Sofía. «Cuando una persona no puede satisfacer sus necesidades básicas, no hay reproducción de la población», reflexiona el profesor.

En 2016, la población desempleada se situaba en 247.000 personas, según datos del Instituto Nacional de Estadística de Bulgaria. Por otra parte, durante el mismo año, 1,6 millones de búlgaros vivían por debajo del umbral de la pobreza –situado en 308 levas mensuales por persona, unos 157 euros–, según datos recopilados por la misma institución. «Parece que no es conveniente decir esta palabra, pero aún así es cierto: Bulgaria es como un suburbio, como una colonia de la gran y gloriosa Unión Europea», exclama Durachev.

En el período 2014-2016, la esperanza de vida al nacer en Bulgaria era de 74,7 años –también según datos del INE búlgaro–, mientras que en otros países como el Estado español se situaba en 2015 en 82,8 años, de acuerdo con cifras emitidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Atendiendo a datos de 2016 publicados por IndexMundi, la tasa de mortalidad en Bulgaria era de 14,5 personas por cada mil habitantes; al mismo tiempo, los nacimientos solo llegaban a las 8,8 personas en relación a mil habitantes.

«Las parejas deben sentirse seguras para tener hijos. Y los que han emigrado deben vislumbrar seguridad económica para desear volver», señalaba a la agencia Efe Petar Ganev, economista del Instituto de Economía de Mercado de Sofía.

Frente a frente con el sueño español

Ese deseo de volver a Bulgaria todavía no lo contempla Anely, una chica búlgara que hace más de 20 años decidió huir de la precariedad de su país para probar suerte en España, donde aún reside. En 1995, al terminar sus estudios de Educación Primaria, «tenía muchas ganas de trabajar con ‘peques’, pero el sueldo era de 100 levas o 50 euros mensuales». Además, Anely vivía en Pleven, una ciudad al norte de Bulgaria lejos de su casa originaria, en Brest, en las orillas del Danubio. «Mis padres trabajaban ahí en una fábrica y me echaban una mano para pagar los estudios y el alquiler. Pero cerraron la fábrica y ya no podía contar con ellos». Anely todavía se resistía a huir de su país. «Encontré trabajo en una pastelería y estuve trabajando un año ahí. Pero trabajaba solo para pagar el alquiler. La situación se estaba complicando», manifiesta.

Frente a la precariedad, los rumores del «sueño español» se extendían entre los villanos. «De mi pueblo había gente que se había ido a trabajar con ovejas en Guadalajara. Contaban cosas sobre la vida en España y sobre la necesidad de gente para el servicio doméstico. Decidimos con tres amigos solicitar un visado para trabajar tres meses ayudando en casas». Y así fue como Anely llegó a Madrid, aunque los inicios en la ciudad no fueron fáciles. Pese a su titulación universitaria, apenas tenía para comer. «Trabajé vendiendo bocatas, limpiando casas, reparando móviles, limpiando coches, y luego 12 años en una empresa de antenas de satélite». Tras una sucesión de empleos insatisfactorios, «terminé con depresión después de trabajar 20 años en cosas que no me gustan. Ahora me estoy recuperando», reconoce. A día de hoy, dos décadas después de su llegada al Estado español, Anely todavía reside en la capital, aunque no tiene trabajo.

De vez en cuando regresa a su tierra natal, donde se sigue topando con las consecuencias de la precariedad. «Que los búlgaros emigren me da mucha pena. Vuelvo y en cada casa en el pueblo me preguntan por hijos, hermanas… ‘personitas’ que se fueron y que sus familias les extrañan. Se me parte el corazón en los aeropuertos, entre maletas y caras que lloran cuando se despiden».

Haciendo balance de la experiencia vivida, Anely se lo piensa dos veces antes de alentar a sus paisanos a emigrar. «Les cuento la verdad, que no existe el sueño americano, que comimos en iglesias, que pasamos hambre, que aquí la gente no tiene trabajo y que muchos viven en la calle», explica. Hace unos días, su madre la visitó, espetándole una pregunta para la que Anely no logra encontrar respuesta: «¿Cómo puede ser que, viviendo en el mismo continente, haya tanta diferencia entre la vida de aquí y la de ahí?». Anely no se lo explica.