Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Del cielo a los infiernos

Por segundo día consecutivo, la lluvia baña la Croisette y a todos los periodistas que se encuentran ahí. Haciendo cola, saltándosela miserablemente, riñendo con compañeros de profesión en un lamentable intento para asegurar una butaca que sin duda merecería unas posaderas más dignas. En fin, que los festivales de cine, y Cannes en especial, sacan lo peor de nosotros. Son un chaparrón.

Una tormenta de estrés magnificada por la furia de las películas que suelen programarse ahí. El llamado «cine de la crueldad» tiene en citas como esta un refugio asegurado que, no obstante, puede presentar brechas a través de las cuales va a colarse algún que otro rayo solar. Así mismo se presentó Hirokazu Koreeda.

El director japonés, artista altamente cotizado en los grandes certámenes, presentó “Shoplifters”, nuevo drama familiar de una de las filmografías más ricas en lo que a estos asuntos se refiere. En esta ocasión, la cámara (siempre atenta y reposada) siguió las aventuras urbanas de los habitantes de un hogar improbable, compuesto por padres, madres, abuelas, hijos y hermanas. Por personas unidas no por lazos de sangre, sino por el amor que se dedican los unos a los otros.

Drama distanciado de tics gritones y cercano (mucho) a una fe y convicción en la bondad humana que, simplemente, emociona. Desde las reminiscencias a “El chico” de Chaplin a la mirada estrábica de Kirin Kiki, Koreeda invoca (y empapa con) la pureza de corazón como fuerza luminosa, cálida y cohesionadora. Es decir, como remedio infalible para disipar los nubarrones del alma.

Asoma, por fin, el astro rey en el firmamento de la Côte d’Azur... y vuelve a desaparecer cuando entramos en el programa doble de la Quincena de los Realizadores. Ahí aguarda la bestia; el anticristo: Gaspar Noé. El director responsable de traumas tales como “Irreversible” y “Enter the Void” descubrió su nueva criatura.

“Climax” nos sumerge, sin conceder ningún respiro, en una rave organizada por una compañía de jóvenes bailarines, bacanal que servirá como antesala para el mismísimo fin del mundo. Como no podía ser de ninguna otra manera. Planos cenitales, rotaciones imposibles de cámara, paleta cromática incitadora de múltiples ataques de epilepsia... y por supuesto, alcohol, sexo y drogas. Gaspar Noé en su hábitat natural. En un infierno peligrosamente moralizador, pero irresistible en la fuerza bruta que desprende. El cine como experiencia física. Extrema, sin duda, y también contagiosa.

Para quemarnos aún más en las llamas del averno, buscamos la compañía de Panos Cosmatos y, cuidado, de Nicolas Cage. “Mandy”, auténtica sensación en Sundance, también lo fue en Cannes. Único status posible para un título de culto inmediato. Para una historia de –ardiente– venganza tan alucinada como alucinante. Tan deudora de la iconografía metal como de las secuelas mentales de un mal viaje. Y así nos quedamos, con las pupilas dilatadas; ardiendo en un infierno del que ya no queremos salir.