Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Un lugar tranquilo»

¿Es posible un cine de terror sin gritos?

La campaña promocional de “Un lugar tranquilo” es la más inteligente que recuerdo en el cine de los últimos tiempos, con un anuncio en el que se recordaba al público asistente a otras proyecciones que durante la sesión no se puede hacer ningún ruido en la sala y se ruega permanecer en completo silencio. Y aunque duraba muy poco transmitía no poca tensión, como método de preparación de cara a lo que esperaba al personal cuando se sentara a ver el tercer y sonado largometraje del actor pasado a la autoría cinematográfica John Krasinski. ¿Por qué? Porque la audiencia habitual del cine de terror tiene asumido que en la variante actual del género el grito es algo fundamental e indispensable, y por primera vez desempeña otra función bien distinta en una película. Deja de ser un simple recurso para asustar, al igual que viene ocurriendo con los golpes de efecto de sonido a todo volumen, y se convierte en un acto liberador en medio de una situación en la que la familia protagonista está obligada a permanecer muda.

Krasinski revierte la tendencia según la cual lo que provoca miedo en el espectador es la oscuridad o la ceguera, al no poder ver el peligro inminente. Ha caído en la cuenta de que si en nuestro mundo saturado de contaminación acústica de repente dejase de haber ruido resultaría muy inquietante y sobrecogedor. Recuerda a la vez que el lenguaje no tiene que ser necesariamente hablado y se marca una banda sonora sin diálogos, recurriendo al idioma de signos por medio de la introducción en el grupo familiar superviviente de una hija sorda.

Pero el mensaje de fondo que nos traslada ese distópico futuro silente es el de las leyes de la supervivencia pura y dura, las cuales dictan que los vínculos entre padres e hijos han de reforzarse llegado el tiempo en que la Humanidad se enfrente a un destino apocalíptico. La escena del parto en que la madre debe evitar algo tan natural como que el bebé llore es de diez.