Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
Ankara

Las cofradías religiosas turcas, un poder que va más allá de Gülen

Fethullah Gülen fue el mayor exponente, pero no el pionero en el entrismo de las órdenes religiosas en el poder político. Simplemente lo perfeccionó. Desde los años 50, las cofradías tenían veda para ello en nombre de la lucha contra el comunismo. Una vez conjurada su amenaza, ya se habían convertido en conglomerados sociales, una mina de votos imprescidible.

Las órdenes sufíes fueron prohibidas en Turquía. en marzo de 1924. A día de hoy todavía lo están. Si las leyes reflejaran siempre la realidad, sería imposible explicar el ascenso de Fethullah Gülen, el clérigo suní que supuestamente orquestó el fallido golpe de Estado del 15 de julio de 2016. Pero en Turquía, como en otros muchos países, determinadas normas se diluyen cuando se enfrentan a poderosas estructuras sociales. Una de ellas está relacionada con las sectas religiosas.

«La ruptura con el Imperio otomano no fue absoluta. Las órdenes fueron prohibidas, pero hubo una colaboración para que se integraran en organizaciones religiosas oficiales», explica Mustafa Sen, profesor de la Universidad ODTÜ.

A partir de los años 50, pero sobre todo en la década de los 80, los feligreses de esas órdenes ocuparon puestos en la burocracia, impulsaron empresas e invirtieron en educación hasta convertirse en conglomerados socio-económicos leales a sus líderes. Una de estas sectas, el Cemaat de Gülen, tras aliarse con Recep Tayyip Erdogan, se transformó en el «Estado paralelo».

Mustafa Kemal Atatürk, el fundador de la República, fue un militar que creía en los valores occidentales como vía para la modernización de Anatolia. Su «revolución» rompió en público con el legado otomano: abolió el califato, cerró las madrasas, ilegalizó las órdenes religiosas e instauró un Estado secular... Pese a ello, sobre todo en las regiones del centro y el este del país, las dinámicas sociales no sufrieron tal revolución, y las sectas y poderes preestablecidos continuaron su actividad en la sombra. Hasta 1938, fecha de la muerte de Atatürk, más de una decena de rebeliones estuvieron encabezadas por órdenes sufíes, concretamente la rama ortodoxa Naqshbandi.

«Atatürk las ilegalizó porque comprendió su poder. Lo que no aventuró fue que se conectarían en los años 60 con la ideología de los Hermanos Musulmanes y que en los años 80 el conflicto con la URSS provocaría, como oposición al comunismo, el apoyo de Estados Unidos a los grupos islamistas en Turquía, Pakistán y Afganistán», explica Svante E. Cornell, director del Institute for Security & Development Policy. Subraya la relación islam-turquicidad incitada por Atatürk: «Cometió el mismo error que Jinnah en Pakistán. Creyeron que podrían construir una nación en base a una identidad musulmana mientras se modernizaba el país al estilo europeo. En la Turquía de principios de siglo XX, cuando el Estado estaba en pánico perdiendo territorios, se decidió que para ser un ciudadano fiable había que ser musulmán y turco, ya que se sospechaba de otras minorías. El problema es que así se abrió la puerta a quienes enfatizaban la identidad islámica», añade Cornell.

En 1950, las primeras elecciones libres marcaron un cambio de rumbo, el momento en el que las sectas, aprovechando el multipartidismo, se acercaron al Gobierno.

«El Partido Democrático las integró porque tenían seguidores leales que se transformaban en votos», apunta Sen. En ese periodo, en el que se redujeron las restricciones públicas a los piadosos para combatir el comunismo, comenzó el ascenso de la figura religiosa más importante de la Turquía moderna: Mehmet Zahid Kotku, entonces líder de la orden Iskenderpasa, una rama Naqshbandi, y maestro de los líderes políticos Turgut Özal y Necmettin Erbakan.

Kotku, el antecedente

La relación mursid-murid (maestro-aprendiz) es de suma importancia en el heterogéneo mundo sufí, proclive a la subdivisión en ramas. Por eso, la orden Naqshbandi-Khalidi, la más importante de Turquía, suele llevar además un tercer nombre que la diferencia por sus líderes o los centros de culto que estos utilizaron: Süleymanci, Iskenderpasa, Ismailaga... Hay cientos de órdenes, y no todas afrontan igual dos causas vitales en el sufismo: las relaciones del islam con la modernidad y la política.

Kotku, el imán de la mezquita Iskenderpasa, fue precisamente pionero a la hora de abrazar esas dos causas, el antecedente en el que probablemente se fijó Fethullah Gülen.

Entre muchas medidas, pidió a sus seguidores que invirtieran en empresas y dio suma importancia al ámbito educativo. «Trató de organizar a los estudiantes conservadores de las universidades. En esa época había pocos, eran la élite, y Kotku tenía como objetivo captar a la élite que dirigiría Turquía. Quería cambiar el Estado desde dentro», recuerda Sen. Es ahí donde comenzó el ascenso del Milli Görüs, el movimiento del islam político encabezado por Erbakan, su discípulo.

En 1980, el general Kenan Evren y otros militares protagonizaron un golpe de Estado. Luego llegó una época de represión en la que, para combatir de nuevo el comunismo, los militares abrieron la Sublime Puerta a las órdenes religiosas.

Turgut Özal, el líder político de la época, también discípulo de Kotku, era un neoliberal apoyado por Estados Unidos que permitió la entrada de capital saudí en Anatolia y abolió la ley que criminalizaba la propagación de la sharia.

Además, esa relación entre islam y turquicidad que Atatürk propagó fue convertida en la corriente dominante del Estado. La conocida como Islam-Türk Sintezi se resume en que islam y turquicidad son dos componentes de la cultura nacional: el islam es una precondición para ser turco, y sin los turcos el islam no podrá recuperar su esplendor ni propagarse como hizo durante el Imperio otomano. Esta síntesis, además del arraigado anticomunismo, es clave en las órdenes religiosas, en el Milli Görüs, en Gülen y en Erdogan.

El auge de Gülen

En los años 90, una vez que la amenaza comunista desapareció, los estamentos kemalistas que habían permitido que los piadosos ocuparan puestos en el Gobierno intentaron evitar su ascenso político. Entonces los militares protagonizaron el golpe de Estado posmoderno de 1997 contra el Gobierno de Erbakan. Pese a ello, las órdenes eran demasiado poderosas. Eran, como aún lo son, millones de personas conectadas. Millones de votos. Miles de escuelas, organizaciones, hospitales, medios de comunicación. Una estructura de poder perfectamente conectada. Entonces llegó el AKP, una escisión del movimiento de Erbakan que apostó por un acercamiento liberal a Occidente. Suponía, en cierta forma, continuar la línea de Özal, fallecido en 1993, pero sin la erosión electoral de la corrupción política.

Parte de la influencia de Kotku, fallecido en 1980, fue sustituida de forma progresiva por otras órdenes con el AKP. Una de ellas era la de Fethullah Gülen, quien desde los años 80 había estado penetrando en el Estado gracias a su visión moderada del islam heredada de Said Nursi. En 2007, después de tensiones entre el AKP y el Ejército que desembocaron en unas elecciones anticipadas que ganaría Erdogan, comenzó la venganza islamista contra los herederos de Atatürk. Gracias a los «casos Ergenekon y Balyoz», una farsa judicial para eliminar a militares y voces críticas con el AKP, Gülen pudo asentarse en las parcelas vitales del Estado: Justicia, Educación y Seguridad. En diciembre de 2013, cuando los fiscales gülenistas desvelaron una trama de corrupción en el seno del AKP, la lucha de poder entre islamistas se hizo pública. El resultado final es hoy de sobra conocido: el fallido golpe de Estado de 2016.

La purga consiguiente podría haber alterado la coalición del Ejecutivo con las cofradías, pero las lecciones de la Historia no siempre calan en Anatolia. Una de las obsesiones de los sultanes era controlar a esa miríada de órdenes sufíes que protagonizaban revueltas.

Esta misión recayó en el Sheikh ul-Islam, la mayor autoridad religiosa. A través del Diyanet, el órgano estatal para causas religiosas que sirvió y sirve de refugio para las órdenes, Atatürk intentó estrechar ese control, al menos en público. Pero ahora, en pleno giro conservador del AKP, la connivencia Estado-Naqshbandi ya no se esconde: las autoridades han confirmado que los representantes de la cofradía Ismailaga estarán presentes el sector educativo y, además, han permitido que sus miembros sigan dando conferencias en universidades.

Salvavidas en tiempos de crisis

Las órdenes religiosas ven en el control político un paso intermedio para reestructurar la sociedad de acuerdo a sus valores. Durante décadas han generado con la ayuda prestada una deuda no escrita que sobrevive a las diferentes generaciones. Son salvavidas en tiempos de crisis y fuente de riqueza en los de esplendor. Una estructura perfectamente engrasada que, tras la purga de más de 150.000 personas, la mayoría simpatizantes gülenistas, participa en una carrera para llenar ese enorme vacío de poder social y político. «Es tan grande que una simple orden no puede llenarlo, pero probablemente serán los Naqshbandi, considerados leales a Erdogan», aventura Cornell. «Hay rumores sobre si Menzil u otras órdenes van a ocuparlo, pero no se pueden verificar porque no están reguladas. Lo importante es que las sectas han sido fortalecidas en los últimos 15 años. Aunque tengan diferentes tradiciones y líderes, comparten ideas», añade Sen, quien reclama que la ley se ajuste a la realidad: «Los políticos han destinado recursos públicos para obtener sus votos y, por tanto, tendrían que estar reguladas. No podemos entender las fronteras entre religión y política. Sin control, son dañinas para la democracia y el secularismo».