Joseba VIVANCO
Athletic

Razones para creer

Kepa, Núñez y Córdoba, debutantes en Madrid, fueron el cóctel de futuro de un equipo con cinco jugadores con más de 250 partidos.

Decía el conocido coach deportivo Imanol Ibarrondo que un equipo es «ese ente invisible del que todos hablan, que no ocupa percha en ningún vestuario, pero que es la estrella y el secreto de todos los éxitos». En esta sociedad cada vez más individualista, cada vez más de mirársela, cada vez más onanista, cada vez más del primero yo antes que los niños y las mujeres, la inercia nos lleva a entender y sintetizar un encuentro de fútbol como si de un partido de tenis se tratara, o un mano a mano entre las dos paredes del frontón. A la victoria y a la derrota, e incluso al empate como en el Bernabéu, le ponemos nombres y apellidos, iniciales, héroes cuando no villanos, sin percatarnos de que Aduriz no marca cinco goles en una noche europea si no es por el trabajo de sus compañeros o Kepa no lo para casi todo ante los Ronaldo, Asensio, Lucas Vázquez y compañía si no fuera porque Núñez e Iñigo Martínez estuvieron pletóricos por delante de él, San José e Iturraspe minimizaron las ofensivas madrileñas, De Marcos y Balenziaga se fajaron en las bandas, Córdoba se siguió doctorando, Raúl aportó su gen espartano y Williams siempre fue ese abejorro molesto en la zaga blanca. Ellos, juntos, fueron esa percha que no ocupa ningún vestuario, y a la vez, es el secreto de éxitos como el digno empate en Chamartín.

En estos días en que se debate y critica mucho la traición a sus principios del Barcelona, sin un solo jugador de la cantera en su once ante el Celta y con cada vez menos oportunidades para los formados en La Masía, este Athletic de infausta temporada se presentó en el Bernabéu con un porterazo como Kepa que acabó por acaparar titulares, un central que simbólicamente salió a hombros de sus compañeros como Unai Núñez y otro cachorro como Córdoba que dejó detalles, desparpajo y entrega.

A ninguno le pesó el escenario, ni la bisoñez de su primera vez en un epicentro del fútbol mundial. Tiraron de escamas como Unai en ese cuerpo a cuerpo con Ronaldo como si de un curtido central de la Juventus se tratara, de aplomo y seguridad como un Kepa que paró lo fácil y lo difícil, como un Iñigo Córdoba que lo mismo daba una asistencia de orfebre que acababa en gol que le ‘pintaba’ un caño en la misma cara de Carvajal. Su juventud, su futuro, sus ganas, están en sintonía con unos veteranos que desde ya, con esos 250 partidos firmados por De Marcos el miércoles, hacen de este Athletic el único equipo de Primera con cinco jugadores en la plantilla con más de 250 encuentros de Liga vistiendo la misma camiseta: Susaeta, Aduriz, San José, Muniain y De Marcos, con Iturraspe en puertas de ser el siguiente.

Un cóctel que el Athletic casi siempre ha sabido aliñar, o ha tratado de que sea su esencia, esa que a la postre termine dando sus frutos, y que no son otros que los de seguir en la pelea. Kuko Ziganda les pidió «dignidad deportiva» y respondieron. ¿Por qué no la tuvieron en la primera mitad ante el Deportivo? Es tanto como preguntarle al Valencia por qué el Getafe le dio un repaso de media hora y los chés acabaron pagándolo caro, o por qué el Villarreal no dio la talla ante el Athletic y luego casi gana en el Pizjuán, o el propio Sevilla no deja de dar bandazos. Los caminos del fútbol, como los de Señor, son inescrutables y si no que le pregunten a Pep Guardiola por su eliminatoria con el Liverpool. La cuestión es que los jugadores rojiblancos no se pueden permitir otra imagen como la ofrecida ante el Depor y el lunes ante el Levante tienen una reválida tan o más exigente que la del Bernabéu. Un fracaso solo es un error si no se aprende de ello en el futuro. Ganar a los levantinos y ofrecer una aceptable imagen ante una grada que está a la que salta, sería casi mejor noticia que el empate en feudo del Madrid tras más de una década sin puntuar.

Deseo de acabar bien lo que resta

Este Athletic no es el del Deportivo, ni el de ese rosario de fiascos que ha protagonizado esta temporada. Este Athletic tiene más del que se vio en Madrid, un equipo comprometido, solidario, sufridor, compacto como colectivo y con individualidades que lo potencian. No se trata de pasar de la tragedia a la euforia en apenas una semana como un amor adolescente, pero tampoco dejarse inocular por un perverso virus cainita como les sucede a otros muchos clubes, que parecen encontrar en él la razón de levantarse cada mañana y así les va, sumidos en un carrusel de emociones y guerras intestinas que ni les da estabilidad ni garantía de nada. El Athletic no puede ser igual que los demás o saldrá devorado. No existen sustancias tóxicas, sino dosis tóxicas, avisa un aforismo en Química. Pues eso, ‘‘Keep calm and pass him the ball’’.

El punto clasificatorio y de orgullo ante el Madrid hay que hacerlo bueno ante el Levante el lunes. «En la clasificación estamos un poco en tierra de nadie y tendremos que afrontar los partidos que nos quedan con amor propio, sabiendo que defendemos un escudo y una afición», retomaba Kepa el mensaje retador de su entrenador del día anterior. «No queremos tirar el año. A ver si somos capaces de que se vea algo de futuro y de ilusión, que se nos quede buen sabor de boca aunque sabemos que es complicado», insistía en el propio Kuko Ziganda. Acabar decentemente el curso amansaría a las fieras y endulzaría una temporada amarga. Y de paso ayudaría a tener razones para creer. Que haberlas, las hay.

Iñigo Martínez, del Athletic ya «desde pequeño»

Iñigo Martínez reconoce que ya «no estaba siendo del todo feliz» en la Real y tenía claro que necesitaba cambiar de aires. Lo dice en una entrevista publicaba ayer en la web del club, donde asegura que «desde pequeño» ya empezó a ser del Athletic, «en el pueblo casi todos son del Athletic, mi familia, mi gente. Siempre estaré orgulloso de esta familia». Integrado «muy bien» en el equipo «desde el primer minuto», confiesa sus nervios en su debut ante el Girona. Hoy, dice, se ve «reflejado en todo momento» en este grupo. J.V.